martes, 15 de enero de 2013

El homo economicus en la cabalgata de los Reyes Magos


En España, las Navidades terminan oficialmente el 6 de enero, cuando los niños empiezan a romper los juguetes que esa misma mañana les han traído los Reyes Magos. Sin embargo, el último gran evento navideño tiene lugar la tarde anterior: dotados del don de la ubicuidad, los susodichos monarcas desfilan por las ciudades y pueblos de toda España, escoltados por un batiburrillo de personajes y referencias infantiles (los piratas del Caribe, Disney al completo, Narnia, Harry Potter… ).

Para confirmar los malos augurios sobre el 2013, me tocó estrenarlo acompañando a mi sobrina de nueve años a la cabalgata de Reyes en Sevilla. ¡Espeluznante experiencia! Durante unos minutos debatí conmigo misma dos posibles líneas de acción: 1) Acabar de una vez con las ilusiones de mi sobrinita (que ya están muy tambaleantes) sobre camellos voladores y reyes dadivosos y arrastrarla de vuelta a casa; 2) Ceder a la deformación profesional y observar la surrealista situación en clave de conceptos y comportamientos económicos. Estáis leyendo esto porque no tuve corazón para decidirme por la opción 1…

Para los que nunca han sufrido el shock de presenciar una cabalgata, debo aclarar que el objetivo de los asistentes no es la contemplación pasiva de las artísticas carrozas. El verdadero propósito es conseguir la mayor cantidad posible de los caramelos y golosinas arrojados por sus ocupantes. La única ley que se respeta es la de la selva: los niños más grandes apartan a empujones a los más pequeños, y los adultos apartan a empujones a los niños (ajenos) de cualquier tamaño. En torno a este esquema tan simple podemos encontrar representados algunos conceptos relacionados con la economía y la educación financiera:

Patrocinio y marketing.  En esta ocasión, la cabalgata estaba encabezada por dos pequeños coches eléctricos de una conocida marca automovilística, con aspecto de juguetes sofisticados para niños caprichosos. La misma marca sufragaba también el reparto masivo de bolsitas de plástico con el lema “Cabalgata limpia, guarda aquí tus caramelos”.

Apunte para empresarios y emprendedores: toda aglomeración de personas con ánimo festivo es una buena ocasión para dejar ver tu logo. Si además vinculas tu marca con alguna idea bien posicionada en la mente del público (limpieza del entorno, respeto al medioambiente) y les facilitas al mismo tiempo la satisfacción de una necesidad (en este caso, las bolsitas para guardar el botín de la jornada) es probable que obtengas un buen retorno de la inversión realizada.

Acumulación. Ingenua de mí, en un primer momento pensé que se estaban repartiendo demasiadas bolsas (recordemos que el plástico no es precisamente un material  biodegradable) y que no había manera humana de que los niños pudiesen llenarlas todas. Por supuesto, me equivocaba. Mi sobrina, que a estas alturas es toda una profesional de las cabalgatas con una depurada estrategia, tomó impertérrita el manojo de bolsas y las repartió entre sus bolsillos para ir sacándolas con rapidez a medida que se fueran llenando las demás. ¿El resultado? Baste decir que hubiese sido capaz de llenar el doble de bolsitas sin gran esfuerzo.

Pese a que mi sobrina tiene racionado el consumo de dulces, y a que las bolsas de caramelos de cabalgatas anteriores suelen rodar por su casa hasta la fecha de caducidad, la compulsión de acumular parece ser consustancial al homo economicus y se manifiesta, por lo tanto, desde la más tierna infancia. La propiedad de algo genera una sensación de riqueza y seguridad que libera gran cantidad de endorfinas (aunque, como todos sabemos, tan adictivo efecto es poco duradero y requiere la inmediata adquisición de nuevas posesiones).

En el caso de las cabalgatas, el atractivo inherente a cualquier proceso de acumulación se ve potenciado por el concepto de “gratuidad”. Si conseguir bienes materiales proporciona una gran satisfacción, obtenerlos a coste cero ya nos aproxima al éxtasis.

En la edad adulta, esta tendencia a la acumulación tiende a afianzarse y brota con especial virulencia en época de rebajas, o cuando los comercios ofrecen aparentes “facilidades de pago” en forma de descuentos, promociones o cuotas. Cuando algo es (o parece) barato y asequible, el impulso de consumir se impone a cualquier consideración de necesidad o utilidad. ¿Qué importa que esos pantalones de oferta nos estén un poco grandes o un poco pequeños? ¿O que el color no acabe de gustarnos? ¿O que ya tengamos pantalones más que suficientes? ¡Hay que aprovechar las oportunidades!

