martes, 4 de noviembre de 2014

La arrolladora pasión del emprendedor

Esteban Works  era un emprendedor de éxito. Su idea de crear peluquerías caninas de alto standing, con simuladores virtuales que permitían a los propietarios elegir desde su domicilio el estilo más favorecedor para su mascota, había tenido un éxito insospechado. En el momento en que comienza esta historia, las franquicias Can-Style ya podían encontrarse en los cinco continentes.

Como ya no necesitaba prestar atención a su negocio (una legión de especialistas lo hacía por él) Esteban se convirtió en lo que ahora se llama “un orador motivacional”. Bajo el lema "Si yo pude, tú también", nuestro protagonista recorría el mundo contando sus experiencias, en las que resaltaba tanto los aciertos como los errores que le habían llevado al éxito. “¡Sí, errores!”, afirmaba, antes de realizar una pausa calculada para comprobar que su público estaba debidamente impactado. “Puedo decir, con total honestidad, que he aprendido  más de mis numerosos fracasos que de mis pocos aciertos, ja, ja, ja”.

Después de cinco años de pasear su sapiencia emprendedora a lo largo y ancho del orbe, Esteban estaba tan imbuido de su personaje (el emprendedor visionario) que comenzó a perder el contacto con la realidad. Olvidó convenientemente todos los detallitos sin importancia que no encajaban con su imagen pública de gurú-del-autoempleo-reciclado-en-empresario-muchimillonario (como, por ejemplo, que la idea de recrear la imagen virtual de las mascotas se le había ocurrido a su primo Paco una noche de borrachera colectiva, mientras en la tele ponían un capítulo de CSI Miami... en el que los hombres de Horatio Caine identificaban al sospechoso actualizando un retrato antiguo). En las exposiciones de Esteban, la ignominiosa realidad se transformaba en la siguiente recomendación aleccionadora: “¿Que cómo se nos ocurrió la idea? Mediante un riguroso estudio de mercado, que nos permitió detectar una necesidad insatisfecha entre los propietarios de perros con pedigrí”.

Tampoco tenía nadie por qué enterarse de que los primeros clientes habían contratado sus servicios extorsionados por el padre de Esteban, un empresario de éxito decidido a dar el primer empujoncito a su retoño. “Mi padre se hizo a un lado desde el primer momento, porque cree en el valor del esfuerzo personal”, era la versión oficial sobre sus inicios, que podía encontrarse en la biografía autorizada que inundaba todas las librerías: “Esteban Works: por amor a los canes”.

Esos primeros clientes, poco dispuestos a ser los únicos idiotas que se gastaran un dineral en semejante cosa, decidieron superar la disonancia cognitiva comentando a todo el mundo lo original y exclusivo que era el negocio de “canes con estilo” de Esteban Works. Pronto, la página de fans de Can-Style en Facebook sumaba varios miles de likes, y las fotos de las prolijas y maqueadas mascotas se volvieron virales, cual equivalente canino de las megacursis fotos de bebés de Anne Geddes.

Un cambio de paradigma


Mientras Esteban repetía su conferencia, con ligerísimas variaciones, en los escenarios TEDx del mundo entero, las economías occidentales se debatían en una crisis económica cuyo final ni siquiera se atisbaba.

Como las posibilidades de que los jóvenes encontraran trabajo eran cada vez más remotas, alguien llegó a la conclusión de que estábamos ante un cambio de paradigma, que afectó sobre todo al léxico: los tristes “jóvenes en paro” empezaron a ser conocidos por la mucho más estimulante denominación de “millennials”.

En el nuevo paradigma, el millennial era un joven tan vanguardista y versátil que ni podía ni quería encajar en los moldes laborales tradicionales. Esteban disfrutaba mucho dando charlas a los millennials, siempre con el mismo mensaje central: “No viváis la vida de otros, elegid vuestro propio camino. Encontrad vuestra pasión y seguidla sin desmayo”.

