Esteban Works era un
emprendedor de éxito. Su idea de crear peluquerías caninas de alto standing, con
simuladores virtuales que permitían a los propietarios elegir desde su
domicilio el estilo más favorecedor para su mascota, había tenido un éxito
insospechado. En el momento en que comienza esta historia, las franquicias
Can-Style ya podían encontrarse en los cinco continentes.
Como ya no necesitaba prestar atención a su negocio (una legión de
especialistas lo hacía por él) Esteban se convirtió en lo que ahora se llama
“un orador motivacional”. Bajo el lema "Si
yo pude, tú también", nuestro protagonista recorría el mundo contando
sus experiencias, en las que resaltaba tanto los aciertos como los errores que
le habían llevado al éxito. “¡Sí, errores!”, afirmaba, antes de realizar una
pausa calculada para comprobar que su público estaba debidamente impactado.
“Puedo decir, con total honestidad, que he aprendido más de mis numerosos fracasos que de mis pocos
aciertos, ja, ja, ja”.
Después de cinco años de pasear su sapiencia emprendedora a lo largo y
ancho del orbe, Esteban estaba tan imbuido de su personaje (el emprendedor
visionario) que comenzó a perder el contacto con la realidad. Olvidó
convenientemente todos los detallitos sin importancia que no encajaban con su
imagen pública de gurú-del-autoempleo-reciclado-en-empresario-muchimillonario
(como, por ejemplo, que la idea de recrear la imagen virtual de las mascotas se
le había ocurrido a su primo Paco una noche de borrachera colectiva, mientras en
la tele ponían un capítulo de CSI Miami... en el que los hombres de Horatio Caine
identificaban al sospechoso actualizando un retrato antiguo). En las
exposiciones de Esteban, la ignominiosa realidad se transformaba en la siguiente
recomendación aleccionadora: “¿Que cómo se nos ocurrió la idea? Mediante un
riguroso estudio de mercado, que nos permitió detectar una necesidad
insatisfecha entre los propietarios de perros con pedigrí”.
Tampoco tenía nadie por qué enterarse de que los primeros clientes
habían contratado sus servicios extorsionados por el padre de Esteban, un
empresario de éxito decidido a dar el primer empujoncito a su retoño. “Mi padre
se hizo a un lado desde el primer momento, porque cree en el valor del esfuerzo
personal”, era la versión oficial sobre sus inicios, que podía encontrarse en
la biografía autorizada que inundaba todas las librerías: “Esteban Works: por
amor a los canes”.
Esos primeros clientes, poco dispuestos a ser los únicos idiotas que
se gastaran un dineral en semejante cosa, decidieron superar la disonancia
cognitiva comentando a todo el mundo lo original y exclusivo que era el negocio
de “canes con estilo” de Esteban Works. Pronto, la página de fans de Can-Style
en Facebook sumaba varios miles de likes,
y las fotos de las prolijas y maqueadas mascotas se volvieron virales, cual
equivalente canino de las megacursis fotos de bebés de Anne Geddes.
Un cambio de paradigma
Mientras Esteban repetía su conferencia, con ligerísimas variaciones,
en los escenarios TEDx del mundo entero, las economías occidentales se debatían
en una crisis económica cuyo final ni siquiera se atisbaba.
Como las posibilidades de que los jóvenes encontraran trabajo eran
cada vez más remotas, alguien llegó a la conclusión de que estábamos ante un
cambio de paradigma, que afectó sobre todo al léxico: los
tristes “jóvenes en paro” empezaron a ser conocidos por la mucho más estimulante
denominación de “millennials”.
En el nuevo paradigma, el millennial era un joven tan vanguardista y
versátil que ni podía ni quería encajar en los moldes laborales tradicionales.
Esteban disfrutaba mucho dando charlas a los millennials, siempre con el mismo
mensaje central: “No viváis la vida de otros, elegid vuestro propio camino. Encontrad
vuestra pasión y seguidla sin desmayo”.
Los jóvenes salían de sus presentaciones inspirados y emocionados,
convencidos de que eran genéticamente demasiado creativos como para conformarse
con los estrechos límites profesionales de un trabajo convencional, y
dispuestos a exprimirse las meninges hasta encontrar LA IDEA que los
catapultaría derechitos hasta el Olimpo emprendedor.
