1. El peligroso don de la multitarea: las ventajas de ser cavernícola
Las mujeres nos hemos metido solitas y de cabeza en la trampa de
nuestra supuesta habilidad para hacer “varias cosas al mismo tiempo”. Nos burlamos
del cerebro mono-enfocado de los varones que nos rodean, pero a ellos se les ve
bastante despreocupados y felices: no parece que su incapacidad para dispersar
la atención entorpezca en modo alguno su desempeño social y profesional.
En el monólogo teatral de Rob Becker “Defendiendo al cavernícola” se bromea
con esa sobrehumana capacidad de los hombres para aislarse del mundo mientras
están absorbidos por cualquier cosa sumamente trascendental, como por ejemplo un
espectáculo deportivo. En lugar de enfadarnos, ¡nos convendría aprender un poco
de tan extremo y envidiable poder de concentración! Las mujeres, en general,
solo nos ponemos frente a la tele sin hacer ninguna otra cosa cuando estamos
tan exhaustas que rozamos la catatonia. De lo contrario, también aprovechamos
ese rato de esparcimiento para arreglarnos las uñas, responder el correo
electrónico o echar un vistazo a ese libro que no conseguimos terminar.
Por mucho que nos duela reconocerlo, no es posible hacer varias cosas
al tiempo y hacerlas todas bien. Funcionar
en modo multitarea no es una capacidad superior que poseemos las mujeres, sino
un camino seguro hacia el infarto. Está comprobado que dividir la atención
disminuye la productividad personal y perjudica nuestra salud. Harvard Health
ha publicado recientemente el libro “Organiza tu mente, organiza tu vida”, cuyos autores señalan que la multitarea
incrementa las posibilidades de cometer errores y dejar pasar información y
datos importantes. ¿Cuántas veces hemos enviado un correo electrónico a la
persona equivocada, o con un texto mal planteado y con errores? Los habituales
de la multitarea también tienen menor capacidad para retener información en la
memoria operativa, lo que puede disminuir la creatividad y la capacidad de
resolución de problemas.
En lugar de tratar de hacer varias cosas a la vez (y ninguna de ellas
bien) los autores sugieren lo que denominan la “atención flexible”: ir
desplazando la atención desde una tarea hasta la siguiente, de forma consciente
y completa, manteniéndonos plenamente enfocadas en la tarea actual... ¡como
buenas cavernícolas! La atención flexible es un signo de agilidad y buena forma
cerebral.
Recuerdo una entrevista en televisión a una profesional de mucho
éxito, con tantos frentes de actividad abiertos que parecía imposible atenderlos
todos. La presentadora le preguntaba cómo conseguía abarcar tanto y con tal
nivel de calidad. Su respuesta fue contundente: “Hago una cosa después de
otra”.
2. El tele-trabajo no es la panacea: el reto
de organizar el tiempo y el espacio
Para un emprendedor no existen los horarios. Con mayor o menor
intensidad, la mente está siempre atenta a nuevas ideas, nuevos recursos,
nuevas formas de mejorar la actividad y obtener rendimientos.
Cuando el trabajo se realiza desde el hogar, el nivel de auto-disciplina
necesario para funcionar de manera óptima se incrementa notablemente: nuestro
cerebro asocia la casa con el descanso y la familia, no con el esfuerzo mental
sostenido. Ahora bien, cuando quien tele-trabaja es una mujer… ¡el desafío ya
roza lo épico!
A estas alturas del siglo XXI, aún existe cierta percepción
generalizada de que “el trabajo que se hace desde casa es menos trabajo”. O más fácil. O menos cansado. O menos estresante.
Confundimos flexibilidad con ausencia de dificultades. De hecho, es más bien lo
contrario: trabajar desde casa es igual de agotador pero, con frecuencia, mucho
más frustrante que acudir a un centro de trabajo, e incomparablemente más
solitario.
El tele-trabajo ofrece menos oportunidades de contacto social y exige
una férrea disciplina para separar los espacios personales y profesionales.
