domingo, 29 de julio de 2012

Auto-apagón informativo contra la crisis económica


“¡Si no te portas bien, llamo al Coco para que te lleve!”. Quien dice el Coco dice el hombre del saco, el sacamantecas, o cualquiera de las variantes locales de esos seres horripilantes con los que, en tiempos no tan lejanos, se intentaba mantener a raya a los niños. Por supuesto, hoy día se considera pedagógicamente inaceptable aterrorizar a los más pequeños, por muy revoltosos que sean, pero seguro que muchos padres agotados lamentan que tan folclórico personaje se haya vuelto políticamente incorrecto.

En el mundo adulto, el equivalente al Coco se llama Crisis. Toda crisis es una evolución, desde unas circunstancias que se valoran subjetivamente como “positivas” a otras que se consideran “negativas”. La vida es una sucesión inacabable de cambios-crisis: frustración en el trabajo o pérdida del empleo (crisis profesional), cumplir los 30/40/50 (crisis existencial), romper una relación (crisis sentimental), que tu hijo abandone la universidad (crisis familiar) y una amplia variedad de acontecimientos de similar calibre. Con frecuencia, al cabo del tiempo nos damos cuenta de que fue una suerte librarnos de esa persona o haber dejado atrás aquel trabajo que no nos aportaba gran cosa; pero, hasta que llega ese momento de iluminación, la fase de ajuste suele llevar asociada una gran dosis de ansiedad.

Cuando llamamos a la crisis por su nombre de pila, sin añadirle apellido alguno, normalmente nos estamos refiriendo a una crisis económica. Se diferencia de las anteriores en que, con la capacidad destructiva de una tormenta tropical, afecta de modo simultáneo a un gran número de personas… o de países.

Otra diferencia es que, mientras las crisis personales/individuales sólo le parecen inmanejables al que las atraviesa (todos los de alrededor siempre tienen clara la mejor forma de resolverlas), el carácter colectivo de las crisis económicas contribuye a propagar y asentar la sensación de impotencia. Los afectados miran a su alrededor y sólo ven más afectados, sin que nadie parezca tener propuestas viables ni capacidad para mejorar las cosas.

Tal vez sea el momento de dar un paso atrás (o varios) y analizar, con toda la frialdad posible, cuál es el verdadero alcance de la actual crisis económica. ¿Hasta qué punto y de qué forma va a alterar nuestra existencia cotidiana? ¿Estamos realmente frente al Apocalipsis, o nos encontramos nada más – y nada menos – ante el despertador que necesitábamos para realizar una revisión a fondo del modelo de sociedad y de consumo al que nos habíamos acostumbrado?

Aunque afecte a millones de personas, la crisis no significa lo mismo para todo el mundo: depende de la situación profesional y financiera de partida, del carácter de cada uno, del estado de vulnerabilidad en que nos encontremos (ya sea por motivos de edad, salud o cualquier otra circunstancia), de los apoyos familiares con los que se cuente y de muchas otras consideraciones.

Precisamente por la diversidad de escenarios individuales, los temores ante la crisis no siempre son realistas. No vamos a engañarnos: la perspectiva de tener menos ingresos y más gastos resulta muy poco grata para todos y, en algunos casos, complica incluso la satisfacción de las necesidades más básicas. Sin embargo, para muchas personas el sufrimiento no proviene de los inevitables ajustes en el presupuesto personal, sino del pesimismo, el miedo y la desconfianza en el futuro que caracterizan al Coco-Crisis. Esta criatura cumple con gran eficacia su función de mantenernos paralizados y encogidos de miedo, ya que tiene la camaleónica habilidad de significar exactamente aquello que más teme cada uno: no poder llegar a fin de mes y/o tener que renunciar a ciertas gratificaciones cotidianas, peor calidad de la atención sanitaria o dificultad de acceso a la misma, que los ahorros guardados pierdan su valor y no alcancen a cubrir las necesidades futuras... 