Los jóvenes salían de sus presentaciones inspirados y emocionados, convencidos de que eran genéticamente demasiado creativos como para conformarse con los estrechos límites profesionales de un trabajo convencional, y dispuestos a exprimirse las meninges hasta encontrar LA IDEA que los catapultaría derechitos hasta el Olimpo emprendedor.

Pero los jóvenes no eran los únicos cuyas expectativas se habían visto sacudidas por la crisis. La rosada nube en la que flotaba Esteban comenzó a desteñir cuando sus talleres para emprendedores comenzaron a mostrar una mayor variedad demográfica. De manera progresiva, la audiencia de prometedores millennials se vio ampliada con personas de mediana edad, en su mayoría agobiados padres y madres de familia que habían quedado fuera de juego a causa de las reestructuraciones empresariales.

Con una esperanza sazonada de miedo e impaciencia, esos emprendedores forzosos trataban de encontrar en las apasionadas y sentenciosas recomendaciones de Esteban la receta mágica para un éxito rápido y seguro. “Estudia a los mejores y sigue su ejemplo”, era una de las máximas preferidas de Esteban. Por supuesto, como él era uno de los mejores, la narración novelada de su propia experiencia era casi siempre el tema principal de sus charlas y talleres.

A pesar de su progresivo alejamiento de la realidad, Esteban no era estúpido ni un mal tipo. Algunas de sus recomendaciones (que no eran tanto “suyas" como pertenecientes al acervo cultural del “emprendedor portentoso del siglo XXI”) empezaban a sonarle huecas y falsas incluso a él mismo. “Más fácil decirlo que hacerlo”, susurraba una vocecita interior, cada vez más cínica y persistente.

Sin embargo, la implacable inercia seguía empujándolo hacia delante: más conferencias, más entrevistas, más talleres para enfocar la energía emprendedora de un público muy desorientado… hasta el día en que su burbuja personal estalló.

Siguiendo tu pasión


Era un esplendoroso día de primavera. Esteban impartía un taller de cuatro horas llamado “De la idea a la acción: cómo seguir la ruta emprendedora de Esteban Works”, por el que cada participante había pagado una pequeña fortuna. Para muchos de ellos era un gasto excesivo, pero resultaba fácil de justificar con una de las sentencias preferidas del gurú Works: “El dinero empleado en formación nunca es un gasto, sino una inversión en excelencia que multiplicará tus posibilidades de éxito”.

La sesión comenzó, como de costumbre, con la entrada triunfal de Esteban entre los entusiastas aplausos del público y la reproducción a todo volumen de We are the Champions. Esteban indicó por señas a los asistentes que se pusieran en pie y juntaran las manos en alto,  mientras se dejaban los pulmones repitiendo el estribillo (que era lo único que se sabía la mayoría, y casi todos mal): “ui ar de champions mai freeeeend… and eh… yeah yeah…”.

Con el público nadando en endorfinas, Esteban se lanzó a su acostumbrado repertorio de anécdotas y frases inspiradoras.

Después de una pausa para el café y las galletas, “gran ocasión para comenzar a construir vuestra red de contactos”, durante la que se produjo un intercambio compulsivo de tarjetas comerciales, Esteban anunció que había llegado el momento de la verdad. “Ahora es vuestro turno. Hoy yo soy sólo el presentador, vosotros sois los auténticos protagonistas. Porque  habéis elegido tomar las riendas de vuestras vidas. Porque habéis tenido el coraje de dejar atrás vuestra zona de confort. Porque habéis elegido perseguir vuestros sueños y transformar lo que os apasiona en una forma de vida. Ahora es el momento de compartir con vuestros colegas emprendedores las ideas y proyectos que os inspiran. ¿Quién se anima a empezar con un elevator pitch de tres minutos?”.

