lunes, 6 de agosto de 2012

Emprendedores, grupos sanguíneos y educación financiera


¿Existe un carácter emprendedor que se manifiesta de manera espontánea desde edades tempranas? ¿Se puede despertar y cultivar la vocación emprendedora? Ambas cuestiones admiten respuestas afirmativas: hay emprendedores que nacen y otros que se hacen. Sin embargo, hoy día habría que añadir un tercer grupo: el de aquellos que no tienen ni los genes ni la formación pero, en ausencia de otras alternativas, se ven lanzados de un puntapié a la categoría de empresarios forzosos.

Los emprendedores vocacionales, que en general ya tienen una habilidad, un área de interés o un proyecto definidos, florecen en cualquier contexto, por muy adversas que sean las circunstancias. Se sobreponen de forma instintiva a los obstáculos y a los fracasos intermedios, asumiéndolos como valiosos aprendizajes para el futuro, y son la perfecta encarnación de todas esas frases inspiradoras que circulan por Internet (como Edison y sus 1.000 formas de no hacer una bombilla). Por desgracia, este fenotipo todoterreno constituye una distinguida minoría dentro del colectivo emprendedor; si estuviéramos hablando de grupos sanguíneos, sería el equivalente al AB, el menos frecuente entre la población mundial.

Con el grupo 0, el más antiguo y el que presenta más de la mitad de la humanidad, tenemos a los asalariados, con diferentes perspectivas profesionales y niveles de cualificación. Trabajar para otros es una opción respetable, necesaria y, en muchos casos, acertada; por mucho que nos empeñemos, no todo el mundo tiene el espíritu necesario para emprender y llevar adelante un negocio. Pertenecer al grupo 0 solamente supone un problema cuando no es fruto de una elección consciente y personal. En el multitudinario colectivo de empleados por cuenta ajena hay, sin la menor duda, muchas personas con inclinación y capacidad para emprender, que se han dejado arrastrar por la inercia circundante y por los bienintencionados consejos de sus mayores a alguna actividad “segura y con futuro”, preferiblemente bajo el protector paraguas del Estado… Hemos creado una sociedad decidida a ignorar que lo único seguro es el cambio y que, como decía Heráclito, nadie puede bañarse dos veces en el mismo río.

Por eso, en lugar de educar a los jóvenes para que desarrollen al máximo sus talentos y confíen en su capacidad para hacer frente a cualquier circunstancia, se les ha inducido a  creer que con los estudios y el empleo adecuados tienen garantizado un futuro plácido y sin sobresaltos. Lo que tal vez fuera cierto en el “río” de nuestros padres (“estudia para abogado y tendrás la vida asegurada”) definitivamente no es aplicable en las turbulentas aguas del siglo XXI. En el ámbito iberoamericano, disponemos de unos sistemas educativos obsoletos en los que la educación financiera para futuros emprendedores roza lo anecdótico, y se moviliza casi exclusivamente gracias al impulso de autoridades y docentes visionarios.

Con el desarrollo de la agricultura y de la ganadería, la dieta humana cambió y la omnipresencia del grupo 0 se vio compensada por la aparición de nuevos tipos sanguíneos. De manera análoga, la adaptación de la especie a las cambiantes circunstancias socio-laborales nos permite asistir en primera fila al nacimiento de un interesante subgénero de la raza humana: los asalariados-mutantes-reconvertidos-en-emprendedores.

Este grupo, que por su número cada vez más elevado de integrantes tendría su  equivalente sanguíneo en el tipo A, está compuesto por aquellos que se han visto expulsados de su zona de confort laboral, de manera más o menos traumática: desacuerdos con los superiores jerárquicos o frustración ante sus perspectivas de carrera, ajustes de plantilla, reconversiones sectoriales, crisis económicas generalizadas... Si esto ocurre más allá de los 45 años, las perspectivas de reincorporación al mercado de trabajo se convierten en poco menos que utópicas. Nos encontramos, por lo tanto, con personas que se lanzan a la arena cual gladiadores, bajo el lema “emprender o morir”.

