lunes, 17 de diciembre de 2012

Las tres tendencias de la educación financiera para 2013


Hoy día, la única forma de que te lean en Internet es elaborar una lista y encabezarla con un título de cierto interés. Puesto que no soy dada al auto-engaño, tengo asumido que la educación financiera no despierta precisamente un entusiasmo abrumador (aunque estoy convencida de que algún día conseguiremos ponerla de moda, cosas más raras se han visto). Tampoco me consta que exista ninguna práctica de educación financiera que aglutine la suficiente masa crítica como para merecer el grandioso nombre de “tendencia”. Sin embargo, en homenaje al obligatorio optimismo de estas fechas, me animo a compartir mi lista personal de deseos sobre el futuro inmediato de la educación financiera en Iberoamérica. Querido Santa Claus: para este 2013 me gustaría que me trajeras…

1. Una creciente demanda social de talleres y programas de educación financiera, adaptados a las necesidades de colectivos concretos

A menudo hemos constatado, con notable frustración, que muchas personas están dispuestas a pagar por carísimos cursos sobre la misteriosa y elusiva “Ley de la Atracción”, pero no hay manera de que asistan a talleres gratuitos para aprender a manejar su dinero de forma eficaz… ¡Y eso que es bastante más sencillo! Parece que confiamos más en nuestra capacidad para transformar la energía del Universo que en nuestra paciencia para leer y entender un contrato financiero.

Hace poco, una recién llegada a un grupo de LinkedIn sobre educación financiera preguntó con cierta ingenuidad: “¿Cómo conseguís que la gente se apunte y asista a los talleres que no son obligatorios?”. De inmediato surgieron los comentarios jocosos: “¡Buena suerte! Por favor, en cuanto sepas la respuesta compártela en el grupo”.

En el mundo ideal que prevemos para 2013, en todos los grupos de población habrá cada vez más personas financieramente iluminadas que, con el entusiasmo propio de los conversos, se dedicarán a asimilar y difundir nuevas prácticas económicas, más inteligentes y provechosas para todos. Serán conscientes de sus verdaderas necesidades y buscarán cursos, materiales y herramientas que les permitan alcanzar sus objetivos. Los talleres para familias, emprendedores y futuros jubilados estarán llenos hasta la bandera, y los asistentes sustituirán la angustia vital que les produce pensar en el dinero por una estimulante sensación de confianza en sí mismos.

 2. Unos contenidos y formatos más lúdicos, prácticos y… humanos

En la actualidad, las experiencias de aprendizaje lúdico e implícito parecen estar reservadas para los más pequeños. Sólo los niños tienen derecho a asimilar nuevas ideas mediante juegos, música y colores. Los adultos estamos obligados a demostrar nuestra seriedad aguantando charlas solemnes y aleccionadoras sobre el funcionamiento del sistema financiero y las bondades del ahorro. ¡Un planteamiento ideal para combatir el insomnio!

Además de ser tremendamente aburrido, el “estilo sermón” que impera en la educación financiera para adultos tiene el gran inconveniente de generar un rechazo adicional al que de por sí produce todo lo relacionado con el dinero. Aún no he conocido a nadie a quien le agrade que cualquier extraño, por muy bienintencionado que sea, le diga cómo tiene que vivir su vida.

En el 2013, la gamificación llega a la educación financiera. No como una moda, sino como la mejor forma de conectar con las inclinaciones naturales del ser humano a la diversión y al disfrute de experiencias en primera persona.

Además de esta revolución en los formatos, los contenidos evolucionan hacia nuevos enfoques: ya no se trata de instruir o educar a las personas (planteamientos que denotan cierta “superioridad” de quien imparte el conocimiento), sino de mostrar otras alternativas para ganar, ahorrar, gastar, compartir o invertir el dinero, que no tienen por qué estar alineadas con las creencias predominantes en nuestras sociedades.

Y, por encima de todo, los contenidos se adaptan de manera realista a las circunstancias de cada colectivo o grupo de población: las verdades universales tampoco existen en el ámbito de la educación financiera, y las propuestas que tienen sentido en algunos casos pueden ser completamente inadecuadas en otros contextos. Un buen programa con contenidos “globales” puede fracasar por no reconocer las características particulares del grupo al que se dirige.

3. Las empresas compiten por difundir la cultura financiera y se potencia la
cooperación entre el sector público y el privado

En los últimos años, las instituciones públicas del ámbito financiero (reunidas en la International Network on Financial Education de la OCDE) han proporcionado un apreciable impulso a la IDEA de que la educación financiera es imprescindible para el desarrollo social y económico de las sociedades.

