martes, 19 de febrero de 2013

Mitos y leyendas de la economía que nos complican la vida


Gracias al instinto gregario de la especie humana, en cada época existen una serie de verdades universales que muy pocos se atreven a cuestionar. Ya hablemos de ciencia, religión o economía, quienes osan apartarse de la ortodoxia vigente deben afrontar resistencias que pueden ir desde el simple descrédito hasta la mismísima hoguera, según el grado de salvajismo de los fundamentalistas de turno.

Puesto que todos sabemos que la Tierra resultó no ser plana y que el hombre sí puede correr los 100 metros en menos de diez segundos, resulta asombrosa la tendencia humana a la incansable repetición de lugares comunes en relación con la economía. El gran problema es que no se trata de meras elucubraciones teóricas, sino de creencias arraigadas que determinan nuestras decisiones y comportamientos económicos, y que sobreviven incluso a las evidencias empíricas en contra: ni siquiera la crisis que tenemos delante de los ojos parece ser capaz de llevarnos a cuestionar la sensatez y veracidad de algunos de estos "mitos y leyendas".

Las cinco afirmaciones que vamos a ver, y que forman parte del acervo cultural e incluso religioso de muchas sociedades, no sólo comprometen nuestro bienestar al propiciar decisiones financieras poco inteligentes, sino que constituyen barreras invisibles, pero muy sólidas, frente a cualquier intento de sensibilización o educación financiera. De ahí nuestra insistencia en que la cultura financiera es mucho más que una cuestión cognitiva: para que las capacitaciones tengan éxito deben tener en cuenta el punto de partida de las personas a las que se dirigen. Por desgracia, ese punto de partida suele incluir uno o varios de los siguientes mitos:

Mito nº 1: El ladrillo es una inversión segura: ¡su valor siempre sube! Por favor, que levante la mano quien no haya oído jamás esta frase. ¿Y bien? Ninguna mano alzada, claro. Desde que empezamos a generar un mínimo excedente de ahorro y se nos plantea el dilema de dónde ponerlo a buen recaudo para que nos genere rendimientos, esta frase la oímos repetida como un mantra a familiares, amigos, colegas... e incluso a los gobernantes. Ante tan férrea unanimidad, ¿quién es el valiente que se atreve a sostener lo contrario?

Al margen de los intereses particulares que algunos políticos y empresarios mantienen en favor de esta idea, muchas personas consideran que las inversiones "palpables" son más seguras e incluso más éticas que las que se basan en meros apuntes contables. Si bien los desmanes financieros de los últimos años han reforzado en gran medida tal impresión, al permitir que se generaran grandes fortunas basadas en la venta intensiva de humo, conviene recordar que la aparente revalorización eterna de los inmuebles (normalmente en forma de “burbuja”) también suele ser consecuencia de trapicheos y abusos especulativos.

Las consecuencias de creer en este mito están a la vista: se confunde la ocasional inversión en inmuebles de los recursos excedentes con destinar a la compra de la vivienda todo lo que se tiene… ¡y también lo que no se tiene!

Mito nº 2: No hace falta aprender economía: para el manejo de las cuentas diarias no se precisan grandes conocimientos. Sí y no. Esta creencia es especialmente tramposa porque encierra una parte de verdad (no hace falta una licenciatura universitaria para tomar decisiones financieras inteligentes), pero no tiene en cuenta que funcionamos según un condicionamiento económico del que no somos conscientes, y del que únicamente podemos librarnos "aprendiendo" formas alternativas de administrar nuestros recursos.

Una mamá me explicaba hace poco que le parece muy importante dar educación financiera a su hija, pero que primero tiene que conseguir que deje de morderse las uñas y que adquiera buenos hábitos alimenticios… Cuando consiga eso, ¡ya se planteará abordar esos temas tan espinosos! No podemos sino solidarizarnos con estos padres abrumados por la enormidad de los desafíos que plantea la tarea educativa y que, en el fondo, tampoco se sienten seguros de sus habilidades en la gestión de la economía personal, y menos aún de cómo hablar con sus hijos sobre el dinero. De este modo la educación financiera se va dejando para algún momento futuro que, por supuesto, jamás llega. Funcionamos con el “piloto automático económico” y replicamos una y otra vez comportamientos financieros cuya utilidad ni siquiera nos planteamos.