¿Qué ocurre cuando la mujer trabaja en casa y, por descontado, sigue haciéndose
cargo casi en exclusiva del cuidado de los hijos y del hogar? “Después de todo,
¡tú estás en casa todo el día!”, argumentan incluso los compañeros más
concienciados. No es que las fronteras entre familia y trabajo se difuminen:
para muchas emprendedoras, es que no existen.
3. Incomprensión familiar y sentimiento de
culpabilidad
En la red abundan los libros y artículos sobre las dificultades de
“tener como pareja a un emprendedor”: compartir la vida con alguien que vive en
una permanente inseguridad económica, que no tiene horarios fijos, que está
emocional y mentalmente absorbido por su proyecto casi las 24 horas del día…
Sin embargo, todos están escritos por las parejas femeninas de los hombres emprendedores;
si existe alguno desde la perspectiva del “compañero de la emprendedora”, hasta
el momento no he sido capaz de encontrarlo.
La economía es una de las principales fuentes de conflicto familiar. Cualquier
emprendedor/a realista sabe que se necesitan entre uno y tres años para obtener
los primeros rendimientos. Mientras llega el feliz momento de recoger los frutos,
tener un emprendimiento en casa suele suponer un serio lastre para el
presupuesto familiar. Aunque la emprendedora de turno cuente con los imprescindibles
dones divinos de la paciencia y la perseverancia, es mucho esperar que todos los
parientes cercanos (a los que a menudo se recurre en busca de préstamos o soporte
financiero) gocen en la misma medida de tales cualidades.
Cuando se trabaja por cuenta ajena, el sentimiento de culpabilidad sigue presente pero, por lo menos, se “comparte” con el empleador y con la
rigidez del sistema laboral: nos quejamos, con razón, de los horarios poco
flexibles o de la muy masculina práctica de convocar reuniones a horas
intempestivas. Sin embargo, las mujeres emprendedoras y profesionales carecen
del alivio de esa justificación externa: el tiempo que dedican al trabajo en
lugar de estar con sus hijos es enteramente “culpa” suya.
La formación continua o el networking son dos de las actividades clave
para un emprendedor que suelen verse afectadas por el arraigado sentimiento femenino
de culpabilidad familiar. ¿Ir a tomar un café con los colegas, asistir a ese
evento o seminario o… pasar más tiempo con mi familia?
He perdido la cuenta de las veces que he oído decir a alguna colega: “Mis
hijos son lo primero”. Obvio. Lo chocante no es la idea, sino la aparente
necesidad que tenemos las mujeres de insistir en que el trabajo es algo accesorio
en nuestras vidas, como si tuviéramos que excusarnos por dedicar tiempo y
pasión a un proyecto profesional. ¿No son los hijos y la familia lo primero
para cualquier persona con una saludable estructura de prioridades, ya sea
hombre o mujer, emprendedor o trabajador por cuenta ajena? Meg Cadoux, autora
del libro “En lo bueno y en el trabajo: guía de supervivencia para
emprendedores y sus familias”, sugiere que para un emprendedor es humanamente
imposible lograr el equilibrio entre familia y trabajo. Poner en marcha un
emprendimiento es absorbente por definición. En lugar de perseguir un objetivo
tan poco realista, aconseja concentrarse plenamente en lo que se esté haciendo
en cada momento.
¿El desafío? Establecer unas rutinas domésticas que tengan en cuenta
las necesidades de todos y cada uno de los miembros de la familia… incluida la
propia mujer emprendedora.
Para compartir experiencias con otras mamás en la misma situación, sugerimos la red internacional foundingmoms.com, con un capítulo latinoamericano en castellano a través de su página de facebook.
4. ¿Delegar y subcontratar? No, gracias… ¡Nadie hace las cosas como nosotras!
¿Alguien más
ha tenido una madre para la que sólo hay una manera correcta de poner a secar la
ropa? El exceso de perfeccionismo y la adhesión inquebrantable a determinadas
formas de hacer las cosas también contribuyen a complicar nuestra vida como
emprendedoras. ¡Como si no hubiera ya bastante quehacer asociado al desarrollo
de un proyecto, nos cargamos además con exigencias auto-impuestas y
perfectamente prescindibles!
