jueves, 24 de abril de 2014

Leprechauns, sirenas y otras estafas financieras

Cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía. Si este simpático aforismo popular fuera cierto, los estafadores financieros estarían sin trabajo. Por desgracia, la mayor parte de los seres humanos estamos lejos de la canonización y somos capaces de tragarnos cualquier promesa de ganancias excepcionales, por muy inverosímil que resulte. Está claro que, cuando el dinero parece llover del cielo, nos guiamos por otro refrán: A caballo regalado, no le mires el dentado.

¿Cómo es posible que la gente caiga una y otra vez en las mismas estafas, pese a la información disponible y a la gran repercusión mediática de algunos sonados engaños? En parte, tenemos que contar con la asombrosa capacidad del ser humano para tropezar en la misma piedra no sólo dos, sino todas las veces que haga falta. Pero la verdadera razón, más allá de la codicia, la inocencia y la credulidad de las personas, es la inmensa habilidad de los estafadores para “facilitar” a las víctimas la adopción de decisiones financieramente suicidas. Cuentan con un don natural para entender el funcionamiento de la mente y el contexto financiero, lo que les permite adaptar sus estrategias a las debilidades humanas de cada momento y lugar.

La capacidad evolutiva y la imaginación de los timadores son tan desbordantes que resulta difícil elaborar un catálogo de engaños lo bastante exhaustivo y actualizado. Para empezar por alguna parte, he aquí una tipología completamente arbitraria de las estafas financieras, en función de su objeto, funcionamiento y víctimas potenciales.

  • Estafas 1.0. El oro de los leprechauns
  • Estafas 2.0. Invertir en un Expediente X
  • Estafas 3.0. El canto de las sirenas

(¡AVISO! A diferencia de lo que ocurre con los avances tecnológicos, las estafas más sencillas y tradicionales no desaparecen del mercado sustituidas por otras más modernas. Como veremos a continuación, los fraudes más sofisticados simplemente se suman a los ya existentes, ofreciendo al desprevenido público una gama cada vez mayor de “productos fraudulentos” para todos los gustos y presupuestos).

Estafas 1.0: El oro de los leprechauns

Estos simpáticos duendecillos irlandeses comercian con un oro de propiedades especiales: tiene la desagradable costumbre de evaporarse por completo una vez que el leprechaun ha conseguido su objetivo. Por tanto,  podemos atribuir a los duendes la paternidad de timos como el de la estampita (el cuento del tío en Latinoamérica), el tocomocho o similares, que operan con la promesa de recompensas monetarias… altamente volátiles.
  
Estos timos se caracterizan por la simplicidad del planteamiento. Los estafadores no se complican la vida prometiendo inversiones en productos sofisticados o con alto potencial de revalorización: se limitan a ofrecer mucho dinero a cambio de un pequeñísimo favor. Con frecuencia, dicho favorcillo supone que la víctima saca provecho de la situación de debilidad o necesidad de otra persona, así que en el pecado suele ir la penitencia.

Como ejemplo inmejorable del funcionamiento de este timo sugerimos un corte de la clásica película española “Los tramposos”, en el que Tony Leblanc finge ser un joven retrasado dispuesto a cambiar un sobre lleno de “estampitas” (billetes de curso de legal) por una modesta suma de dinero.


La versión más moderna de este tipo de fraudes (que seguimos considerando 1.0 porque se limitan a intercambiar dinero por favores) es la estafa nigeriana. Puesto que elegir a las víctimas en la calle tiene poco alcance y requiere demasiado esfuerzo, ahora los delincuentes se dedican a enviar correos electrónicos masivos con historias improbables que, sin embargo, excitan la imaginación de muchas personas: premios de lotería que el ganador no puede cobrar directamente por diversos motivos, grandes herencias retenidas en África por funcionarios corruptos a los que hay que sobornar, etc. El panoli de turno (=víctima) puede aliviar las desdichas del remitente enviándole algún dinero mediante unas cuantas transferencias bancarias, a cambio de las cuales recibirá una generosa recompensa. ¡Más fácil, imposible! Os invitamos a ver una interpretación desenfadada pero muy realista de este tipo de timos en  Don Quijote y la estafa nigeriana

¿Quiénes son las víctimas potenciales de una estafa 1.0?  La respuesta más inmediata es que cualquiera con una moral lo bastante flexible. Está claro que la avaricia es un ingrediente necesario, pero probablemente el tema sea algo más complejo.

