viernes, 23 de diciembre de 2011

Cumbre mágica en Laponia (cuento de Navidad)


Hace algunas semanas, Santa Claus convocó una reunión de emergencia en su sede central de Rovaniemi, Laponia. Pese a su inalterable confianza en la sensatez de los seres humanos, estaba empezando a temer que los niños europeos iban a pasar unas navidades bastante complicadas. 

“¿Y bien?”, preguntó, muy irritado, dirigiéndose al elfo responsable de la distribución de juguetes en Alemania. “¿Se puede saber por qué carámbanos se están retrasando este año los envíos al sur de Europa?

El elfo rubio se encogió de hombros. “No es culpa nuestra, Santa. Los elfos morenitos tienen ya más deudas de las que pueden devolver. No pensamos enviarles más juguetes mientras no estemos seguros de que se comportarán de forma más responsable en el futuro”.

Ninguno de los “elfos morenitos” respondió a tan prepotente comentario, porque estaban demasiado ocupados tratando de calcular si la calderilla que llevaban en los bolsillos sería suficiente para el viaje de vuelta. Como todo el mundo sabe, los renos necesitan una gran cantidad de plantas para alimentarse, y en los últimos tiempos los mercados de líquenes y setas habían experimentado unas vertiginosas subidas de precios. Además de las dificultades para conseguir los juguetes, los elfos del sur se temían que los famélicos renos no estaban en condiciones de transportar demasiado peso.

Santa Claus, viendo el panorama, se puso aún más colorado de lo habitual y comenzó a vociferar: “Me importan un comino las deudas, los mercados y los precios. Nosotros, los seres mágicos, estamos por encima de las pequeñas miserias humanas, y nuestra prioridad es que los niños sean felices”.

“I’m very sorry, sir, but I don’t agree”, intervino el elfo inglés. “Nuestra prioridad debe ser preservar nuestros mágicos privilegios y mantener debidamente las distancias entre ambos mundos”.

Un elfo pequeñito y de aspecto relamido lanzó un bufido de desprecio ante este discurso: “Mon Dieu! Algunos ni se molestan en ocultar lo felices que serían si se disolviera nuestra mágica comunidad”.

En este punto Santa Claus, que parecía estar a punto de sufrir un aneurisma, se puso en pie con aspecto derrotado y anunció: “¡Os felicito! Habéis conseguido algo dificilísimo: acabar con mi paciencia. He oído más estupideces en esta reunión que en todos mis siglos de existencia. No quiero saber nada más de vosotros… ¡Ya encontraré otra forma de conseguir juguetes para todos mis niños!”.

Sin perder un momento, Santa se dirigió a su despacho, se conectó a Skype y tecleó un número que solo utilizaba en casos de extrema gravedad. Un minuto después tenía en pantalla a un tipo risueño con un gran turbante.

“¡Hola, amigo Santa! Qué gran alegría saber de ti. ¿Cómo van las cosas? Pareces agobiado… ¿Demasiado trabajo? Creo que deberías cuidar ese colesterol”.

“Menos guasa, Baltasar”, le interrumpió Santa Claus. “Necesito vuestra ayuda. Mis ayudantes son bobos sin remedio y necesito envíos extra de juguetes a Irlanda, Portugal, España, Italia y… ¡Grecia, por Dios! Muchos juguetes para Grecia…”

“Tranquilo, colega”, se rió Baltasar. “¡Cuenta con nosotros! Hace tiempo que lo estábamos viendo venir. De hecho, ahora mismo Melchor y Gaspar están en China, haciendo un pedido especial  para enviar a todos esos sitios…”

Y este es el motivo por el que muchos pequeños europeos recibirán, el 6 de enero de 2012, lindos juguetes "made in China". 


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jueves, 1 de diciembre de 2011

El elevado precio de descuidar la economía personal


El pasado martes tuvimos el placer de participar en un evento sobre “Responsabilidad Social y Cultura”, organizado en Buenos Aires por Impacta Cultura y por el Instituto Formación Técnico Superior nº 12 de la C.A.B.A.

Uno de los objetivos de la jornada era vincular las diferentes acepciones de la cultura con las acciones emprendidas por entidades públicas y privadas para la promoción de una sociedad más equitativa y sostenible. Nuestro enfoque consistió en resaltar las graves consecuencias individuales y sociales de la falta de cultura financiera, así como los efectos de una mala gestión de la economía personal sobre la salud y el bienestar.

En las épocas de bonanza económica, las sociedades occidentales acostumbran a sus ciudadanos a un ritmo creciente de endeudamiento y consumo. El aumento de los ingresos se percibe como una mejora del propio estatus, lo que de forma casi automática conduce a un  inmediato (y superior) aumento de los gastos. Son muy pocos los que se paran a cuestionar si esos logros materiales se ajustan en realidad a sus objetivos personales y profesionales, por lo que la vida se convierte, para la mayoría, en la interminable carrera del hámster en la rueda.

No parece muy envidiable la existencia del hámster, sin llegar a ninguna parte por mucho que se esfuerce. Suena deprimente y lo es. Frustración, depresión, ansiedad, estrés, enfermedades coronarias, malos hábitos alimenticios y falta de ejercicio son consecuencias directas de un estilo de vida en el que las obligaciones adquiridas terminan siendo superiores a las recompensas emocionales. En julio de este año se publicó en el Reino Unido un estudio del Instituto para la Investigación Económica y Social de la Universidad de Essex, titulado “Cultura financiera, ingresos y bienestar psicológico”, en el que se define “cultura financiera” como la habilidad de una persona para gestionar su dinero y controlar sus finanzas. Como conclusión principal, el Dr. Mark Taylor, director del estudio, señala que “mejorar las destrezas para manejar las propias finanzas tendría efectos sustanciales en las enfermedades relacionadas con el estrés y sus consecuencias, y por lo tanto aportaría beneficios duraderos tanto para el individuo como para la economía en su conjunto”.

Una vez establecida esta relación, es fácil suponer que una crisis como la que se está viviendo tiende a empeorar los efectos de la falta de cultura financiera, porque el habitual esfuerzo ya no se ve acompañado de compensaciones más o menos predecibles: los años de crecimiento y bienestar económico en las economías occidentales han disminuido nuestra capacidad para gestionar la incertidumbre. El deterioro de las expectativas ha sorprendido a muchas familias en situaciones graves de sobreendeudamiento, o sin los recursos necesarios para hacer frente a imprevistos como el desempleo o la disminución de ingresos.

Según las estadísticas, en los dos últimos años las consultas a psiquiatras y psicólogos han aumentado en España en torno a un 50%. Julio Bobes, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, explica que “desde el punto de vista clínico cada vez es más frecuente ver casos relacionados con la situación económica actual. Se trata de un trastorno de carácter adaptativo como consecuencia de haber organizado proyectos en base a  una situación que no se pensaba que se iba a modificar”.

La mayoría de los acontecimientos económicos que nos rodean escapan por completo a nuestro control. Sin embargo, esto no significa que nos encontremos indefensos o que no dispongamos de alternativas. El desafío está en quitar el piloto automático a nuestros comportamientos económicos y llevarlos al terreno de las decisiones conscientes. Reflexionar sobre nuestras pautas cotidianas de ahorro y consumo puede ayudarnos a realizar pequeños ajustes que nos  eviten la “muerte financiera”, tan bien ilustrada por la viñeta publicada en El Nuevo Día, de Colombia. Las buenas noticias son que aún podemos utilizar la crisis como desfibrilador para revivir nuestro “músculo económico”.

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