jueves, 23 de enero de 2014

La pésima educación financiera de los Premios Nobel de Economía

Aunque al bueno de Alfred Nobel jamás se le pasó por la cabeza instituir semejante premio, algunos años después los señores del Banco Central de Suecia, víctimas de un ataque de aburrimiento, decidieron crearlo por su cuenta y riesgo. Tal vez pensaron que, si se honra a las preclaras mentes de las Ciencias (Física, Química y Medicina), las Artes (Literatura) y de algo tan invaluable como la Paz, ¿por qué no se va a laurear también a esos eruditos que dedican sus vidas a “reinventar la rueda” en el campo de la Economía?

No hacen falta profundas investigaciones para concluir que se trata de un premio muy controvertido. La artesanal Wikipedia ya nos informa de que la distribución geográfica, ideológica y temática de los premios resulta un tanto sospechosa y desequilibrada. Mucho neoliberal de la Escuela de Chicago, mucho estadounidense y británico…  y sólo una mujer entre 74 premiados en las 45 ediciones del galardón, aunque este dato no es para sorprenderse porque lo vemos en todas las áreas del reconocimiento (no digo “áreas del conocimiento” porque saber, sabemos, aunque no nos lo reconozcan).
  
Repasando las aportaciones de los premiados, encontramos otro elemento que suele distinguir los Nobel de Economía de los que se otorgan en categorías estrictamente científicas: sobreabundancia de teorías y modelos… ¡pero muy pocas realidades! Los premios suelen recaer en eruditas construcciones sobre las supuestas interrelaciones entre los elementos y agentes económicos, especialmente si vienen adornadas con complejas demostraciones matemáticas. No parece importar que la realidad acabe por tumbarlas, o que su contribución al bienestar de la humanidad oscile entre nulo e inexistente: basta con que parezcan tener sentido.

En este recomendable y documentado artículo, el profesor de la Universidad de Leeds David Spencer señala cómo el reparto de los Nobel favorece más el pensamiento económico (cuanto más continuista y ortodoxo, mejor) que aquellas aportaciones que tratan de resolver los apremiantes problemas económicos del mundo real. Considera que la falta de propuestas y respuestas de la mayoría de los Nobel a la actual crisis económica (que prefieren ignorar porque estropea sus teorías) es una oportunidad perdida para salvar la brecha con la sociedad, mostrando la economía como una disciplina genuinamente conectada con las preocupaciones reales del público. 

Como demostración extrema de este olímpico desinterés por la credibilidad, en 2013 el comité no tuvo ningún problema en premiar a la vez dos enfoques completamente opuestos. Mientras Eugene Fama, de la Universidad de Chicago, es un defensor a ultranza de la racionalidad de los mercados, Robert Shiller sostiene que si algo puede probarse es su imperfección, porque los inversores actúan de manera irracional y porque existen notorias desigualdades en el acceso a la información. Parece claro que la crisis de 2008 ha respaldado de forma contundente las tesis de Shiller, desmontando al mismo tiempo las idílicas teorías del profesor Fama. ¡No importa! En el exclusivo club de los economistas académicos hay suficientes Premios Nobel para todos.

Nuestra subversiva teoría es que los honorables ganadores del Nobel saben mucho de teoría económica abstracta, pero pueden actuar con la misma falta de cultura financiera que cualquier otro mortal (entendiendo la cultura financiera como la habilidad cotidiana de manejar el dinero con eficacia). Por si alguien pensaba todavía que los galardonados tienen algún tipo de conexión profunda con el Dios de las Finanzas, recordemos un caso muy conocido que acredita lo contrario: el nacimiento, desarrollo y muerte del  Long-Term Capital.

Fundado en 1994, este fondo de inversión libre, de carácter muy especulativo, contaba en su junta directiva con Robert Merton y Myron Scholes, que compartieron el Nobel de Economía en 1997 por su nuevo método para la valoración de productos derivados. Siguiendo sus indicaciones, este gigantesco fondo, que llegó a controlar el 5% del mercado de renta fija mundial, obtuvo unos beneficios del 40% en 1995 y 1996. Sin embargo, el modelo automatizado no funcionó bien ante la crisis de la deuda rusa de 1998 (tenía programada una línea de acción contraria a la que dictaba el sentido común) y el fondo comenzó a sufrir unas pérdidas aún más espectaculares que sus anteriores beneficios. Como entre sus clientes se encontraban algunos de los más importantes bancos mundiales, la Reserva Federal americana tuvo que intervenir para evitar una quiebra del sistema. El Long-Term Capital desapareció a principios del 2000. Al fin y al cabo, parece que ni siquiera las matemáticas complejas pueden resolverlo todo: al menos, no sin el complemento de la sensatez humana.

Conclusión: entre los atributos necesarios para ganar un Premio Nobel de Economía no se incluye tener cultura financiera, sentido común ni conexión con la realidad. Por lo tanto, queridos lectores, dejemos que los estudiosos sigan jugando con sus modelitos, y que Dios nos encuentre confesados cuando a algún político o banquero se le ocurra aplicarlos en el mundo real.

Mientras tanto nosotros, pobres cobayas, intentaremos mantener el tipo y sobrevivir a tales experimentos a base de independencia de criterio, sentido común y una cultura financiera más terrenal... pero mucho más práctica.


miércoles, 8 de enero de 2014

¿Quieres conocerte mejor? Averigua tu coeficiente de irracionalidad económica

¿De dónde salen las decisiones que tomas sobre el dinero? ¿De la cabeza, del corazón, del estómago o de alguna otra víscera? Dicho con más elegancia, la pregunta es si tus comportamientos económicos son razonados y razonables o si, por el contrario, actúas por impulsos, costumbre o instinto. Ya hemos hablado en otros artículos sobre el debate intelectual entre quienes defienden la existencia de un homo economicus 100% racional y los que abogan por asumir con elegancia nuestra alegre e irreflexiva insensatez económica.

Si nos has leído alguna vez, ya sabes que nos alineamos con el segundo grupo: puesto que no utilizamos la razón en casi ningún ámbito de nuestra vida, ¿por qué se espera de nosotros un comportamiento diferente cuando se trata de dinero? Nadie fuma o conduce a 200 km/h porque sea lógico hacerlo, sino porque resulta agradable, o divertido, o glamouroso, o excitante o… ¡porque sí! Siempre hay algún motivo, aunque a veces ni siquiera nosotros mismos somos capaces de identificarlo. Tampoco es que importe mucho: nuestros comportamientos nos parecen de lo más razonable… porque son nuestros.

Por el contrario, todos estamos equipados con un eficacísimo radar que nos permite detectar de inmediato las decisiones absurdas que toman los demás. “No me extraña que le haya pasado tal cosa a Menganito. ¡Si es que nunca ha tenido ni una pizca de sentido común!”. “Se estaba viendo venir lo de Fulanita… La pobre no tiene ni dos dedos de frente”. Desde luego, todas las conductas que no encajan con lo que nosotros haríamos (o creemos que haríamos) nos parecen una insensatez. ¿Te mueres de ganas de comprobar si, como sospechas, eres muchísimo más racional que los descerebrados que te rodean? Entonces es tu día de suerte: ¡estás a punto de confirmarlo!

Con nuestra habitual vocación de servicio público, te ofrecemos una herramienta indispensable y revolucionaria de autoconocimiento personal: el Coeficiente de Irracionalidad. Que nadie se ponga nervioso: no tiene nada que ver con el Cociente de Inteligencia, más allá de compartir las iniciales. Este maravilloso test, pese a su brevedad,  te dará pistas muy claras sobre el nivel de racionalidad o emocionalidad que aplicas a tus decisiones económicas. ¡Que lo disfrutes!

1)  Pasas delante de un comercio y entras en éxtasis al ver expuesto un traje muy elegante, de una marca carísima. El cartel anuncia que está rebajado en un 60%. ¡Puedes verte usándolo dentro de dos semanas en la reunión anual de la empresa! ¿Cuál sería tu comportamiento más probable?

a)   Compruebas que llevas contigo la tarjeta de crédito y entras sin vacilar para comprarlo. ¡Un 60% de rebaja es una ganga!
b)   Entras para ver cuál es exactamente el precio final. Resulta demasiado caro para tu presupuesto. ¡Otra vez será!
c)    Entras para ver cuál es exactamente el precio final. Resulta demasiado caro para tu presupuesto, pero te lo pruebas de todas formas. Te queda perfecto… Es importante dar buena imagen en el trabajo. En realidad, ¡comprarlo es una buenísima inversión!
d)   Un 60% de “algo carísimo” sigue siendo “algo carísimo”. Aún sin conocer el precio inicial ni el rebajado, con toda seguridad no es para ti. Tal vez en otra vida.