El inconveniente principal es que, salvo honrosas excepciones, estos microempresarios tipo A no tienen ni la más remota idea de cómo levantar un emprendimiento. Tal atributo no guarda relación alguna con el nivel de estudios o la capacidad técnica de la persona: es perfectamente posible ser un experto en determinada área de actividad y un pésimo emprendedor, todo al mismo tiempo.

La Asociación Argentina para el Desarrollo de la Pequeña y Mediana Empresa calcula que el 93% de los emprendimientos no llega al segundo año de vida; en México, este porcentaje se sitúa en el 75% y, en España, el 80% de las empresas desaparecen en los primeros cinco años. Sin negar ni menospreciar la influencia de los factores externos (contexto legal y económico restrictivo y/o intervencionista, altas tasas impositivas, falta de programas eficaces de apoyo a las pymes, etc.), lo cierto es que hay empresas que no sólo sobreviven, sino que prosperan en el mismo entorno. En tales casos, la diferencia la marca la preparación del emprendedor para abordar los diferentes aspectos que soportan el éxito de un proyecto: planificación y gestión, análisis del mercado y estrategia de ventas, atención a las necesidades de los clientes,  adecuada estructura de costes, etc. A todo esto deben sumarse otras destrezas y cualidades, menos académicas pero igualmente importantes: liderazgo, confianza, capacidad de comunicación… ¿Hemos dicho alguna vez que la formación para emprendedores es una parte vital de la educación financiera? Sí, seguro que sí.

Muchos de nosotros conocemos a profesionales valiosos que se estrellaron con su primer proyecto (gracias a una absoluta carencia de cultura emprendedora) y quedaron con la autoestima tan malherida que no volvieron a plantearse un segundo intento. Tengo un amigo que empleó la cuantiosa indemnización recibida  de la empresa + varios préstamos de amigos y familiares + más un crédito bancario en montar unas oficinas espectaculares con las que esperaba impresionar a sus potenciales clientes. Para cuando estuvo en disposición de iniciar la actividad, los costes fijos habían arrasado con todo su capital y tuvo que malvender todo lo que había levantado hasta el momento.

Dentro de este tipo A de emprendedores forzosos hay un colectivo que lo tiene aún más complicado: son las poblaciones vulnerables que, por diversas circunstancias, viven al margen de las estructuras socio-económicas formales, habitan en áreas deprimidas y se enfrentan a severas restricciones en el acceso a los servicios básicos. Las carencias formativas en estos grupos hacen prácticamente imposible su incorporación al mercado laboral, por lo que sus opciones no van mucho más allá del autoempleo o los emprendimientos de infrasubsistencia. Huelga decir que la principal característica de tales proyectos es su casi absoluta falta de viabilidad. Las microfinanzas constituyen una herramienta necesaria pero no suficiente para ayudar a estas personas a salir del círculo de la pobreza: sin una política de capacitación decidida y realista, los microcréditos pueden llegar a perder gran parte de su potencial como instrumento de inclusión social. 

Conscientes de este hecho, los organismos multilaterales de cooperación al desarrollo (BID, CAF, Banco Mundial, etc.) están apostando por la realización de programas piloto que ayuden a definir la mejor forma de proporcionar a los microemprendedores más vulnerables la formación que precisan... asumiendo de partida que los cauces habituales de capacitación suelen resultar insuficientes e ineficaces.

Dejamos para el final el emprendedor del futuro, el B+. Tal vez no sean emprendedores de nacimiento y probablemente en su día engrosaron las filas del grupo 0, pero se saben capaces de formarse y desarrollar las habilidades necesarias y, sobre todo, se mantienen atentos a las siempre cambiantes exigencias del entorno. Dan prioridad a las necesidades de sus grupos de interés y valoran la ética y la sostenibilidad como aspectos innegociables de su actividad. 

El único inconveniente de los emprendedores B+ es su escasez: en la actualidad, este grupo no llega al 10% de la población occidental. Sin embargo, dado el instinto de supervivencia de nuestra especie, cabe esperar que las próximas mutaciones contribuyan a aumentar la incidencia de este grupo... y a conseguir un progreso más equitativo. 

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