Una multitud de manos se alzaron al instante y Esteban eligió a los primeros afortunados. Veinte minutos después, habían escuchado y aplaudido a cinco jóvenes de aspecto aniñado, cuyas explicaciones técnicas hubieran puesto en apuros al mismísimo Stephen Hawking. Por la cabeza de Esteban cruzó fugazmente un pensamiento que rozaba la herejía: "Estoy hasta la coronilla de estos cerebritos obsesionados con la nanotecnología". Con un meritorio esfuerzo de mindfulness logró controlar su expresión sin delatar el hartazgo que sentía. "Necesito alguien que devuelva este grupo al mundo real". Apenas había terminado de formular el deseo cuando sus entrenados ojos localizaron en la fila 13 al candidato perfecto. Era un hombre robusto de unos 52 años, cuya expresión mostraba una difusa mezcla de concentración y esperanza. "Seguro que su proyecto es algo útil, comprensible y sensato", se dijo Esteban.

"Usted, caballero... Sí, usted, el del pullover rojo. ¿Sería tan amable de compartir con nosotros su elevator pitch...? Quiero decir... que si podría contarnos de forma breve y atractiva en qué consiste su proyecto, por qué cree que puede ser un éxito y..."

"Sé lo que es un elevator pitch", interrumpió el hombre un poco ofendido.

"Sí, tiene razón, disculpe...". Esteban recurrió a sus tablas para superar el desliz con naturalidad. "Llevo tanto tiempo dando conferencias que no logro desprenderme del tonillo didáctico", rió . ¿Nos puede decir su nombre?".

"Me llamo Ángel".

"Excelente, Ángel, excelente. Puedes empezar cuando quieras".

"Ayudo a las personas amantes de los loros y periquitos a disfrutar de unas mascotas adiestradas para reproducir a la perfección los discursos más inspiradores de la historia: Sócrates, Barak Obama, Steve Jobs, Martin Luther King... ¡Incluso estoy trabajando con un periquito para que repita el discurso que diste tú en la Universidad de Princeton! Aún a riesgo de pecar de inmodestia, debo decir que mi entrenamiento no sólo hace que los loros reproduzcan las palabras, sino también las inflexiones y el timbre de la voz, con una asombrosa fidelidad. Huelga decir que, si bien se trata de un negocio estrictamente cultural y por completo inofensivo, he establecido límites éticos inquebrantables. Por ejemplo, ninguna de mis aves aprenderá jamás los discursos de Hitler. Entre otras cosas, porque el alemán es un idioma endemoniadamente difícil..."

El emprendedor Ángel continuó de esta guisa más allá de los tres minutos reglamentarios, sin que nadie en el estupefacto auditorio tuviera muy claro cómo reaccionar. Por fin, Esteban logró recuperar el habla:

"Disculpa, Ángel... Ya superaste con creces tus tres minutos. Dime la verdad... Esto es una broma de cámara oculta, ¿verdad?".

Ángel parpadeó, desconcertado. "¿Cámara oculta? ¿Qué quieres decir?".

"Ejem... Bien, sin duda tienes un hobby muy original...".

"¡No es un hobby! Siempre me gustaron los loros, pero son animales delicados que requieren grandes cuidados. Hice lo que aconsejabas en tu libro: busqué el modo de convertir una afición que me apasiona en un negocio. Como decía Confucio: el que hace lo que ama, no trabaja ni un sólo día de su vida".

Convencido por fin de que el hombre hablaba en serio, Esteban comenzó a expresarse con mayor cautela:

"¿Y cuánto tiempo llevas con el negocio? ¿Has vendido algún... er... periquito?"

"Oh, llevo unos dos años. No, aún soy nuevo en esto del marketing, estoy pensando en contratar un community manager para que dé a conocer el negocio en redes sociales.... Pero no estoy preocupado porque, como señalas en tu libro, es normal que los negocios más innovadores encuentren resistencias al principio. ¡El mundo está lleno de personas que abandonaron porque no sabían que sólo  estaban a un metro de la meta! Desde luego yo no voy a ser uno de ellos, no, señor".

"Ya... En fin, ¿ te has planteado la posibilidad de que sencillamente no exista demanda para tu producto? ¿Quién querría tener una mascota tan delicada y, si me perdonas, tan molesta y cara de mantener, con el único objeto de  escuchar un discurso famoso que puedes encontrar en  YouTube?".

