martes, 15 de octubre de 2013

Los contratos bancarios de Groucho Marx

¿Quién puede discutir que la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte? En este artículo vamos a resolver dos grandes enigmas: por qué los bancos siguen utilizando contratos que parecen escritos por un Groucho Marx en estado de ebriedad y, lo que es aún más sorprendente: por qué los clientes los firmamos sin pestañear.

En la inolvidable escena de Una noche en la ópera que se incluye más adelante, Groucho y Chico Marx discuten un contrato que el primero se saca de la manga. Después de un desopilante intercambio de pareceres sobre las cláusulas del larguísimo documento, llegan a un acuerdo verbal para entera satisfacción del primero, mientras Chico no tiene ni la menor idea de a qué acaba de comprometerse. Cualquier parecido con la realidad… no es pura coincidencia. Si dispusiéramos de los datos estadísticos, sin duda serían impactantes: “En el tiempo que lleva leer este artículo, esta escena se está repitiendo en XX mil bancos del planeta”. Lo que es aún peor, la mayoría de nosotros hemos representado más de una vez el papel de Chico.

Por qué los bancos aman a Groucho Marx. Juguemos a imaginar un mundo en el que los contratos bancarios fueran comprensibles y legibles. Podrían suceder varias cosas, todas ellas espeluznantes desde el punto de vista de la presunta solvencia y la estabilidad del sistema financiero:

-        Un 70% de los clientes podrían plantearse leer el contrato antes de firmarlo (frente al 0% actual).
-        Un 55% de los clientes podrían efectivamente leer el contrato (frente al 0% actual).
-        Un 45% de los clientes podrían pedir aclaraciones sobre algunos puntos (frente al 0% actual).
-        Un 30% de los clientes podrían pedir más tiempo para reflexionar sobre la conveniencia de firmar el contrato (frente al 0% actual).
-        Un 15% de los clientes podrían decidir NO firmar el contrato (frente al 100% que actualmente firman sin preguntar ni vacilar).

¡Qué espanto! Un 15% de los clientes amotinándose… y eso sin contar el tiempo perdido en responder a las preguntas de ese molesto 45% que consideraría necesario pedir aclaraciones. Aunque… ¿quién sabe? A lo mejor esos contratos claros y legibles ayudarían a ganar la confianza de los consumidores y los bancos verían aumentar su volumen de negocio.

Volviendo a la realidad, algunos bancos centrales ya están estableciendo tamaños mínimos para las fuentes de letra de los contratos bancarios. Sin duda es un avance y, lo más importante, indica que los supervisores son conscientes del problema. Sin embargo, está lejos de ser suficiente. No sólo es necesario que el cliente pueda leer los contratos: es necesario que pueda entenderlos, sin necesidad de tener un primo licenciado en Económicas ni de pedir aclaraciones al mismo empleado bancario cuya prioridad es hacerle firmar.

Un gran obstáculo para superar el grouchomarxismo bancario es que los supervisores no siempre tienen la sensibilidad necesaria para valorar qué es o no comprensible para el consumidor medio. Lo que parece clarísimo y evidente para un profesional de las finanzas no tiene por qué serlo para un farmacéutico. Existen productos de inversión complejos cuyas advertencias de riesgo, explícitas y destacadas en la primera página del contrato, han sido bendecidas por el supervisor pero no significan nada para el pobre cliente, en especial si este tiene enfrente a una persona (el empleado bancario) que insiste en que el producto es tan recomendable que él mismo no vacilaría en recomendárselo a su propio padre.

Por qué los clientes somos como Chico Marx. Ver el comportamiento de Chico en esta impagable escena sirve de espejo para comprender nuestras auto-destructivas tendencias a la hora de asumir compromisos financieros:

En un primer momento, Chico no parece fiarse mucho de su interlocutor y se muestra saludablemente suspicaz, mientras contempla el contrato como si fuera radiactivo. Rápidamente delega en Groucho el honor de leer las cláusulas en voz alta. Puesto que al final de la escena confiesa que no sabe escribir, cabe concluir que tampoco sabe leer.
La gran mayoría de los clientes bancarios tienen el mismo problema que Chico: no saben “leer contratos”, y aún menos interpretar sus repercusiones. La falta de cultura financiera no ayuda, pero tampoco es la única responsable de esta situación: hace falta mucho más que una educación financiera básica para entender la acumulación de jerga jurídica y económica que satura los documentos. La solución más sencilla, realista e inmediata no es que los clientes aprendan finanzas avanzadas, sino redactar los contratos financieros en “lenguaje humano estándar”. 
El pobre Chico no parece tener muy claro eso de “la parte contratante de la primera parte”, pero después de un par de lecturas “parece que ya le suena mejor”. “Claro, hombre, a todo se acostumbra uno”, le responde Groucho tranquilamente.
Ahí tenemos otro de los elementos del problema: con una especie de fatalidad cósmica, nos hemos acostumbrado a no entender los contratos bancarios, como si la opacidad fuera una característica intrínseca de los mismos. Al final, la jerga financiera hasta nos suena bien, aunque no comprendamos nada… o tal vez precisamente por eso. 
La escena continúa y Groucho, en el mejor estilo vendedor de humo,  se muestra dispuesto a eliminar todo aquello que pueda resultar discutible… hasta que el medio metro inicial de cada contrato queda reducido a sendos trocitos de papel. “¿Por qué su contrato es más grande que el mío?”, pregunta Chico mientras compara su pedacito con el que sostiene su compañero. “Porque usted es más chico que yo”, contesta el imperturbable Groucho.
Muy cierto. Incluso las personas con mayor nivel formativo se sienten “pequeñas” cuando se trata de finanzas. ¿Cómo vamos a discutirle al banco algo que no entendemos? Si queremos una sociedad sanamente bancarizada es urgente desmitificar las finanzas y superar décadas de temor reverencial a los bancos. Como primer paso, estaría bien disponer de unos contratos que los clientes se sientan capaces de entender y debatir.
El final de la escena nos muestra la clásica rendición incondicional del cliente bancario. Pese a su loable resistencia durante toda la conversación, Chico termina sucumbiendo a la desbordante verborrea de Groucho, que decide terminar con sus objeciones de una vez por todas:
G - Bueno, de todas formas estamos de acuerdo, ¿verdad?
C - Sí, eso sí.
G - Entonces ponga su firma ahí y el contrato será legal.
C - Me olvidé de decirle que no sé escribir.
G - Es igual, la estilográfica no tiene tinta. Pero el contrato está hecho, ¿no es eso?
C - ¡Ah, sí, claro!
A todos los lectores que están sonriendo en este momento... ¿Verdad que tiene menos gracia cuando pensamos que conversaciones parecidas nos llevan continuamente a asumir obligaciones y gastos de los que no somos conscientes? Sí, eso imaginaba.