jueves, 28 de noviembre de 2013

El camino de la inclusión: por qué necesitamos una educación financiera más realista

La inclusión social y financiera ha dejado de ser una preocupación limitada a los países difusamente llamados “en desarrollo”. Con las secuelas de la crisis financiera campando a sus anchas por los agonizantes Estados del bienestar, ha quedado claro que no hay personas ni países que tengan garantizada su plaza en el selecto club de la inclusión. Este ha sido el tema central de la conferencia celebrada este mes en Guayaquil (“La educación y la inclusiónfinanciera, vías para el desarrollo de sociedades más equitativas”), en la que hemos tenido el privilegio de participar.

¿Qué papel juega la educación financiera para apoyar a las personas que sobreviven en las orillas de nuestras implacables sociedades de crédito y consumo? Sin duda, un papel protagonista, como sugieren algunas de las manifestaciones más características de la exclusión social: 

  • La subsistencia precaria está estrechamente asociada a las actividades laborales informales, ya sea trabajando para otros “en negro” o mediante el autoempleo en emprendimientos de escasa viabilidad.
  • Falta de oportunidades para acceder a posibilidades educativas o de negocios, que sólo están al alcance de los que participan “de pleno derecho” en el sistema financiero formal.
  • Dependencia de las ayudas y subsidios sociales. Aunque su necesidad sigue siendo incuestionable, deben concebirse como una herramienta integradora, un puente hacia otra situación en la que tales apoyos acaben resultando innecesarios.

En la práctica, todas estas manifestaciones están interrelacionadas y se potencian mutuamente: tanto los subsidios como la falta de acceso a una educación de calidad contribuyen a desincentivar la formalización laboral, ya que muchas personas prefieren seguir dependiendo de la aparente seguridad de las ayudas sociales en lugar de confiar en las expectativas (poco prometedoras) de sus precarios emprendimientos. La exclusión tiende así a perpetuarse de una generación a otra, configurando de hecho un perverso sistema “de castas”.

En tan complejo contexto, la educación financiera es una herramienta clave… siempre que se cumplan dos condiciones: 1) Que no se le atribuyan más responsabilidades de las que le corresponden y 2) Que se plantee de manera más humana, realista y eficaz.

1.      La educación financiera no es la panacea universal

Con esta afirmación no trato de restar importancia a la cuestión, sino todo lo contrario: definir el verdadero alcance de una buena cultura financiera puede ayudarnos a evitar muchas frustraciones y un gran despilfarro de recursos.

En general, los fervientes y sinceros defensores de la educación financiera razonan según el siguiente silogismo:

Premisa 1. Las personas tienen muy poca cultura financiera.
Premisa 2. Las personas toman malas decisiones financieras, que les perjudican en el presente y comprometen su futuro.
Conclusión. Si mejoramos la cultura financiera de las personas, tomarán mejores decisiones y mejorarán su calidad de vida.

¿Verdad que suena de lo más razonable? Yo misma utilicé con frecuencia este argumento, por lo que no me gustaría que lo que viene a continuación se entienda como una crítica a quienes lo sostienen. Simplemente, creo que responde a una fase de despiste idealista por la que atravesamos todos los fans de la educación financiera… hasta que nos damos cuenta de que el mundo no funciona así.

La primera premisa es evidente y está comprobada mediante innumerables investigaciones, en países con muy diversos niveles de desarrollo: en Estados Unidos o en El Salvador, las personas carecen de cultura financiera. Punto. Tampoco es discutible la segunda premisa: el endeudamiento sistemático y universal difícilmente puede considerarse un ejemplo de sabiduría decisoria. El problema está en la conclusión. No es válida porque se basa en una tercera premisa, implícita y completamente falsa: que la cultura financiera es el elemento determinante de nuestras decisiones financieras.

Pues no, no es el elemento determinante. ¡Ni siquiera el principal! De hecho, ocupa sólo un pequeño espacio entre otros compañeros que influyen mucho más en nuestras elecciones:

-        Las emociones.
-        Los condicionamientos culturales y las costumbres del grupo.
-        Las creencias derivadas de experiencias previas.
-        La configuración social y económica del entorno: la forma en que se nos presentan las opciones condiciona en gran medida la decisión final, como comentamos en el artículo Por qué somos incapaces de tomar buenas decisiones financieras

Aceptar esto nos aporta pistas relevantes para entender por qué la educación financiera tradicional no ofrece ningún resultado digno de mención, a despecho de las ingentes cantidades de recursos que se están destinando en ciertos casos. ¿Qué necesitamos para lograr un verdadero impacto?