2)  Para acompañar las comidas familiares del domingo, sueles comprar en el hipermercado que hay junto a tu casa una determinada marca de vino, a 15 euros la botella. Te enteras de que, en una tienda que está tres bloques más abajo, la misma botella vale 8 euros. ¿Vale la pena el esfuerzo de caminar un poco más?

a)    ¡Ni en sueños! Como si no tuvieras nada mejor que hacer que recorrerte todo el vecindario por 7 eurillos de nada.
b)    Por supuesto que sí. Todo son ventajas: haces algo de ejercicio y te ahorras 7 euros.
c)    Por supuesto que sí. ¡Te ahorras casi la mitad!
d)    No. Seguro que en el sitio barato el vino está estropeado.

3)  Vas a regalarle a tu hija una netbook que cuesta 347 euros en el hipermercado que hay junto a tu casa. Un amigo te comenta que, a tres bloques de distancia, la misma netbook vale 340 euros. ¿Vale la pena el esfuerzo de caminar un poco más?

a)  ¡Ni en sueños! Como si no tuvieras nada mejor que hacer que recorrerte todo el vecindario por 7 eurillos de nada.
b)   Por supuesto que sí. Todo son ventajas: haces algo de ejercicio y te ahorras 7 euros.
c)   ¡Ni hablar! Al final la diferencia no es para tanto, prefieres ahorrarte el tiempo y el esfuerzo.
d)   ¿Para qué? Es un robo en ambos casos: demasiado dinero por algo que la semana que viene ya se habrá quedado anticuado.

4)  Un buen amigo que suele estar muy bien informado te habla de una interesantísima inversión que acaba de realizar. Las rendimientos esperados son excelentes y no hay riesgo alguno. Aunque no entiende muy bien el producto, se ve que los responsables saben lo que hacen, porque tienen unas oficinas espectaculares. ¡Está claro que les va muy bien! Te sugiere que sigas su ejemplo e inviertas tú también. ¿Qué le contestas?

a)   Por supuesto! Tú confías en tu amigo y él confía en esa gente… ¡No hace falta saber más!
b)   Que suena demasiado bonito para ser verdad. Nadie va por ahí compartiendo el secreto para hacerse rico. Mira lo que pasó con el Madoff ese.
c)    Te aseguras de haber entendido bien. ¿De verdad le prometen esa cifra? Guauuuu… Eso es mucho más de lo que te está dando tu banco. Igual te animas a invertir una pequeña cantidad, a ver qué pasa.
d)   Opinas que tu amigo es tonto de remate por creer todavía en Santa Claus.

5)  Tu negocio no marcha muy bien últimamente: algunos meses apenas consigues cubrir costes. ¿Cómo abordas esta situación?

a)   Jugando a la lotería todas las semanas. Total, las cantidades que juegas son pequeñas, tampoco te iban a solucionar nada. Además, tus probabilidades de ganar son mayores porque le has puesto una ramita de perejil a San Pancracio.
b)    Revisas todas tus previsiones de ingresos y gastos y tratas de ajustar los costes de forma inteligente, sin poner en peligro la calidad.
c)    Como dice el refrán, no hay pena ni alegría que cien años dure. Antes o después las cosas tendrán que mejorar y, hasta entonces, ¡a aguantar! Lo importante es tener salud.
d)   ¿Y qué se supone que puedo hacer yo? Si las cosas están mal no es por mi culpa, que lo arreglen los que lo estropearon.

6)  Tu pareja se ha quedado sin empleo y, de momento, tu sueldo es el único ingreso familiar, por lo que últimamente tienes mucho cuidado con los gastos. Tu hijo de 13 años necesita unas nuevas deportivas, pero no le vale cualquier marca: te pide que le compres unas muy, muy caras. ¡Son las que tienen todos sus amigos! ¡Todos, todos, todos! Ante el inminente drama preadolescente, ¿cuál es tu reacción?