En
ocasiones, las restricciones presupuestarias nos ofrecen una especie de justificación
racional para el afán cuasi-compulsivo de ocuparnos de todo: como no
queremos/podemos pagar a un profesional, nosotras nos encargamos de la contabilidad,
las ventas, la presencia en redes, la página web… Si calculáramos el coste de
dedicar nuestro tiempo a algo que no dominamos, en lugar de enfocarnos en lo
que mejor sabemos hacer, nos daríamos cuenta de hasta qué punto resulta
improductivo ese “intrusismo profesional” que practicamos. Con tal enfoque, es
posible que seamos unas emprendedoras pertinaces, pero difícilmente nos
convertiremos en verdaderas empresarias.
5. Infravaloración del propio trabajo
Conozco a una notaria de 59 años que rebaja sistemáticamente las
tarifas a sus clientes, sin que se lo pidan siquiera, porque “pobrecitos, tener
que pagar por una gestión que no les queda más remedio que hacer… después de
todo, lo que yo hago no es tan complicado”. También conozco a una emprendedora
que hace unas piezas exquisitas de lencería a medida, y que las vende a unos
precios ridículos: “Bueno, es que como están hechas a mano por mí, tampoco
valen tanto”.
Dan ganas de gritar, ¿verdad? ¿Por qué todavía es necesario explicar a
estas mujeres que su tiempo, su cualificación y su experiencia profesional
merecen una remuneración adecuada? ¿Y que lo artesanal es más valioso que un
artículo de serie que probablemente se haya fabricado explotando a seres
humanos? A las mujeres se nos educa para ser abnegadas y altruistas, hasta el
extremo de creer que tales cualidades son incompatibles con el hecho de cobrar precios
y tarifas equitativos por nuestro trabajo. De esta forma participamos en la construcción del famoso "techo de cristal" sobre nuestras cabezas.
En las ediciones que ya hemos realizado de nuestro webinar ¿Cuánto vale mi trabajo? Aprende a hablar
del dinero con naturalidad, hemos constatado con las participantes hasta
qué punto nos cuesta defender de manera asertiva y confiada el valor de lo que
ofrecemos. Es normal que los clientes traten de ajustar al máximo los precios: están
en su derecho y en su papel. También es normal que nosotras, en ocasiones y
como estrategia comercial para acceder a un determinado trabajo, aceptemos tales ajustes. Lo importante es no dejar que nuestra política de precios venga
dictada por las dudas sobre el valor de nuestro esfuerzo.
Resumiendo todos los puntos anteriores, una emprendedora de éxito se caracteriza porque:
- Hace una sola cosa cada vez... ¡con plena concentración!
- Respeta y hace respetar los espacios y tiempos destinados al trabajo, incluso (y especialmente) cuando desarrolla su profesión desde casa.
- Evita el desgaste de una culpabilidad injustificada y aprende a protegerse emocionalmente frente a la (transitoria) incomprensión y las demandas del entorno familiar más cercano.
- Subcontrata cuando es necesario y delega en los especialistas... manteniendo la mente abierta a otras formas igualmente válidas de hacer las cosas.
- Es consciente del valor de su trabajo y lo transmite sin complejos al mundo en general... y a los futuros clientes en particular.
Como indicábamos en nuestro artículo “Testosterona, estrógenos y sostenibilidad”, las mujeres venimos equipadas de serie con un gran número de ventajas competitivas, que podemos y debemos aprovechar en nuestra faceta de emprendedoras y profesionales. Si, además, conseguimos liberarnos de todas o algunas de las “piedras en la mochila” que acabamos de repasar, las posibilidades de llevar adelante nuestros proyectos (sin sufrir un ataque de nervios) pueden aumentar de manera exponencial.
No queremos terminar este artículo sin recomendar a nuestras lectoras el portal Womenalia.com, un espacio de referencia para las mujeres profesionales y emprendedoras. En él es posible encontrar ideas, recursos y apoyo... para prácticamente todas nuestras necesidades.