Las estadísticas sugieren que las personas mayores son mucho más propensas a caer en las estafas presenciales del tipo tocomocho. Tienen menos reflejos para detectar lo sospechoso de las propuestas y su mayor vulnerabilidad les lleva a tratar de aprovechar cualquier oportunidad para conseguir un dinerillo extra, acallando los escrúpulos morales que puedan surgir ante ofrecimientos que, casi siempre, implican aprovecharse de la presunta necesidad o incapacidad de otros.

En cuanto a las estafas nigerianas por canales virtuales, puede caer cualquiera… Mejor dicho, cualquiera lo bastante desinformado, optimista o amante de la aventura como para creer que, entre todos los habitantes del planeta con una cuenta de correo electrónico, ha sido elegido por el Universo para beneficiarse de tan sorprendente oportunidad.

Estafas 2.0: Invertir en un Expediente X

La mayor parte de las personas encuentran el mundo de las finanzas tan misterioso y paranormal como la mítica serie con la que despedimos el siglo pasado. Esta percepción deja el terreno abonado para los estafadores 2.0, presuntos expertos que aseguran tener la clave para lograr rentabilidades de ciencia-ficción, mediante inversiones sofisticadas que sólo están al alcance de unos pocos iniciados: “Dame tu dinero y te proporcionaré rendimientos que no son de este mundo, porque conozco los mercados mejor que nadie y encuentro oportunidades que nadie más ve”. De este modo prometen conducirte a la parte más secreta, al Expediente X del mundo financiero, como si este no resultara ya lo bastante opaco e inaccesible en su versión legal.      

Y aquí reside una parte del problema. Convencidos de nuestra incapacidad para entender un sistema financiero poco transparente y aún menos didáctico, hemos adquirido una peligrosa propensión a confiar nuestro dinero a cualquiera, aunque se trate (o especialmente si se trata) de gurús galácticos que prometen sacarnos de la mediocridad.

Si bien la denominación pomposa (perdón, quise decir oficial) de estos estafadores es “entidades no autorizadas a prestar servicios de inversión”, en ocasiones reciben nombres mucho más pintorescos, como chinamos o “chiringuitos financieros”. Para conocer con detalle su funcionamiento y las técnicas psicológicas que utilizan, recomendamos la guía Los chiringuitos financieros, de la Comisión Nacional del Mercado de Valores de España, bastante más amena de lo que suele ser habitual en este tipo de publicaciones. (NOTA: Casi todos los supervisores del mundo incluyen en sus páginas web avisos y listas de chiringuitos financieros, lo cual tendría magníficos efectos preventivos si la gente normal conociera su existencia).

Una de las variantes más conocidas de estos timos 2.0 son las estafas piramidales o esquemas Ponzi: la presunta estrategia inversora consiste sencillamente en pagar elevados rendimientos a los inversores más antiguos… con el dinero que van aportando las nuevas víctimas. La pirámide se sostiene mientras existe un flujo regular y abundante de nuevos pececillos, con frecuencia captados por el boca a boca: los primeros que entran en este tipo de estafas pueden recibir bastante dinero antes de que el sistema se hunda. ¿Verdad que suena familiar? Efectivamente, Madoff ha sido el más famoso de los recientes estafadores piramidales, y tiene en su curriculum haber engañado a lo más granado de las finanzas mundiales, incluido el mismísimo Banco Santander.

El caso Madoff demuestra que estos timos gozan de excelente salud, pese a que ya llevan funcionando un par de siglos. La primera pirámide financiera de que se tiene noticia surgió en la España del XIX (para que luego digan que no innovamos) y nació de la imaginación y el espíritu práctico de doña Baldomera Larra y Wetoret, hija del escritor romántico Mariano José de Larra. El sistema es tan sensato que, como señala el chiste, ha sido copiado incluso por la Seguridad Social.

(Traducción: “¡A ver, Madoff! ¿De dónde sacaste la idea de pagar a los inversores más antiguos con el dinero de los más recientes?” “Del sistema de la Seguridad Social…”. Exacto, de ahí deriva el actual problema de las pensiones en los países con menor tasa de natalidad: en pocos años no habrá suficientes trabajadores en activo para pagar las pensiones a una creciente población de jubilados. Puro sistema piramidal en proceso de hundimiento).

¡Qué decepción! Después de todo, resulta que el Expediente X no ocultaba una revalorización sobrenatural, sino sólo un timo sencillito de andar por casa.

¿Quiénes son las víctimas potenciales de una estafa 2.0? Todos aquellos que no desean formar parte de la manada de incautos dispuestos a contratar obedientemente los productos financieros prêt-à-porter que al intermediario de turno le interese vender en cada momento. Esperan de su dinero “algo más”: más sofisticado, más exclusivo, más rentable. El éxito de los estafadores 2.0 reside en que se presentan como “socializadores de las ganancias” de unos mercados de capitales que suelen reservar sus mejores oportunidades a especialistas y grandes fortunas.