Ángel se mostró perplejo durante unos instantes, pero finalmente sonrió con alivio y guiñó el ojo a Esteban. "Ya entiendo, esto es una prueba. Como dices en tu libro: El primero en tener una idea siempre debe enfrentarse a la incomprensión de los que temen salir de su zona de confort. Ja, ja, yo ya superé esa prueba: mi mujer se divorció de mí y se fue con los chicos cuando empecé a llenar la casa de loros. Pobrecilla, carece de visión emprendedora...".

Rezando por no obtener la respuesta que esperaba, Esteban se atrevió con otra pregunta: "Ángel, ¿de dónde sacaste el dinero para comenzar tu proyecto?"

"De la indemnización por despido… Estuve 25 años en la misma empresa, hubo ajustes y… en fin. Por suerte me echaron con un buen pellizco.  Mi mujer quería poner una panadería. Nunca tuvo imaginación ni empuje, pobrecilla, por mucho que insistí no hubo forma de que se leyera tu libro. Lo de la panadería hubiese dado para sobrevivir, no digo yo que no, pero ¿quién quiere sobrevivir cuando se puede luchar por un sueño? Cuando me despidieron, recordé el mantra del emprendedor: ¡Toda crisis es una oportunidad! Y aquí estamos...".

Esteban no dijo más. Se dio media vuelta y abandonó el escenario. Durante unos minutos, el público esperó su reaparición, pensando que aquello era un golpe de efecto y que formaba parte del espectáculo. No era así. Esteban Works, sencillamente, había desaparecido de la faz de la Tierra.

Epílogo


Aunque al principio se organizó un gran revuelo, con la huida de Esteban llenando portadas y programas de cotilleos, la implacable actualidad pronto relegó a nuestro héroe al panteón de los sucesos olvidados. Hasta que...

El nuevo libro de Esteban Works inundó las librerías: “De emprendedor a profesional: cómo encontrar el trabajo adecuado para ti”. En él, Esteban recomendaba evitar las modas y ser consciente de los pros y contras de cada elección personal. “Ni todos estamos hechos para trabajar en una empresa, ni todos hemos nacido para ser emprendedores o futuros empresarios. Encuentra tu propia voz y no sigas a ningún gurú”.

Las reflexiones de Esteban no terminaban ahí: “Cada vez más expertos y blogueros tratan de llamar la atención sobre las trampas de la fiebre emprendedora: no es como una actividad artística, en la que sólo cuentan los deseos personales de auto-expresión. Es una actividad comercial, y las actividades y deseos necesitan enmarcarse de manera realista en una red de diversos servicios y conocimientos profesionales: legales, económico-financieros, comerciales, etc. Dejemos de usar la falta de cultura emprendedora como una cortina de humo para desplazar el debate social sobre el modelo económico y laboral de nuestros días. Si de verdad queremos ayudar e impulsar a los emprendedores, hagámoslo bien y no minimicemos el esfuerzo necesario. La pasión no puede sustituir a un buen estudio de viabilidad”.

De este modo, Esteban se convirtió en el gurú del “movimiento anti-gurús”, y comenzó a ser citado como ejemplo de evolución personal basada en la libertad y en la independencia de criterio. Pronto comenzó a ser habitual de las charlas TEDx, y volvió a los escenarios a dar charlas, talleres y entrevistas explicando cómo se dio cuenta de que su experiencia personal podía confundir a los emprendedores, en lugar de ayudarlos.

Consciente de la ironía de la situación, Esteban decidió que no valía la pena luchar contra lo inevitable: estaba destinado a ser un creador de tendencia. "¡Los seres humanos no tenemos remedio!", concluyó, encogiéndose de hombros. 

Y se compró una mansión en Malibú.

AVISO. Esta historia es sólo una fábula completamente inventada (o tal vez no). Cualquier remoto parecido con personas o sucesos reales es simple coincidencia (o tal vez no). Bajo ningún concepto se pretende insinuar que en el actual “acervo cultural del emprendedor” hay mucha paja y poco grano (o tal vez sí).

Cristina Carrillo 

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