Para animar aún más las cosas, los medios de comunicación, obligados a rellenar horas y horas y páginas y páginas de información, se muestran incansables en su altruista tarea de difundir la crisis y todas sus truculentas derivadas. De esta forma, se llega a un punto en el que los agobios económicos, presentes y futuros, se convierten en el único foco de atención para sociedades enteras. ¿Cómo se afrontan los quehaceres diarios cuando el tema universal de conversación es lo mal que están las cosas y lo mucho que todavía van a empeorar? Pues con muy poco ánimo, obviamente. Por desgracia, nadie parece encontrar políticamente incorrecta la utilización masiva del Coco-Crisis para aterrorizar a adultos hechos y derechos. Una amiga comentaba hace poco que en España ya nadie se acuerda de quiénes marcaron los goles en la final de la Eurocopa de fútbol, pero todos siguen en tiempo real la evolución de la prima de riesgo... aunque ni siquiera entiendan qué significa exactamente la dichosa prima.

El concepto de "apagón informativo" suele tener connotaciones negativas, dado que se refiere a la ocultación interesada de datos relevantes. Sin embargo, la sobredosis informativa también implica un sesgo, y sus efectos pueden ser igualmente perniciosos. Por eso, nuestra propuesta anti-crisis consiste en un auto-apagón informativo: nada de noticieros, tertulias ni periódicos durante una semana... incluso mejor un mes. La mayoría hemos llegado a aceptar que no se puede vivir en una burbuja, y que es necesario estar informado de lo que ocurre a nuestro alrededor. Es verdad, pero sólo hasta cierto punto. ¿Qué ocurriría si dejáramos de seguir minuto a minuto el bombardeo de atroces noticias económicas que nos rodea? Los lectores que se animen a hacer el experimento descubrirán que ¡no pasa nada! Se sentirán bastante más relajados y sus temas de conversación ganarán en variedad e interés.

Dejar que la crisis y sus heraldos monopolicen nuestro día a día puede llevarnos a transformar la crisis económica (un hecho exterior) en una crisis personal (interior). En realidad, pese a las molestias e incertidumbres que acarrea, la crisis sólo debería desempeñar en nuestra vida un papel de "artista invitada", nunca de protagonista. Con crisis o sin ella, seguimos viviendo y respirando, y aún hay muchas cosas valiosas que siguen enteramente bajo nuestro control y que nadie puede recortar. Mientras recordemos esto, las crisis vendrán y se irán sin arrasar nuestra vida por el camino. El Coco sólo da miedo mientras se cree en él: no dejemos que las expectativas de caos se conviertan en una profecía autocumplida... ¡o acabaremos como Homer Simpson!


Este artículo es una adaptación de El Coco, la crisis y la vida, publicado en la sección "Economía para gente madura" del número 15 de Mi Dinero: Tu revista de finanzas personales.


viernes, 6 de julio de 2012

El bancarizador que nos bancarice...

… buen bancarizador será? Yo pensaba que bancarizar era uno de esos “palabros” económicos de uso común en entornos profesionales, pero que aún no contaba con la bendición de la Real Academia Española de la Lengua. ¡Craso error por mi parte! El verbo bancarizar no sólo está incluido en el diccionario, con conjugaciones y todo, sino que ya está preparada la enmienda para la próxima edición. De momento, significa “desarrollar las actividades sociales y económicas de manera creciente a través de la banca”. En el futuro, bancarizar será “hacer que alguien o algo, como un grupo social o un país, desarrolle las actividades económicas a través de la banca”. ¡Ahora está mucho más claro! Ya sólo queda una duda: ¿Quiénes son los bancarizadores y cómo nos van a conducir al redil?

Mi periplo profesional me ha llevado desde uno de los países más bancarizados del mundo (España) a uno de los menos bancarizados de Latinoamérica (Argentina). Probablemente ha sido el único choque cultural que he apreciado en el proceso. Los españoles nacemos genéticamente programados para unir nuestros destinos a los de algún banco lo antes posible, y todo a nuestro alrededor está dispuesto para que no quepa ninguna otra alternativa.

Un médico amigo mío, llegado a ese punto de su existencia en el que uno hace balance y toma decisiones trascendentales, decidió que iba a vivir de forma más simple y auténtica y que el primer paso era cancelar todas sus cuentas bancarias: sólo consumiría lo necesario y lo pagaría en efectivo. Su experimento duró dos meses. Dos meses de pesadilla, según contaba después: el simple hecho de pagar la luz, el gas o el teléfono se convertía en una incomodidad y en una manifiesta pérdida de tiempo. Eso, sin contar las miradas desconfiadas que recibía cuando le tocaba admitir que no disponía de cuenta bancaria. Derrotado, terminó abriendo de nuevo una cuenta y, cual hijo pródigo que vuelve al hogar, recibió como regalo una batería de cocina (ancestral práctica para captar nuevos clientes y confundir al público, haciéndoles creer que la elección de un producto financiero es equiparable a la compra de boletos para una tómbola).