2.      Cómo diseñar una educación financiera más realista

  1. Establecer objetivos razonables, en cuanto al contenido y al plazo.
  2. Completar las acciones tradicionales con intervenciones que faciliten la toma de decisiones financieramente saludables (nudging).
a)      Esos objetivos imposibles. En realidad, el problema habitual no es la irracionalidad de los objetivos, sino su ausencia. O bien son tan genéricos que no merecen tal nombre (“mejorar la cultura financiera de los grupos más vulnerables”) o bien se confunden los objetivos con las actividades (“Desarrollar un portal divulgativo”,  “establecer alianzas estratégicas”…). En gran medida, este fallo de base tiene que ver con la ansiedad por cumplir plazos.

Aunque todos los que nos dedicamos a la educación financiera repetimos con gran convencimiento que “es una apuesta de largo plazo”, en la práctica casi siempre tratamos de forzar la presentación de resultados. Llamamos resultados a casi cualquier cosa. He visto programas que establecen los objetivos en función del número de personas que abrirán una cuenta bancaria en dos años. ¿De verdad eso es un objetivo de educación financiera? ¿Desde cuándo tener una cuenta bancaria demuestra una especial competencia en la gestión de la economía personal? Obviamente, tal definición de objetivos tiene más que ver con las agendas de los promotores que con un verdadero propósito de facilitar el aprendizaje.

Este planteamiento es poco recomendable, pero perfectamente comprensible. Tanto si las iniciativas parten de instituciones públicas como si dependen de presupuestos privados, las personas responsables (por muy genuino que sea su compromiso) suelen tener algún jefe al que rendir cuentas… con un horizonte temporal de corto plazo que resulta incompatible con los cambios de conductas que se pretenden conseguir. En consecuencia, seguimos conformándonos con pseudoobjetivos y sus correspondientes pseudoresultados.

¿Hay alguna manera de acelerar el proceso? ¿Podemos avanzar hacia una mayor cultura financiera de forma que no sólo sirva a las generaciones venideras, sino que tenga resultados inmediatos y beneficiosos para los adultos de hoy? Parece que sí, pero la respuesta exige salir de nuestra zona de confort.

b)      Orientación de las decisionesLa zona de confort está configurada por los dos tipos tradicionales de enfoques de la educación financiera: el teórico/descriptivo y el práctico/experiencial.

El enfoque teórico/descriptivo se refleja en la creación de portales de Internet, folletos divulgativos, charlas y presentaciones, etc. Los contenidos apelan al intelecto y a la razón de las personas: conceptos básicos, características de los productos, recomendaciones sobre las conductas y valores a seguir… Es el más habitual porque resulta bastante fácil de implementar y permite llegar a un número significativo de personas, especialmente cuando se combina con las nuevas tecnologías. Por desgracia, tiene una gran desventaja: no sirve para casi nada. En el mejor de los casos, podremos sensibilizar a los más predispuestos o receptivos, pero muy rara vez se logrará algún cambio en los comportamientos. No se ofrece formación, sino información.

El enfoque práctico/experiencial va un paso más allá: talleres, juegos y dinámicas de simulación de situaciones reales. La práctica de habilidades y destrezas ayuda a poner en contexto la información recibida y facilita su asimilación y aprendizaje. Por motivos que se me escapan, se usa más con los jóvenes que con los adultos (que, en la mayoría de los casos, siguen condenados a sesudas sesiones teóricas). Aunque tiene mucho mayor potencial que el primer enfoque, la adquisición efectiva de estas competencias no se traduce necesariamente en mejores decisiones en la vida real. ¿El motivo? El que señalábamos en el punto 1 de este artículo: la cultura financiera no es el único elemento que determina nuestras decisiones.

Por eso planteamos la necesidad de complementar estos enfoques con lo que hemos llamado orientación de las decisiones. Es lo que en la psicología del comportamiento económico (behavioral economics) se denomina nudging: facilitar la adopción de decisiones más beneficiosas (más ahorro, menos endeudamiento) mediante la utilización de incentivos y el diseño de un entorno adecuado. 

En el próximo artículo veremos con más detalle algunos ejemplos de este enfoque, que ya ha captado la atención de organismos e instituciones con responsabilidades en el diseño de políticas públicas de educación financiera. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario