domingo, 23 de octubre de 2011

Buscando un marco para la RSE (y II): regulación, estandarización, certificación...

Comentábamos en la entrada anterior que regular la ética y el sentido común (componentes genéticos de la RSE) no nos parece una alternativa eficaz para promover el compromiso empresarial. Además de los argumentos sobre la naturaleza voluntaria de la auténtica RSE, hay que tener en cuenta que para que cualquier regulación cumpla sus objetivos debe verse respaldada por mecanismos eficaces de supervisión y, en su caso, de sanción. De otro modo, existen grandes probabilidades de que las entidades más reacias encuentren la manera de cumplir con la letra de la ley obviando su espíritu y objetivos.

De nuevo el ámbito financiero nos sirve de ejemplo sobre las dificultades, riesgos y limitaciones de la regulación de comportamientos. Las normas de conducta que han de seguir las entidades en su relación con la clientela están con frecuencia reguladas al más alto nivel. En Europa, la Directiva de Mercados de Instrumentos Financieros (MiFID) establece textualmente que los Estados miembros exigirán a las empresas de servicios de inversión que actúen con "honestidad, imparcialidad y profesionalidad, en el mejor interés de sus clientes". ¡Menos mal que hay una norma que obliga a ello! Supongo que todos entendemos que lo contrario es actuar de forma deshonesta, sesgada y poco profesional, buscando solo el propio beneficio en detrimento de los intereses del cliente. Por supuesto, dado que todos los países de la Unión han adaptado la MiFID a sus ordenamientos jurídicos, los usuarios europeos de servicios de inversión están felices y protegidos porque todos los intermediarios saben que deben ser honestos, imparciales y profesionales. ¿O no? Ah, pues a juzgar por el volumen de quejas ante los servicios públicos de reclamaciones, parece que no. 

Siendo realistas, tanto esa formulación genérica como la mayor parte de sus normas de desarrollo, en algunos casos más concretas, resultan extremadamente difíciles de supervisar y no añaden gran cosa a la protección efectiva de los consumidores financieros. Y, sin embargo, asegurar la plena satisfacción del cliente mediante un asesoramiento profesional y leal, ¿no debería ser algo plenamente exigible y esperable de la ética y de la responsabilidad empresarial? En una sociedad con mayor cultura financiera, los consumidores tendrían la formación suficiente para filtrar los comportamientos poco éticos y operar solo con entidades honestas y profesionales, sin necesidad de normas bienintencionadas pero imposibles de aplicar. Por desgracia, no estamos aún en ese punto. 

Algo muy similar ocurre con la RSE. Puesto que estamos hablando de responsabilidad social, debería ser la sociedad quien valorara la calidad de los comportamientos empresariales. Con este enfoque pueden entenderse las iniciativas destinadas a promover la difusión y homogeneización de los informes de responsabilidad social (Global Reporting Initiative) o las certificaciones de cumplimiento de ciertos parámetros, como la Norma SGE 21

Este tipo de aproximaciones son mucho más prometedoras en cuanto al objetivo de difundir la RSE e insertarla en el ADN de las empresas, pero resultarían aún más efectivas si se consiguiera promover una verdadera demanda social de ese tipo de informes y certificaciones. ¿Cómo? Lo hemos anticipado antes: formando a los consumidores para que ejerciten su espíritu crítico y lo plasmen en sus decisiones cotidianas. Víctor Viñuales, director de la Fundación Ecología y Desarrollo, se refería en una entrevista reciente a la "incoherencia de los consumidores": en las encuestas siempre se proclaman dispuestos a valorar de forma positiva determinados comportamientos empresariales, especialmente en el ámbito medioambiental, pero a la hora de la verdad las decisiones de compra siguen viniendo dictadas por hábitos de consumo profundamente arraigados. Esta realidad podría llevar a cuestionar los prometedores y optimistas resultados de la encuesta llevada a cabo por la agencia Cone Communications para su Estudio Global de Oportunidad para la Responsabilidad Corporativa, según el cual los consumidores de los países más poblados del mundo están preparados para recompensar o penalizar activamente a las empresas según su forma de hacer negocios. ¿Esto es cierto o responde al "síndrome de la respuesta correcta" que al parecer sufrimos siempre que contestamos a una encuesta? Por desgracia, creo que me inclino por la segunda opción. 