No cabe duda de que un acceso generalizado a los servicios financieros ofrece ventajas para todas las partes, pero también exige responsabilidades proporcionales a la magnitud de esas ventajas:  

Gobiernos. La bancarización permite ordenar y vigilar el flujo de los recursos en el sistema productivo. Para las autoridades fiscales, el historial bancario de empresas e individuos es como un código de barras que los mantiene identificados y controlados, desde el instante  en que declaran el primer ingreso formal hasta que pasan a mejor vida (bueno, a veces incluso después: gracias a los errores informáticos, se han llegado a reclamar multas por impago tributario a personas fallecidas). Como contrapartida, los poderes públicos son responsables de proporcionar un marco legislativo que proteja el juego limpio y los derechos de los consumidores, así como una supervisión eficaz que garantice el cumplimiento de las normas.

En los países menos bancarizados, el grado de informalidad económica suele ser elevado, con el consiguiente perjuicio para las cuentas públicas y, de manera indirecta, también para los ciudadanos. Sin embargo, no conviene caer en el error de considerar que la bancarización universal supone una formalización automática de las actividades productivas, porque no es así: la bancarización puede convivir perfectamente con elevados niveles de economía sumergida.

Entidades financieras. No hacen falta muchos argumentos para entender por qué a los bancos les interesa la bancarización; la propia frase es redundante. La teoría académica asegura que su papel es intermediar entre demandantes y oferentes de capital, facilitando el funcionamiento de la economía real. Sin embargo, en los últimos años hemos aprendido que las finanzas existen en su propia dimensión paralela, y que es posible ganar grandes cantidades de dinero realizando operaciones sin ningún fundamento tangible. 

La asociación sin ánimo de lucro Positive Money tiene una teoría (probablemente digna de análisis) según la cual la creación de dinero inexistente, por parte de los bancos, explica en gran medida la actual crisis financiera: los préstamos, descubiertos y otras formas de crédito son meros apuntes digitales, que el banco realiza sin necesidad de haber captado con anterioridad ese capital de los ahorradores. De esta forma, las entidades financieras privadas estarían invadiendo las competencias exclusivas de los bancos centrales en la creación de dinero, con la consiguiente alteración del equilibrio económico-financiero.

A cambio de tan privilegiada posición, como mínimo corresponde exigir a los bancos un escrupuloso cumplimiento de las leyes y de las normas éticas sobre transparencia y asesoramiento a la clientela. Cuando esto falla, ¿cómo se enfrenta una sociedad altamente bancarizada a una situación de colapso como la que se está viviendo en España? Me temo que con una seria añoranza de las épocas en que el dinero se guardaba en el colchón, y con muy poca disposición a apreciar las ventajas de la bancarización. Como suele suceder, el problema no es el sistema, sino el uso y abuso que algunos hacen del mismo.

Ciudadanos. La bancarización y las mayores facilidades de acceso al crédito son herramientas potencialmente útiles para el desarrollo de proyectos y emprendimientos productivos, pero no son ninguna panacea ni deben verse como un objetivo en sí mismas. Si no van acompañadas de un adecuado marco regulatorio, de una eficaz supervisión prudencial y de unos niveles de educación financiera que permitan a la población hacer un uso inteligente de los servicios bancarios y de la financiación recibida, cabe la posibilidad de que los riesgos superen a los beneficios.

En la actualidad, los organismos multilaterales de cooperación al desarrollo están tratando de incentivar la utilización de tecnologías móviles por parte de colectivos vulnerables, como vía para facilitar su acceso a algunos servicios financieros básicos. Está claro que la inclusión tecnológica abre muchas puertas, pero cabe discutir que la financiera deba ser la primera en abrirse. Las personas no se encuentran en situación de vulnerabilidad por hallarse al margen del sistema financiero formal, sino por vivir en entornos con carencias estructurales mucho más apremiantes, que deben ser objeto de atención prioritaria. Una política de inclusión financiera que no aborde tales carencias puede acabar resultando contraproducente. Como señala este excelente artículo publicado en Universia Knowledge@Wharton, lo que es bueno para los bancos no siempre es bueno para la gente. 

¿Bancarización? De acuerdo… siempre que vaya bien escoltada por toda la Trinidad Financiera: Legislación, Supervisión y Educación.