Dicen que
el primer paso para resolver un problema es aceptar que lo tienes. Es un hecho
que las iniciativas de educación financiera que pululan a nuestro alrededor, sin
duda bienintencionadas y meritorias… son recibidas por los ciudadanos con
singular falta de interés. Peor aún, lo normal es que atraviesen limpiamente
las mentes del público, sin germinar casi nunca: cantidades ingentes de polen desperdiciado.
Sustitúyase polen por dinero. Ergo,
tenemos un problema. Tras analizar en el artículo anterior la importancia de
tener claro a quiénes nos dirigimos y cuál es el contexto en el que viven, ahora toca plantearnos el “Qué”. ¿Cuáles son los ingredientes de los
menús-programas de educación financiera que ofrecemos al público? ¿Son tentadores
o resultan tan apetitosos como una ensalada de lechuga sin aderezo?
Los ingredientes: ¿cuáles son los componentes de lo que llamamos "cultura financiera"? Para elaborar un
menú de educación financiera equilibrado y atractivo, en primer lugar
necesitamos aclarar a qué nos referimos con este término tan amplio. Según la
OCDE, capacidad financiera es “el conocimiento y comprensión de los conceptos
financieros, así como las habilidades, motivación y confianza para aplicarlos,
con el fin de tomar decisiones efectivas en diferentes contextos…”. La
definición no acaba ahí, pero como somos gente ocupada casi todos dejamos de
leer después de "conocimiento y comprensión de los conceptos
financieros". De acuerdo, sí, parece que estos señores de la OCDE dicen después
algo más sobre habilidades, motivación y confianza, pero empecemos por los
conocimientos y todo lo demás caerá del cielo por sí solo... ¿verdad?
Ay, ay, ay. ¿Y si nuestras irracionales mentes humanas funcionaran
justo al revés? ¿Y si la motivación y la confianza fueran los requisitos sine qua non que nos impulsarían a
obtener esos conocimientos tan útiles e importantes? ¿No será esa motivación
inexistente la razón de que montones de portales, talleres y folletos de
educación financiera acaben criando telarañas sin pena ni gloria?
Adaptando a nuestra conveniencia la definición anterior,
podemos distinguir tres tipos de ingredientes (componentes) de una buena
cultura financiera:
1) Conocimientos financieros (componente cognitivo y académico).
2) Habilidades y comportamientos (componente conductual y
experiencial).
3) Actitudes, valores y creencias (componente psicológico y cultural).
Puesto que estamos hablando de recetas y menús, lo apropiado es buscar
algún equivalente comestible para estos componentes. ¿Qué fruta correspondería
a cada uno de ellos?
Conocimientos financieros:
el COCO. Así percibe casi todo el mundo el aspecto cognitivo de la educación
financiera: se encuentra en alturas inaccesibles, es feísimo por fuera y para
colmo resulta duro de pelar. Realmente, hay que tener mucho interés para hacer
el esfuerzo de trepar a la palmera, abrirlo y extraer el jugo. El
"coco" son los cálculos financieros y los conceptos económicos
elementales, el funcionamiento de los intermediarios, la operativa básica de
los mercados, etc. Es el ingrediente que separa con mayor claridad a los
profesionales de las finanzas (para quienes estos conocimientos son una
herramienta de trabajo) de los usuarios de a pie que, con tal de no utilizar el
machete para abrir el coco, se convencen a sí mismos de que pueden vivir muy
bien sin semejante fruta.
En mayor o menor proporción, siempre hay algo de coco en todos los
programas de educación financiera. Algunos trozos pueden ser relevantes y
nutritivos (conceptos básicos, cómo relacionarse con los intermediarios...)
pero otros son más indigestos. Por ejemplo, confieso que me deja perpleja el
empeño de algunos reguladores financieros por incluirse a sí mismos y sus
funciones como contenido central de los temarios. Si bien la política monetaria
nacional y la supervisión de los mercados son interesantísimos para los
aficionados a la economía, resultan básicamente irrelevantes para el usuario
medio; siguiendo con el símil culinario, equivaldrían a esas guindas con
almíbar, empalagosas y prescindibles excepto para los muy golosos.
Además, el excesivo peso de estos contenidos financieros
"académicos" en los programas de educación financiera suele resultar
contraproducente, al transmitir la errónea impresión de que la cultura
financiera es algo complejo, remoto y sin conexión alguna con la vida cotidiana.
¿Quiere esto decir que tales cuestiones deben quedar excluidas de los programas
de educación financiera? Unas veces sí y otras no: el coco no combina bien con
todos los platos. Dejamos para el final la adecuada mezcla de los ingredientes.
Habilidades y comportamientos: las
MANZANAS. He aquí el principal ingrediente de casi todos los programas
de educación financiera: kilos y kilos de manzanas, en forma de consejos prácticos
sobre hábitos y comportamientos financieros “saludables”. Casi siempre se trata
de recomendaciones que requieren sacrificio y esfuerzo. “Lleva al día tu
presupuesto personal”. “Apunta tus gastos diarios en una libreta”. “Lee de
principio a fin los contratos antes de firmarlos”. Uuuffff. Qué pereza.
