“¡Si no te portas bien, llamo al Coco para que te lleve!”. Quien dice el Coco dice el hombre del
saco, el sacamantecas, o cualquiera de las variantes locales de esos seres
horripilantes con los que, en tiempos no tan lejanos, se intentaba mantener a
raya a los niños. Por supuesto, hoy día se considera pedagógicamente
inaceptable aterrorizar a los más pequeños, por muy revoltosos que sean, pero
seguro que muchos padres agotados lamentan que tan folclórico personaje se haya
vuelto políticamente incorrecto.
En el mundo adulto, el
equivalente al Coco se llama Crisis. Toda crisis es una evolución, desde unas circunstancias
que se valoran subjetivamente como “positivas” a otras que se consideran
“negativas”. La vida es una sucesión inacabable de cambios-crisis: frustración
en el trabajo o pérdida del empleo (crisis
profesional), cumplir los 30/40/50 (crisis
existencial), romper una relación (crisis
sentimental), que tu hijo abandone la universidad (crisis familiar) y una amplia variedad de acontecimientos de
similar calibre. Con frecuencia, al cabo del tiempo nos damos cuenta de que fue
una suerte librarnos de esa persona o haber dejado atrás aquel trabajo que no
nos aportaba gran cosa; pero, hasta que llega ese momento de iluminación, la
fase de ajuste suele llevar asociada una gran dosis de ansiedad.
Cuando llamamos a la crisis por
su nombre de pila, sin añadirle apellido alguno, normalmente nos estamos
refiriendo a una crisis económica.
Se diferencia de las anteriores en que, con la capacidad destructiva de una
tormenta tropical, afecta de modo simultáneo a un gran número de personas… o de
países.
Otra diferencia es que, mientras
las crisis personales/individuales sólo le parecen inmanejables al que las
atraviesa (todos los de alrededor siempre tienen clara la mejor forma de resolverlas),
el carácter colectivo de las crisis económicas contribuye a propagar y asentar
la sensación de impotencia. Los afectados miran a su alrededor y sólo ven más
afectados, sin que nadie parezca tener propuestas viables ni capacidad para
mejorar las cosas.
Tal vez sea el momento de dar un
paso atrás (o varios) y analizar, con toda la frialdad posible, cuál es el
verdadero alcance de la actual crisis económica. ¿Hasta qué punto y de qué
forma va a alterar nuestra existencia cotidiana? ¿Estamos realmente frente al
Apocalipsis, o nos encontramos nada más – y nada menos – ante el despertador
que necesitábamos para realizar una revisión a fondo del modelo de sociedad y
de consumo al que nos habíamos acostumbrado?
Aunque afecte a millones de
personas, la crisis no significa lo mismo para todo el mundo: depende de la
situación profesional y financiera de partida, del carácter de cada uno, del estado
de vulnerabilidad en que nos encontremos (ya sea por motivos de edad, salud
o cualquier otra circunstancia), de los apoyos familiares con los que se cuente y de muchas otras consideraciones.
Precisamente por la diversidad de
escenarios individuales, los temores ante la crisis no siempre son realistas.
No vamos a engañarnos: la perspectiva de tener menos ingresos y más gastos
resulta muy poco grata para todos y, en algunos casos, complica incluso la
satisfacción de las necesidades más básicas. Sin embargo, para muchas personas el
sufrimiento no proviene de los inevitables ajustes en el presupuesto personal,
sino del pesimismo, el miedo y la desconfianza en el futuro que caracterizan al
Coco-Crisis. Esta criatura cumple con gran eficacia su función de mantenernos
paralizados y encogidos de miedo, ya que tiene la camaleónica habilidad de
significar exactamente aquello que más teme cada uno: no poder llegar a fin de mes y/o tener que
renunciar a ciertas gratificaciones cotidianas, peor calidad de la atención sanitaria o dificultad de acceso a la misma, que los ahorros guardados pierdan su valor y no alcancen a cubrir las necesidades futuras...
Para animar aún más las cosas, los medios de comunicación, obligados a rellenar horas y horas y páginas y páginas de información, se muestran incansables en su altruista tarea de difundir la crisis y todas sus truculentas derivadas. De esta forma, se llega a un punto en el que los agobios económicos, presentes y futuros, se convierten en el único foco de atención para sociedades enteras. ¿Cómo se afrontan los quehaceres diarios cuando el tema universal de conversación es lo mal que están las cosas y lo mucho que todavía van a empeorar? Pues con muy poco ánimo, obviamente. Por desgracia, nadie parece encontrar políticamente incorrecta la utilización masiva del Coco-Crisis para aterrorizar a adultos hechos y derechos. Una amiga comentaba hace poco que en España ya nadie se acuerda de quiénes marcaron los goles en la final de la Eurocopa de fútbol, pero todos siguen en tiempo real la evolución de la prima de riesgo... aunque ni siquiera entiendan qué significa exactamente la dichosa prima.
El concepto de "apagón informativo" suele tener connotaciones negativas, dado que se refiere a la ocultación interesada de datos relevantes. Sin embargo, la sobredosis informativa también implica un sesgo, y sus efectos pueden ser igualmente perniciosos. Por eso, nuestra propuesta anti-crisis consiste en un auto-apagón informativo: nada de noticieros,
tertulias ni periódicos durante una semana... incluso mejor un mes. La mayoría hemos llegado a aceptar que no se puede vivir en una burbuja, y que es necesario estar
informado de lo que ocurre a nuestro alrededor. Es verdad, pero sólo hasta cierto punto. ¿Qué ocurriría si dejáramos de seguir minuto
a minuto el bombardeo de atroces noticias económicas que nos rodea? Los lectores que se
animen a hacer el experimento descubrirán que ¡no pasa nada! Se sentirán bastante más relajados y sus temas de conversación ganarán en variedad e interés.
Dejar que la crisis y sus heraldos monopolicen nuestro día a día puede llevarnos a transformar la crisis económica (un hecho exterior) en una crisis personal (interior). En realidad, pese a las molestias e incertidumbres que acarrea, la crisis sólo debería desempeñar en nuestra vida un papel de "artista invitada", nunca de protagonista. Con crisis o sin ella, seguimos viviendo y respirando, y aún hay muchas cosas valiosas que siguen enteramente bajo nuestro control y que nadie puede recortar. Mientras recordemos esto, las crisis vendrán y se irán sin arrasar nuestra vida por el camino. El Coco sólo da miedo mientras se cree en él: no dejemos que las expectativas de caos se conviertan en una profecía autocumplida... ¡o acabaremos como Homer Simpson!
Este artículo es una adaptación de El Coco, la crisis y la vida, publicado en la sección "Economía para gente madura" del número 15 de Mi Dinero: Tu revista de finanzas personales.