domingo, 1 de abril de 2012

Testosterona, estrógenos y sostenibilidad


Después de pasar las últimas décadas esforzándonos por demostrar a propios y extraños que somos tan profesionales como cualquiera, y que ni las exigencias biológicas ni nuestra presunta sobrecarga emocional nos incapacitan para destacar en el masculino campo de la Economía, el ejemplo de Islandia nos ofrece a las mujeres una excitante posibilidad alternativa: ¿Y si en lugar de adaptarnos nosotras a un modelo concebido por los Stallone y los Van Damme de las finanzas, nos dedicamos a promover una “revolución pacífica estrogénica” para lograr un mundo verdaderamente sostenible?

Recientemente, un amigo llamó mi atención sobre el artículo Aurora boreal, publicado por John Carlin en El País. Tres años después de la espectacular quiebra de Islandia, el país se está recuperando de forma sorprendente, en un clima de confianza que para sí quisieran otros países europeos. El autor señala como principal motivo de este nuevo "milagro islandés" la radical sustitución de la antigua cúpula política, financiera y empresarial (integrada por hombres casi al 100%) por mujeres que no tienen ningún complejo a la hora de decidir según valores tradicionalmente considerados "femeninos". 

Algunos pasajes del artículo resultan especialmente rotundos: “En un país arruinado por la excesiva testosterona de sus banqueros (…) la palabra clave, hoy, es sostenibilidad, y todos los partidos la repiten en sus declaraciones públicas. Y la sostenibilidad, en opinión de la ministra Jakobsdottir (de Educación, Ciencia y Cultura), es un concepto más femenino que masculino. Ella lo explica así: Mucha gente achacó los excesos de los banqueros que nos causaron tantos problemas a una cultura masculina. En 2009, todo el mundo decía que necesitábamos menos pensamiento de chulería masculina y más mujeres con ideas pragmáticas y estratégicas”.

La corrección política dificulta en ocasiones la natural aceptación de las diferencias entre hombres y mujeres. Cuando en el grupo de LinkedIn “Gestión de las finanzas personales” se planteó el debate sobre quiénes manejaban mejor el dinero, varias opiniones apuntaron que “no es una cuestión de género, sino de actitudes y habilidades personales”. Sin embargo, asumiendo las limitaciones inherentes a cualquier generalización, y sin menospreciar la influencia de los factores educativos y culturales, lo cierto es que sí es cuestión de género. La psicóloga chilena Pilar Sordo, en la presentación de su libro “Viva la diferencia”, señala con mucho humor que las mujeres estamos, física y emocionalmente, más predispuestas a retener y conservar, mientras que los hombres son maestros en el arte de soltar y seguir adelante. Como siempre, la virtud está en el punto medio, pero no es difícil imaginar cómo afectan estas características (identificables en numerosas situaciones cotidianas) a la manera en que hombres y mujeres toman sus decisiones económicas y financieras. 

En realidad, parece que la valía de las mujeres como gurús financieros es universalmente aceptada desde hace tiempo… siempre que no se nos ocurra salirnos del ámbito del hogar o, como mucho, de los emprendimientos de subsistencia. Sin necesidad de sesudos estudios universitarios, basta con mirar a nuestro alrededor para comprobar que, en general, son las mujeres las que manejan la economía familiar, con notable éxito en la administración de los recursos escasos (los que nos dedicamos a la educación financiera abogamos por la responsabilidad conjunta de todos los miembros de la familia, pero ese es otro tema). Según el premio Nobel Muhammad Yunus, “El impacto de los microcréditos en las mujeres es mucho más grande que si estos los recibieran los hombres, ya que son ellas las que cuidan de los niños. Actualmente, en muchas familias la mujer es la que más contribuye al bienestar familiar. Son prudentes y conservadoras en cuestiones de dinero y tienen una mayor visión a largo plazo”.

Qué bien. Somos prácticas y sensatas, estamos comprometidas con el bienestar de los demás y  tenemos visión estratégica. Entonces, ¿cómo es posible que no estemos ocupando aún los ministerios de Economía y Finanzas del mundo entero? Parece que nos ocurre lo mismo que con la cocina: no tenemos rival friendo toneladas de patatas y alimentando hordas de adolescentes, pero casi todos los grandes chefs del mundo, los que se hacen multimillonarios con platitos de diseño, son hombres. Ay, compañeras, qué poco nos valoramos.

Claro que, de vez en cuando, alguna mujer sobreadaptada alcanza los grandes centros decisorios, casi siempre a costa de muchos sacrificios personales. No es casualidad que a Margaret Thatcher la llamaran con admiración la Dama de Hierro, como si mantener las propias posiciones contra viento y marea fuera el súmmum de la grandeza.

Volviendo al planteamiento inicial, pensemos en cómo sería el mundo financiero si le aportáramos nuestros atributos y valores femeninos, en lugar de “comprar” los que nos han venido dados desde hace décadas (y que no parecen estar dando muy buenos resultados, por decirlo de forma suave y femenina).

En el artículo de la revista Forbes Lo que las mujeres pueden enseñarnos sobre el dinero se identifican algunas diferencias significativas sobre la manera en que adoptamos las decisiones de inversión: 1) Los hombres están más convencidos de su propia competencia y deciden por sí solos, mientras que las mujeres se sienten más inclinadas a valorar diferentes fuentes de información y puntos de vista; 2) Las mujeres son más pacientes, se enfocan en el largo plazo y piensan más antes de realizar una operación, frente a la mayor rotación en las carteras de los hombres; esta “agilidad inversora” de los varones no sólo no garantiza mayores rendimientos, sino que a menudo implica peores resultados debido al impacto de los gastos operativos. 3) Los hombres muestran un mayor optimismo sobre la evolución de sus inversiones; las mujeres son más realistas a la hora de afrontar los hechos.

Desde luego, el mensaje no es que unas cualidades sean mejores que otras, sino que todas ellas son necesarias para lograr resultados óptimos, y que según las circunstancias del momento será más conveniente dar rienda suelta a la testosterona o diluirla con estrógenos. 

Volvemos a Islandia para cerrar este artículo, con la magnífica conferencia de Halla Tomasdottir, co-fundadora de la firma de servicios financieros Audur Capital. Es breve, entretenida y muy reveladora. Cuenta cómo su empresa, creada antes de la crisis islandesa, fue capaz de capear el temporal sin pérdidas de capital. En síntesis, señala cuatro aspectos que identifican un estilo femenino de hacer finanzas, y que resultan imprescindibles para superar algunos fallos del dogma financiero tradicional:
  1. Conciencia del riesgo. Esto no significa evitarlo de forma radical, sino reconocer su existencia y no invertir en nada que no resulte transparente y comprensible.
  2. Hablar claro. Ninguna situación debe ocultarse ni disfrazarse tras la jerga; los clientes tienen derecho a conocer todas las circunstancias y a que les sean explicadas en un lenguaje sencillo.
  3. Creer en el capital emocional. Las finanzas no son una cuestión de números: son las personas las que ganan y pierden dinero.
  4. Beneficios con principios. Las ganancias son un concepto amplio que debe valorarse a largo plazo, incluyendo beneficios sociales y ambientales.




Por suerte para el mundo, somos muchas las mujeres dispuestas a compartir nuestra predisposición genética a la sostenibilidad, con el fin de superar los actuales desafíos económicos. Ya sólo nos queda inspirarnos en las mujeres islandesas para defender sin complejos nuestra empática, emocional y práctica manera de afrontar la vida y las finanzas.


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