Mito nº 3: Aprender economía es demasiado complejo, está fuera de mi alcance. De modo harto paradójico, esta consideración suele coexistir con la anterior, sin que sus víctimas aprecien contradicción alguna: “La economía y las finanzas son tan complejas que no puedo entenderlas y, por lo tanto, no merece la pena que me moleste por aprender ni lo más básico: después de todo, mi dinero se administra solo sin que yo le dedique excesiva atención”.

¿En qué quedamos? ¿Se administra solo porque es facilísimo y no requiere ni nuestro tiempo ni nuestra atención, o entender el funcionamiento del dinero es complicadísimo y excede nuestras capacidades intelectuales?

En realidad, aunque se formulen de manera opuesta, los mitos 2 y 3 son el mismo: “Se me ocurren infinitas cosas más interesantes, urgentes y atractivas que hacer antes que sentarme a hacer un presupuesto o ponerme a pensar en mis objetivos personales y financieros”. Nada más lejos de mi intención que criticar este enfoque: nos ocurre a la mayoría. Eso sí, tenemos que ser conscientes de hasta qué punto nos perjudica dejar nuestras finanzas a la deriva mientras nosotros contemplamos el paisaje.

Mito nº 4: No es posible hacer dinero sin ensuciarse las manos. Hoy día, la lotería parece ser el único medio socialmente aceptado para acumular razonables cantidades de dinero en poco tiempo. Por otra parte, todos los que jamás hemos sido agraciados con tan imprevisible recompensa nos regodeamos con la idea (verdadera, por otra parte) de que "un elevado porcentaje de los que ganan grandes cantidades en la lotería están arruinados en menos de tres años". ¡Justo castigo divino! Todos sabemos que, en realidad, el dinero hay que ganarlo con muchísimo esfuerzo y sufrimiento y, cuando no es así, lo más lógico es que desaparezca como el oro de los leprechaun (duendecillos irlandeses de escasa moral financiera: prometen dinero con gran soltura, pero se trata de un oro encantado que desaparece de manera súbita).

Lo cierto es que los escándalos económicos y políticos hacen un flaco favor a la causa de la educación financiera. En España, resulta un tanto asombrosa la propuesta de una diputada para que "se enseñe educación financiera y tributaria desde la escuela, con el fin de concienciar a los ciudadanos sobre la importancia del cumplimiento de las obligaciones fiscales". En primer lugar, esto demuestra un oportunismo lamentable (hace mucho tiempo que diversos colectivos, instituciones y docentes vienen clamando por una mayor presencia de estas cuestiones en el entorno educativo). Sin embargo, lo peor es que también indica una notable falta de comprensión de lo que es en realidad la educación financiera. No es posible “enseñar” responsabilidad fiscal en las aulas: la inclinación a cumplir con las obligaciones tributarias en la edad adulta no es una cuestión de conocimientos académicos ni de enseñanzas motivadoras, sino de valores generales que no se inculcan en un libro de texto ni en un taller formativo, sino que deben vivirse y respirarse en la escuela, en casa y en la vida pública.

El gran problema de este mito es que asocia la deshonestidad con las actividades empresariales. En los países latinos, donde somos muy proclives a cuestionar los logros ajenos, nos apresuramos a atribuir el éxito en los negocios a la simple suerte o, si se prolonga en el tiempo, a la segura realización de prácticas “sospechosas”. ¡Inconveniente enfoque para la educación de futuros emprendedores que contribuyan a generar riqueza y prosperidad!

Mito nº 5: La educación financiera es una herramienta para difundir el capitalismo. Recientemente, una docente me confesó que la idea de hablar sobre el dinero a los niños le provoca un gran rechazo, ya que le parece una manera de inculcarles el materialismo con el fin de sostener el sistema capitalista. Aunque no todos son capaces de formularla de manera tan explícita, esta creencia está más difundida de lo que parece.

Son varias las confusiones que alimentan este mito, y no tienen demasiado que ver con los excesos y fallos evidentes del sistema capitalista. Mientras encontramos el sistema perfecto, una buena cultura financiera sigue siendo el mejor recurso para alcanzar libertad e independencia, sean cuales sean las realidades económicas, sociales o políticas del entorno. 

Como conclusión, proponemos una definición “anti-mitos” de lo que significa tener una buena cultura financiera: Es la capacidad de una persona para obtener, de manera ética y sostenible, el mayor provecho posible de los recursos que se encuentran a su alcance, adaptándose a las circunstancias sociales, económicas, financieras y políticas que existan en cada momento”.  ¿Alguna idea para completarla y mejorarla?