Pero los jóvenes no eran los únicos cuyas expectativas se habían visto
sacudidas por la crisis. La rosada nube en la que flotaba Esteban comenzó a
desteñir cuando sus talleres para emprendedores comenzaron a mostrar una mayor
variedad demográfica. De manera progresiva, la audiencia de prometedores millennials
se vio ampliada con personas de mediana edad, en su mayoría agobiados padres y
madres de familia que habían quedado fuera de juego a causa de las
reestructuraciones empresariales.
Con una esperanza sazonada de miedo e impaciencia, esos emprendedores
forzosos trataban de encontrar en las apasionadas y sentenciosas recomendaciones
de Esteban la receta mágica para un éxito rápido y seguro. “Estudia a los
mejores y sigue su ejemplo”, era una de las máximas preferidas de Esteban. Por
supuesto, como él era uno de los mejores, la narración novelada de su propia
experiencia era casi siempre el tema principal de sus charlas y talleres.
A pesar de su progresivo alejamiento de la realidad, Esteban no era
estúpido ni un mal tipo. Algunas de sus recomendaciones (que no eran tanto
“suyas" como pertenecientes al acervo cultural del “emprendedor portentoso
del siglo XXI”) empezaban a sonarle huecas y falsas incluso a él mismo. “Más
fácil decirlo que hacerlo”, susurraba una vocecita interior, cada vez más
cínica y persistente.
Sin embargo, la implacable inercia seguía empujándolo hacia delante:
más conferencias, más entrevistas, más talleres para enfocar la energía
emprendedora de un público muy desorientado… hasta el día en que su burbuja
personal estalló.
Siguiendo tu pasión
Era un esplendoroso día de primavera. Esteban impartía un taller de
cuatro horas llamado “De la idea a la
acción: cómo seguir la ruta emprendedora de Esteban Works”, por el que cada
participante había pagado una pequeña fortuna. Para muchos de ellos era un
gasto excesivo, pero resultaba fácil de justificar con una de las sentencias
preferidas del gurú Works: “El dinero empleado en formación nunca es un gasto,
sino una inversión en excelencia que multiplicará tus posibilidades de éxito”.
La sesión comenzó, como de costumbre, con la entrada triunfal de
Esteban entre los entusiastas aplausos del público y la reproducción a todo
volumen de We are the Champions.
Esteban indicó por señas a los asistentes que se pusieran en pie y juntaran las
manos en alto, mientras se dejaban los
pulmones repitiendo el estribillo (que era lo único que se sabía la mayoría, y
casi todos mal): “ui ar de champions mai freeeeend… and eh… yeah yeah…”.
Con el público nadando en endorfinas, Esteban se lanzó a su acostumbrado
repertorio de anécdotas y frases inspiradoras.
Después de una pausa para el café y las galletas, “gran ocasión para
comenzar a construir vuestra red de contactos”, durante la que se produjo un
intercambio compulsivo de tarjetas comerciales, Esteban anunció que había
llegado el momento de la verdad. “Ahora es vuestro turno. Hoy yo soy sólo el
presentador, vosotros sois los auténticos protagonistas. Porque habéis elegido tomar las riendas de vuestras
vidas. Porque habéis tenido el coraje de dejar atrás vuestra zona de confort.
Porque habéis elegido perseguir vuestros sueños y transformar lo que os
apasiona en una forma de vida. Ahora es el momento de compartir con vuestros
colegas emprendedores las ideas y proyectos que os inspiran. ¿Quién se anima a
empezar con un elevator pitch de tres
minutos?”.
Una multitud de manos se alzaron al instante y Esteban eligió a los
primeros afortunados. Veinte minutos después, habían escuchado y aplaudido a
cinco jóvenes de aspecto aniñado, cuyas explicaciones técnicas hubieran puesto
en apuros al mismísimo Stephen Hawking. Por la cabeza de Esteban cruzó fugazmente
un pensamiento que rozaba la herejía: "Estoy hasta la coronilla de estos
cerebritos obsesionados con la nanotecnología". Con un meritorio esfuerzo
de mindfulness logró controlar su
expresión sin delatar el hartazgo que sentía. "Necesito alguien que
devuelva este grupo al mundo real". Apenas había terminado de formular el
deseo cuando sus entrenados ojos localizaron en la fila 13 al candidato
perfecto. Era un hombre robusto de unos 52 años, cuya expresión mostraba una difusa
mezcla de concentración y esperanza. "Seguro que su proyecto es algo útil,
comprensible y sensato", se dijo Esteban.
"Usted, caballero... Sí, usted, el del pullover rojo. ¿Sería tan
amable de compartir con nosotros su elevator
pitch...? Quiero decir... que si podría contarnos de forma breve y atractiva
en qué consiste su proyecto, por qué cree que puede ser un éxito y..."
"Sé lo que es un elevator
pitch", interrumpió el hombre un poco ofendido.
"Sí, tiene razón, disculpe...". Esteban recurrió a sus
tablas para superar el desliz con naturalidad. "Llevo tanto tiempo dando
conferencias que no logro desprenderme del tonillo didáctico", rió . ¿Nos
puede decir su nombre?".
"Me llamo Ángel".
"Excelente, Ángel, excelente. Puedes empezar cuando
quieras".
"Ayudo a las personas amantes de los loros y periquitos a
disfrutar de unas mascotas adiestradas para reproducir a la perfección los
discursos más inspiradores de la historia: Sócrates, Barak Obama, Steve Jobs,
Martin Luther King... ¡Incluso estoy trabajando con un periquito para que
repita el discurso que diste tú en la Universidad de Princeton! Aún a riesgo de
pecar de inmodestia, debo decir que mi entrenamiento no sólo hace que los loros
reproduzcan las palabras, sino también las inflexiones y el timbre de la voz,
con una asombrosa fidelidad. Huelga decir que, si bien se trata de un negocio
estrictamente cultural y por completo inofensivo, he establecido límites éticos
inquebrantables. Por ejemplo, ninguna de mis aves aprenderá jamás los discursos
de Hitler. Entre otras cosas, porque el alemán es un idioma endemoniadamente
difícil..."
El emprendedor Ángel continuó de esta guisa más allá de los tres
minutos reglamentarios, sin que nadie en el estupefacto auditorio tuviera muy
claro cómo reaccionar. Por fin, Esteban logró recuperar el habla:
"Disculpa, Ángel... Ya superaste con creces tus tres minutos. Dime
la verdad... Esto es una broma de cámara oculta, ¿verdad?".
Ángel parpadeó, desconcertado. "¿Cámara oculta? ¿Qué quieres
decir?".
"Ejem... Bien, sin duda tienes un hobby muy original...".
"¡No es un hobby! Siempre me gustaron los loros, pero son
animales delicados que requieren grandes cuidados. Hice lo que aconsejabas en
tu libro: busqué el modo de convertir una afición que me apasiona en un negocio.
Como decía Confucio: el que hace lo que ama, no trabaja ni un sólo día de su
vida".
Convencido por fin de que el hombre hablaba en serio, Esteban comenzó
a expresarse con mayor cautela:
"¿Y cuánto tiempo llevas con el negocio? ¿Has vendido algún...
er... periquito?"
"Oh, llevo unos dos años. No, aún soy nuevo en esto del
marketing, estoy pensando en contratar un community
manager para que dé a conocer el negocio en redes sociales.... Pero no
estoy preocupado porque, como señalas en tu libro, es normal que los negocios
más innovadores encuentren resistencias al principio. ¡El mundo está lleno de
personas que abandonaron porque no sabían que sólo estaban a un metro de la meta! Desde luego yo
no voy a ser uno de ellos, no, señor".
"Ya... En fin, ¿ te has planteado la posibilidad de que
sencillamente no exista demanda para tu producto? ¿Quién querría tener una
mascota tan delicada y, si me perdonas, tan molesta y cara de mantener, con el
único objeto de escuchar un discurso
famoso que puedes encontrar en
YouTube?".
Ángel se mostró perplejo durante unos instantes, pero finalmente
sonrió con alivio y guiñó el ojo a Esteban. "Ya entiendo, esto es una
prueba. Como dices en tu libro: El
primero en tener una idea siempre debe enfrentarse a la incomprensión de los
que temen salir de su zona de confort. Ja, ja, yo ya superé esa prueba: mi
mujer se divorció de mí y se fue con los chicos cuando empecé a llenar la casa
de loros. Pobrecilla, carece de visión emprendedora...".
Rezando por no obtener la respuesta que esperaba, Esteban se atrevió
con otra pregunta: "Ángel, ¿de dónde sacaste el dinero para comenzar tu
proyecto?"
"De la indemnización por despido… Estuve 25 años en la misma
empresa, hubo ajustes y… en fin. Por suerte me echaron con un buen pellizco. Mi mujer quería poner una panadería. Nunca
tuvo imaginación ni empuje, pobrecilla, por mucho que insistí no hubo forma de
que se leyera tu libro. Lo de la panadería hubiese dado para sobrevivir, no
digo yo que no, pero ¿quién quiere sobrevivir cuando se puede luchar por un
sueño? Cuando me despidieron, recordé el mantra del emprendedor: ¡Toda crisis
es una oportunidad! Y aquí estamos...".
Esteban no dijo más. Se dio media vuelta y abandonó el escenario.
Durante unos minutos, el público esperó su reaparición, pensando que aquello
era un golpe de efecto y que formaba parte del espectáculo. No era así. Esteban
Works, sencillamente, había desaparecido de la faz de la Tierra.
Epílogo
Aunque al principio se organizó un gran revuelo, con la huida de
Esteban llenando portadas y programas de cotilleos, la implacable actualidad pronto
relegó a nuestro héroe al panteón de los sucesos olvidados. Hasta que...
El nuevo libro de Esteban Works inundó las librerías: “De emprendedor a profesional: cómo
encontrar el trabajo adecuado para ti”. En él, Esteban recomendaba evitar
las modas y ser consciente de los pros y contras de cada elección personal. “Ni
todos estamos hechos para trabajar en una empresa, ni todos hemos nacido para
ser emprendedores o futuros empresarios. Encuentra tu propia voz y no sigas a
ningún gurú”.
Las reflexiones de Esteban no terminaban ahí: “Cada vez más expertos y
blogueros tratan de llamar la atención sobre las trampas de la fiebre emprendedora: no es como una
actividad artística, en la que sólo cuentan los deseos personales de
auto-expresión. Es una actividad comercial, y las actividades y deseos necesitan
enmarcarse de manera realista en una red de diversos servicios y conocimientos
profesionales: legales, económico-financieros, comerciales, etc. Dejemos de
usar la falta de cultura emprendedora como una cortina de humo para desplazar
el debate social sobre el modelo económico y laboral de nuestros días. Si de
verdad queremos ayudar e impulsar a los emprendedores, hagámoslo bien y no
minimicemos el esfuerzo necesario. La pasión no puede sustituir a un buen
estudio de viabilidad”.
De este modo, Esteban se convirtió en el gurú del “movimiento
anti-gurús”, y comenzó a ser citado como ejemplo de evolución personal basada
en la libertad y en la independencia de criterio. Pronto comenzó a ser habitual
de las charlas TEDx, y volvió a los escenarios a dar charlas, talleres y
entrevistas explicando cómo se dio cuenta de que su experiencia personal podía
confundir a los emprendedores, en lugar de ayudarlos.
Consciente de la ironía de la situación, Esteban decidió que no valía
la pena luchar contra lo inevitable: estaba destinado a ser un creador de
tendencia. "¡Los seres humanos no tenemos remedio!", concluyó,
encogiéndose de hombros.
Y se compró una mansión en Malibú.
AVISO. Esta historia es sólo una fábula completamente inventada (o tal vez no). Cualquier remoto parecido
con personas o sucesos reales es simple coincidencia (o tal vez no). Bajo ningún concepto se pretende insinuar que en el
actual “acervo cultural del emprendedor” hay mucha paja y poco grano (o tal vez sí).
Cristina Carrillo