Estafas 3.0: El canto de las sirenas. 

¡Oh, las sirenas! Esas mujeres mitológicas que no necesitan piernas, porque les basta su bello canto para que los hombres pierdan el oremus y estrellen sus barcos contra las rocas. En la Odisea, Homero (el poeta griego, no el padre de los Simpson) nos cuenta cómo se libró Ulises de sucumbir a su hechizo: obligó a sus hombres a taparse los oídos con cera, mientras él permanecía atado al mástil disfrutando del concierto.

Las estafas 3.0 son como el canto de las sirenas: prácticamente irresistibles y muy destructivas. Aprovechan el descrédito y la opacidad del mundo financiero para ofrecer inversiones basadas en productos tangibles: oro, sellos, obras de arte, árboles, avestruces... Cuando se trata de ahorrar para el futuro, ¿quién quiere un producto financiero etéreo e incomprensible,  pudiendo invertir en algo que es posible ver, tocar y medir?

Es fácil entender cómo atraen a sus víctimas estos estafadores-sirenas: con el presunto potencial de revalorización de las presuntas inversiones (aquí todo es presunto excepto las pérdidas de la gente, que son seguras). Sin embargo, en los últimos tiempos están añadiendo un argumento de captación que me ha dejado completamente perpleja: ¡Prometen educación financiera!

Imagino el sobresalto de quienes siguen este blog: “¿Pero no se suponía que la gran dificultad de la educación financiera es que a la gente no le interesa? ¿Cómo es posible que, de repente, tenga el suficiente gancho comercial como para convertirse en un canto de sirena?”.

Todo tiene su explicación, queridos y sorprendidos lectores. En un artículo previo comentaba que, mientras el discurso oficial de los educadores financieros institucionales es menos inspirador y más aburrido que chupar un clavo, Kiyosaki y compañía han encontrado la tecla emocional y el vocabulario adecuado para despertar el interés de la gente: mentalidad de prosperidad, seguridad y libertad financiera, generación de ingresos pasivos, hacer que el dinero trabaje para ti…

Estos conceptos resultan tan estimulantes que han llevado a muchas personas a ver la educación financiera como una oportunidad para mejorar su vida. El problema es que no tienen ni la menor idea de cómo lograr tales aspiraciones dentro del sistema financiero legal. Y aquí es donde aparecen los estafadores, prometiendo una educación financiera que “pone los secretos de los ricos al alcance de todos” y, por el mismo precio, les guía paso a paso por un sencillísimo proceso para el que sólo necesitan determinación… y disponer de unos ahorritos, claro.

Con admirable altruismo, los promotores de la estafa ofrecen al aspirante a inversor todo tipo de facilidades. Cambian el discurso elitista de las estafas 2.0 por uno mucho más populista, con el deplorable resultado de aumentar hasta el infinito el número de potenciales afectados. Eso sí, comparten con aquellas la afición por utilizar estructuras piramidales, con frecuencia disfrazadas de negocios multinivel, que convierten a las víctimas en propagadoras inconscientes del montaje.

Mientras que sobre las estafas 2.0 aún es posible hallar avisos en las webs de los reguladores, contra los fraudes 3.0 no nos previene nadie. Aprovechan las lagunas legislativas, coquetean con la legalidad y hacen de la ostentación su mejor estrategia comercial: llamativos patrocinios, grandes oficinas, apariciones constantes en los medios de comunicación, presencia en foros profesionales… Resultan casi indetectables porque saben que el mejor escondite es el que está a simple vista.

¿Quiénes son las víctimas potenciales de una estafa 3.0? Todas las personas que sienten una sana inquietud por procurarse cierta tranquilidad financiera para el futuro… pero no saben por dónde empezar. Esta desorientación hace que se muestren receptivas a cualquier propuesta de inversión que parezca razonable, comprensible y de fácil acceso.

Las estafas 2.0 y las 3.0 tienen algo en común: es muy fácil caer en ellas. Mientras en el timo de la estampita y en la estafa nigeriana se requiere cierto grado de codicia, candidez o estupidez, las estafas “para inversores” están ocupando los espacios que dejan libres las entidades legales, al ofrecer soluciones (falsas pero atractivas) a las necesidades, deseos y expectativas de las personas.

tweet aquiCONCLUSIÓN: El mayor activo de un inversor no es la información, como suelen rezar los mensajes oficiales. El mayor activo de un inversor es la desconfianzaCuando alguien nos pone delante un caballo regalado sí hay que mirarle el dentado. Aún mejor, conviene hacerle una radiografía de cuerpo entero. 

Cristina Carrillo