En resumen, el desarrollo de la responsabilidad social empresarial debe ir acompañado de un desarrollo paralelo de la responsabilidad individual de los consumidores. Mientras tanto, la estandarización o la certificación de la RSE seguirán teniendo un interés más académico que práctico, ya que no tendremos una ciudadanía cualificada dispuesta a valorar esa información y actuar en consecuencia. Tal vez estemos ante un círculo vicioso, pero ¿no sería un buen objetivo para la Responsabilidad Social, pública y privada, conseguir esos consumidores activos, críticos y bien informados del siglo XXI, en lugar de los meramente reactivos del siglo XIX?

miércoles, 12 de octubre de 2011

Buscando un marco para la RSE (I): regulación, estandarización, certificación…

¿Se nos ha ido de las manos la RSE? Parece existir cierta sensación generalizada de que así ha sido. Son muchos los esfuerzos que se están realizando para tratar de acotar, definir, organizar, reconducir o acreditar la Responsabilidad Social Corporativa: algo así como sujetar el tronco a una vara para que la planta crezca recta.

No resulta difícil entender por qué parece necesario intervenir para resucitar o reinventar la RSE. Su utilización superficial con fines comerciales y algunos sonados escándalos empresariales han dañado la credibilidad del término. En una serie de artículos recientemente iniciada para CSRwire, el profesor Wayne Visser habla directamente de “La muerte de la RSE” y propone un debate entre dos alternativas: ¿acabamos con ella antes de que distraiga la atención de los cambios que realmente necesitan afrontar las empresas o sometemos a revisión tanto el concepto como la práctica de la RSE?

Las propuestas de “reinvención” abarcan toda la gama de opciones de control, desde la regulación a la certificación, pasando por la difusión de informes obligatorios. Parece que pierde adeptos la voluntariedad absoluta del concepto, lo que no deja de ser sorprendente: la responsabilidad social de una empresa, igual que la responsabilidad individual de una persona, tiene que “salir de dentro”: lo que se imponga desde fuera podrá ser una norma, una directriz o cualquier otra cosa, pero no responsabilidad.

Por su propia naturaleza, la RSE es el compromiso voluntario de funcionar según unos estándares éticos que van más allá de lo exigible. Este enfoque, que permite establecer distancias entre las empresas con propósito de liderazgo y las que se limitan a cumplir la legislación con el único objetivo de un beneficio a corto plazo, resulta difícil de conciliar con una aproximación basada en la regulación de la RSE. 

Sin embargo, es probable que sí sea necesario avanzar en el terreno legislativo, pero solo después de haber establecido límites claros entre lo que es responsabilidad social y lo que no lo es. Todo lo que pueda y deba ser objeto de regulación para garantizar unas reglas del juego igualitarias tal vez no deba considerarse RSE. Muchas cuestiones medioambientales quedarían incluidas en este grupo: dañar el entorno físico de ninguna manera puede ser opcional. En las últimas décadas, el vertiginoso progreso tecnológico y económico ha encontrado espacios sin regular que se han ido cubriendo, en general de forma voluntaria y con diferentes grados de compromiso y acierto, por la vía de la RSE. Por tanto, a medida que las normas de obligado cumplimiento pasen a regir cuestiones antaño consideradas de responsabilidad social, esta tendrá que redefinirse para abordar otras actividades y enfoques más próximos a su naturaleza discrecional.

En próximas entradas seguiremos comentando las ventajas e inconvenientes de otras alternativas de encuadre de la RSE: estandarización de la información pública, obligación de informar, sistemas de acreditación... En cuanto a la regulación, en lugar de atarle una vara al tronco de la RSE, quizá sería mucho más fructífero limitarse a quitar las malas hierbas y dejar que la planta se desarrolle con toda libertad.