a)  Se las compras sin rechistar, por supuesto. ¡No quieres que sea el paria del grupo! Además, si no disfruta a esa edad, ¿cuándo lo va a hacer? Ya ajustarás el presupuesto por otro lado.
b)  Entiendes su decepción, pero le explicas lo importante que es su apoyo para toda la familia. Con sólo aceptar unas zapatillas algo más económicas, ya estará ayudando muchísimo a superar la mala racha. Buen momento para recordarle que un logo conocido no siempre significa mayor calidad.
c)  Como si no tuvieras ya bastantes preocupaciones, ¿encima tienes que aguantar el mal humor del niño? Ni hablar. Le compras las deportivas que a ti te parecen adecuadas y que se aguante, así va aprendiendo que en la vida uno casi nunca consigue lo que quiere.
d)  La culpa es de tu pareja, que siempre le ha consentido todo al mocoso. A ti que te dejen en paz, tienes cosas más importantes en la cabeza que los caprichos del niño.

7)  Tu banco funciona bien, tiene comisiones muy bajas y atienden correctamente tus dudas. Estás contento con ellos, pero… acaban de abrir junto a tu casa una sucursal de otro banco, con ofertas muy interesantes: si cambias allí todas tus cuentas, te regalan un reproductor portátil de DVD. ¿Te animas a cambiar de banco?

a)   ¡Pues claro! ¡Un reproductor de DVD! ¡Qué chulo! Total, todos los bancos son iguales, si puedes aprovechar la ocasión para conseguir algo gratis, sería de tontos no hacerlo.
b)   No. Prefieres tener claras las condiciones y que no te distraigan con juguetitos. Ni se te ocurre creerte que se trata de un regalo: está claro que te lo van a cobrar de alguna forma (más comisiones y/o menos intereses).  Además, si quisieras tener un reproductor de DVD (que no quieres), te gustaría elegirlo a ti.
c)   Te da un poco de pereza cambiar de banco, pero a nadie le amarga un dulce. Nunca se te hubiera ocurrido comprar un reproductor portátil de DVD, pero si te lo regalan… Bien pensado, puede venir muy bien para entretener a los niños durante los viajes.  
d)   Ni hablar. La cosa tiene truco, seguro. ¡Más vale lo malo conocido!

¡Has llegado al final del cuestionario! Para calcular tu coeficiente de irracionalidad, asigna a tus respuestas el siguiente baremo. Después, súmalos y comprueba los resultados.

Respuesta
Puntos
a
20
b
10
c
15
d
2


·        C.I. superior a 100: Situación alarmante. Padeces un caso grave de irracionalidad auto-destructiva. De haber nacido en otra época, habrías sido un firme candidato a terminar en prisión por deudas.

·        C.I. ente 70 y 100: Sin ánimo de ofender, eres un irracional del montón. Bien acompañado por el 80% de la humanidad, presentas lo que se conoce como irracionalidad creativa estándar. Haces con tu dinero lo que te pide el cuerpo y después buscas una justificación aceptable. Te gusta vivir peligrosamente, ¿eh?

·        C.I. entre 15 y 70: Pese a vivir en una sociedad que prima el consumo irreflexivo, casi siempre consigues hacer gala de una racionalidad impecable. Perteneces a una especie en vías de extinción, así que… ¡cuidado! Es probable que acabes viviendo en una reserva, como los indios de Norteamérica (ya que tus actitudes son muy nocivas para la supervivencia del actual sistema económico).

·        C.I.C inferior a 15: Lo tuyo va más allá de la racionalidad. Eres un pesimista y un cenizo. Desde el punto de vista de la conservación de tu patrimonio, no nos queda más remedio que felicitarte: es improbable que alguien o algo consiga inducirte a realizar un gasto que no deseas. A cambio, tu vida va a ser terriblemente triste y solitaria.

Como resumen y conclusión de todo lo anterior, formulamos en rigurosa primicia para nuestros lectores las dos leyes universales de la lógica económica:

LEYES UNIVERSALES DE LA LÓGICA ECONÓMICA

1)   Ley de la creatividad infinita. Por muy estúpidas que sean nuestras decisiones económicas y muy lamentables que sean sus resultados, siempre es posible encontrar uno o varios argumentos con los que convencernos a nosotros mismos (a veces, incluso a los demás) de que se trataba de la mejor opción.

2)   Ley de la culpa alternativa. En los casos extremos y excepcionales en los que no se cumpla la Ley anterior, siempre es posible encontrar a otra persona a quien atribuir la responsabilidad de nuestra equivocación.



La versión original de este artículo fue publicada por primera vez en nuestra revista digital Mi Dinero.