No me
entendáis mal, por supuesto que son recomendaciones lógicas y razonables. El
problema es que los consumidores no somos ni lo uno ni lo otro (tema central de
los dos artículos anteriores de este blog). Tampoco quiero ser negativa: lo de
ir por la vida haciendo anotaciones en la libretita cada vez que sacamos la
billetera sin duda es excelente como ejercicio de auto-sensibilización, e incluso
estoy convencida de que hay personas que lo han puesto en práctica. Lamentablemente
yo no conozco a ninguna, por lo que no puedo aportar “casos de éxito”, pero tal
vez nuestros lectores sí cuenten en sus entornos más próximos con alguien lo
bastante motivado que pueda compartir su experiencia. Igual ocurre con los
contratos: somos tan raros y tan auto-destructivos que nos negamos a leer esos
larguísimos contratos financieros, llenos de jerga incomprensible y escritos
con letra microscópica. Y mira que los materiales de educación financiera nos
repiten una y otra vez que es por nuestro bien, pero nada: ¡nunca encontramos
el momento! Por supuesto, luego nos encontramos pagando comisiones bancarias
que no esperábamos (y que estaban clarísimamente especificadas en alguna de las
siete páginas del contrato que no leímos) y entonces aparecen el llanto y el
crujir de dientes. ¡Culpa nuestra! ¡No será porque no nos lo habían avisado!
Para ser
justos, muchas de las habilidades y conductas “manzana” son imprescindibles
para nuestra propia protección en el complejo mundo financiero de hoy. Pueden y
deben formar parte de los programas de educación financiera, pero de una manera
realista y que tenga en cuenta el contexto social, económico y cultural en el
que esperamos que las personas lleven a cabo tan saludables comportamientos. Por
ejemplo, culpar a los consumidores por adquirir masivamente productos
financieros que no entienden, alegando que deben asumir la responsabilidad de lo
que firman, no sólo implica obviar el desequilibrio de poder en las relaciones
entre bancos y clientes, sino también las prácticas comerciales agresivas y
éticamente cuestionables de la industria financiera. No está de más recordar
que, poco después de que Emilio Botín, presidente del Banco Santander, explicara
en un discurso que su éxito se basaba en no invertir en productos que no
comprendía, se supo que también había sido víctima de la estafa de Madoff. Tal
vez no se había leído bien los contratos, después de todo.
Manzanas,
sí… pero cortadas en trozos pequeños.
Actitudes, valores y creencias: el
MARACUYÁ. Numerosos puristas y partidarios de la ortodoxia económica consideran
estos aspectos tan exóticos como el maracuyá. Se sienten infinitamente más
cómodos con la hipótesis de que todos tomamos decisiones racionales basadas en
la información disponible, y dejan el interés por los aspectos psicológicos y las
motivaciones subconscientes a los autores superventas de la New Age, a los que por supuesto desprecian olímpicamente.
No hace falta estar de acuerdo al 100% con Kiyosaki (Padre rico,
padre pobre), T. Harv Ekker (El
secreto de la mente millonaria) y demás autores “populares”, para reconocer que han
logrado despertar el interés de millones de personas por las finanzas
personales… lo cual es bastante más de lo que puede decirse de todos los
programas “serios” de educación financiera diseñados desde entornos
institucionales.
Durante los muchos años que llevo dedicada al tema, las únicas
personas que se han acercado de manera voluntaria, con un interés genuino por
ampliar sus conocimientos, son las que han aterrizado en las finanzas “vía
Kiyosaki”. Por el contrario, nadie me ha dicho jamás: “¡Eh! ¡He visto vuestro
fantástico portal con consejos de economía personal y de inmediato me he puesto
manos a la obra para ordenar mis asuntos financieros!”.
¿Dónde
reside la diferencia? En que estos autores apuntan directamente a la tecla
emocional, mostrando empatía con los contradictorios sentimientos del público
en relación con el dinero. El lector se siente identificado con las
aspiraciones, las dudas y los miedos de los que Kiyosaki y compañía hablan en
sus libros. Por otra parte, cada vez hay
más economistas y profesionales, en absoluto sospechosos de falta de rigor
científico, que están dirigiendo la atención de reguladores y educadores hacia el
enfoque de la behavioral economics. Remito
a los escépticos al trabajo de Ideas42,
entidad fundada por preclaras mentes de Harvard, Princeton, el MIT y la
International Finance Corporation del Banco Mundial.
Llegamos
así a la "motivación y confianza" que forman parte de la capacidad
financiera, según la OCDE, y retomamos la idea inicial de que tales atributos
no son la consecuencia natural de los conocimientos, sino el combustible
necesario para adquirirlos. Con la suficiente motivación, es posible aumentar
el consumo de manzanas… e incluso enfrentarse al desafío de abrir un coco.