En este caso, no hubo forma de convencer a mi sobrina para que dejara de jugarse la integridad física por unas golosinas que jamás va a catar: la mera posesión de cuatro bolsitas llenas de dulces resultó ser incentivo suficiente. Incluso después de que el último Rey Mago se hubo perdido en el horizonte, niños y grandes continuaron agachándose e inspeccionando el pavimento para localizar golosinas en estado comestible. Es fácil comprender por qué los dentistas tienen tanto trabajo.

Gamificación. Una tendencia educativa en alza es el uso de la “gamificación”, que consiste en incluir elementos propios de los juegos en situaciones reales, con el fin de incentivar determinados comportamientos, consumos o aprendizajes. En las cabalgatas pueden identificarse algunos elementos propios de la gamificación. Mientras los asistentes compiten con entusiasmo por cazar más golosinas que el vecino, los que mejor se lo pasan son los niños y jóvenes que encarnan a los personajes de las carrozas, y que tienen a su cargo la envidiable tarea de lanzar los caramelos a la multitud.

Llegamos así a uno de los motivos por los que aborrezco las cabalgatas de Reyes: son una actividad de alto riesgo que no debe afrontarse sin la protección de un buen casco y unas gafas irrompibles. Los jovencitos de las carrozas, que probablemente pasan demasiadas horas jugando a los Angry Birds, parecen creer que su misión es atinar con los caramelos en la coronilla o los ojos de la gente: en lugar de lanzarlos en arco para que vayan cayendo de manera inofensiva e indolora, apuntan y tiran a dar con todas sus fuerzas. Estoy segura de que van sumando mentalmente los puntos obtenidos y se felicitan cuando comprueban que han acertado a alguien en la crisma… ¡incluso es posible que exista alguna especie de torneo secreto entre carrozas! En consecuencia, el público se divide en dos grupos: los que nos agachamos cuando las vemos acercarse, para evitar los impactos, y los niños y papás kamikazes que están convencidos de poder interceptar los proyectiles al vuelo. Después de todo, ¡hay un montón de bolsitas que llenar!

Despilfarro. Dícese del uso desmesurado, superfluo o irracional de algún recurso. En las cabalgatas de Reyes, el despilfarro ocupa un papel protagonista:
  • Caramelos. Pese a las habilidades receptoras de niños, papás y abuelos, las calles de Sevilla terminaron tapizadas con miles de caramelos aplastados y pisoteados, que se adherían con ferocidad a zapatos y ruedas de coches. Imagino que una parte importante del presupuesto de la cabalgata fue a parar a una rápida e inmediata limpieza de residuos, porque lo cierto es que a la mañana siguiente tanto las personas como las flamantes bicicletas nuevas ya podían circular por la ciudad sin quedar pegadas al suelo. Interesante destino para el dinero: caramelos-alfombra y horas extra de limpieza urbana.


  • Carrozas. La espectacularidad del desfile varía mucho de unas localidades a otras: depende del estado de las arcas municipales y del presupuesto de las marcas que patrocinan el monárquico despliegue. Por algunos vistazos de reojo, me dio la impresión de que las carrozas sevillanas estaban bastante bien logradas, al igual que los disfraces de los sádicos lanzadores de caramelos. Lamentablemente, soy del grupo de los cobardes y pasé la mayor parte del tiempo medio escondida, por lo que apenas tuve ocasión de verificar las positivas impresiones. A mi lado, un matrimonio de cierta edad comentaba: "¡Qué lástima de carrozas, con lo bonitas que son y nadie se molesta en apreciarlas!".
En defensa del consumo responsable, sugiero a los responsables de las cabalgatas que concentren el uso de los recursos en una cosa o en la otra. Si apuestan por los caramelos, pueden ahorrarse la decoración de las carrozas: conseguirían el mismo efecto tirándolos directamente desde un tractor. Si, por el contrario, desean transmitir una imagen de magia y esplendor, los que sobran en la ecuación son los caramelos.

Como conclusión, ofrezco una breve lista de las características que definen al homo economicus, en el competitivo contexto de la cabalgata de Reyes:

  • Su principal propósito es conseguir muchas, muchas golosinas. Da igual el sabor o la modalidad,  porque lo importante no es su eventual consumo, sino la simple satisfacción de acapararlas.
  • Alto grado de tolerancia al riesgo o negación del mismo: llenar las bolsas de caramelos bien vale un ojo morado o unos cuantos puntos de sutura.
  • Selección natural: los más grandes y agresivos consiguen más caramelos, confirmando que el tamaño importa y que Darwin tenía razón sobre la supervivencia del más fuerte.

Por suerte, la cabalgata de Reyes sólo tiene lugar una vez al año… El problema surge cuando el homo economicus de turno ostenta cierto poder y muestra esas mismas características en el mundo real: así se hunden los sistemas financieros y las economías de los países.

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