Recetas de cultura financiera: cómo mezclar los ingredientes y en qué cantidades. La “ensalada de frutas” no puede ser igual para todos. Para
encontrar la proporción de coco, manzanas y maracuyá más adecuada en cada caso,
es necesario responder a una serie de cuestiones que se agrupan en dos grandes
categorías: 1) Necesidades y punto de partida; 2) Objetivos y evaluación.
Necesidades y punto de
partida. ¿Cuáles son las auténticas necesidades del público objetivo? La
mejor forma de identificarlas es realizar un análisis conjunto en el que se
incluya a los beneficiarios, como señalábamos en el artículo anterior. Mientras
algunas son difíciles de apreciar desde fuera, también puede darse el caso
contrario: que haya necesidades de las que el grupo objetivo no sea plenamente consciente
(por ejemplo, adaptarse a una progresiva implantación de las nuevas tecnologías
en la operativa bancaria).
De nuevo tenemos que recordar la importancia de tener en cuenta el
contexto social, económico y cultural del grupo objetivo. ¿Cuál es su entorno
físico y de qué infraestructuras disponen? ¿Cuentan con los medios para poner
en práctica los contenidos y recomendaciones que se les quiere transmitir? Esas
sugerencias de comportamiento, ¿son realistas considerando su modo de vida y
las circunstancias en las que se desenvuelven? ¿Cuáles son los patrones y
códigos culturales que pueden estar
influyendo en sus comportamientos y decisiones económicas? Teniendo en cuenta
todo lo anterior, ¿qué adaptaciones habría que hacer a los mensajes y consejos
habituales?
Las necesidades deben formularse de manera concreta y práctica, evitando planteamientos abstractos del tipo: “Precisan mejorar su
cultura financiera para hacer un mejor uso del sistema financiero”.
Una vez que se han definido las necesidades formativas del público
objetivo, puede ser útil conocer cuál es el punto de partida. No nos referimos sólo
a las clásicas encuestas sobre nivel de cultura financiera (que arrojan los
mismos resultados lamentables en todas partes y cuyos resultados deben tratarse
con cierta cautela). En realidad, puede ser más revelador (y mucho menos
costoso) aprovechar en primera instancia otras fuentes estadísticas indirectas
que no reflejen intenciones o situaciones idealizadas, sino comportamientos
reales del público: porcentajes de contratación de determinados productos
financieros, hábitos de consumo, utilización de los diferentes medios de pago,
etc.
Objetivos y evaluación.
Obviamente, los objetivos se plantearán en función de las necesidades concretas
detectadas y deberán ser realistas, medibles y con plazo, como cualquier
objetivo que se precie. Sin embargo, cuando hablamos de educación financiera
conviene hacerse algunas preguntas adicionales: ¿Qué esperamos conseguir
realmente: sensibilización o capacitación? ¿Nos preocupa más el alcance o la
profundidad?
En general, no queda más remedio que elegir: si queremos llegar a
colectivos muy numerosos, la profundidad se resiente. Si nuestro propósito es estimular
la demanda de cultura financiera (sensibilización), tendremos que dejar el
aprendizaje y la transformación de conductas (la auténtica “capacitación”) para
otro momento. Es habitual que oigamos hablar de capacitación para definir
cualquier acción, por muy escaso que sea su potencial pedagógico. “Este
programa ha permitido la capacitación financiera de 3.000 personas”. No, ni mucho
menos: se han visto expuestas al programa unas 3.000 personas, lo cual es muy
distinto. Si lo hemos hecho muy bien, a lo mejor se ha conseguido concienciar a
un porcentaje significativo sobre la importancia del tema. Pero la verdadera capacitación
es otra cosa y, en general, requiere una mayor personalización de las acciones.
Tras establecer los objetivos, cuantitativos y cualitativos, hay que
definir cómo se va a valorar el grado de cumplimiento. La evaluación es uno de
los grandes desafíos de la educación financiera, ya que muchos de los objetivos
más relevantes no son fáciles de medir ni se consiguen en el corto plazo. Como
señalan las imprescindibles guías
y principios para la evaluación de programas de educación financiera de la
OCDE, los mecanismos de seguimiento y
valoración deben diseñarse al mismo tiempo que el programa.
En resumen, para determinar los contenidos y temas que se van a
desarrollar en cualquier iniciativa de educación financiera, hay que partir de
lo que la gente cree, necesita y desea, no de lo que “racionalmente” pensamos
que deberían creer, necesitar y desear. Con la “dieta de la manzana” nos
arriesgamos a generar un aborrecimiento insalvable por estas cuestiones, así
que definitivamente recomendamos la mezcla de colores y texturas de una buena
ensalada de frutas.
Después de ver el “Quién” y el “Qué”, el próximo mes hablaremos de “Cómo”
desarrollar un buen programa de educación financiera…para conseguir resultados.