Por desgracia, el tránsito de la IDEA a la REALIDAD no es automático ni inmediato. Los organismos públicos han dado pasos imprescindibles y positivos en cuanto a la divulgación de la IDEA, pero sus iniciativas suelen mostrar dos tipos de problemas: 1) La educación financiera ocupa una posición secundaria frente a otras competencias que estos organismos consideran prioritarias (como la regulación, la supervisión o la política monetaria) y que por su delicada naturaleza suelen aconsejar el mantenimiento de un “perfil bajo”; la consiguiente timidez comunicativa perjudica extraordinariamente las posibilidades de llegar con éxito a los potenciales beneficiarios. 2) La escasez de recursos económicos y humanos limita el impacto y la eficacia de las acciones.

De ahí que, en muchos casos, las iniciativas públicas de educación financiera dejen una sensación de expectativas frustradas. Las optimistas declaraciones del tipo “con esta actividad hemos capacitado a 200 personas” ya no engañan a nadie: dar una charla a 200 personas (reunidas de manera más o menos voluntaria) no significa que se haya “capacitado” a todas esas almas. Con suerte, si la charla es realmente buena y está bien enfocada hacia las necesidades reales de la audiencia, puede tener un notable efecto “sensibilizador” (logro nada desdeñable, por cierto). Pero tener a 200 personas sentadas escuchando una clase magistral está muy, muy lejos de constituir una capacitación.

En 2013, las empresas de cualquier sector de actividad, que carecen de las limitaciones que afectan a las instituciones públicas, descubren por fin las ventajas prácticas de aprovechar su RSE para vincularse con la comunidad mediante la difusión de programas de educación financiera que, por supuesto, cumplen con todas las características señaladas en el punto anterior. Lo público y lo privado dejan de caminar en paralelo y aprovechan sus respectivas ventajas para mejorar la calidad, el realismo, el alcance y la eficacia de los programas.

Profecía Addkeen para el 2013: En lugar de ahogarnos en los oleajes económicos que nos rodean, aprendemos a hacer surf sobre la tabla de nuestra mejorada cultura financiera y nos mantenemos a flote contra viento y marea. ¡Que la Fuerza nos acompañe!

viernes, 9 de noviembre de 2012

Pilatos y las tácticas de información masiva


La crisis ha tenido la triste utilidad de poner de manifiesto muchas cosas: que las leyes no se han cumplido, que la ética empresarial de la industria bancaria es muy mejorable… y que las personas y las familias suelen tomar unas decisiones financieras tremendamente absurdas. ¿Por qué ocurre esto? La respuesta inmediata suele ser: “¡A la gente le falta información!”. Cielos, no. A la gente pueden faltarle muchas cosas, pero definitivamente la información no es una de ellas. 

De hecho, en la era de Internet tenemos más información de la que podemos procesar, y los temas financieros no son una excepción: abundan los sitios educativos y divulgativos, con materiales de gran interés para todos los gustos y necesidades.

Por otra parte, en los últimos años infinitas leyes han justificado la relajación de los controles sobre mercados e intermediarios con el imaginativo argumento de que “la madurez de los sistemas financieros hace innecesario un seguimiento estricto de los agentes profesionales, por lo que basta con poner a disposición del público la información necesaria para que pueda tomar decisiones bien fundadas”. (¿En qué se supone que se manifestaba tal madurez? ¿En que estaban a punto de criar moho?). Como consecuencia, las entidades están obligadas a  difundir urbi et orbi sus contratos, sus tarifas, los folletos descriptivos con las características de los productos, sus balances y cuentas de resultados, los posibles conflictos de interés, etcétera, etcétera. Lo cierto es que las instituciones financieras sí suelen respetar las normas sobre difusión de información en línea (en términos de cantidad, no siempre de calidad), por dos motivos: su incumplimiento se detecta de manera fácil y objetiva y, sobre todo… son conscientes de que la inmensa mayoría de los consumidores están tan perdidos que no van a hacer ningún uso de ella. 

Los que siguen este blog con regularidad saben que somos bastante aficionados a las preguntas tipo test, así que vamos a reformular nuestra duda inicial: ¿Por qué las personas toman decisiones financieras absurdas, aún cuando tienen a su alcance toda la información necesaria para hacer otras elecciones más inteligentes?

a) Por vagancia
b) Porque les gusta vivir peligrosamente
c) Porque no tienen esperanza alguna de entenderla
d) Porque ni siquiera saben que tal información existe 

En este caso, no hay una sola respuesta correcta: es posible encontrar almas en cada uno de estos supuestos, que de todo hay en la viña del Señor. Los de los grupos a) y b) son muy dueños de hacer lo que les venga en gana, y no hay mucho que se pueda hacer al respecto. Pero los casos c) y d) son la razón que impulsa nuestro trabajo: necesitan mejorar su cultura financiera.

Los legisladores y los gobiernos son perfectamente conscientes de esta realidad: también abundan las leyes y programas públicos que reconocen que los ciudadanos no cuentan con las destrezas necesarias manejar sus finanzas personales de manera adecuada (lo que obviamente no es compatible con la tesis de los mercados “maduros” y paradisíacos donde todos cuentan con “información perfecta”).

Nos encontramos, por tanto, con que los consumidores son maduros o ignorantes según sople el viento. Cabe pensar que las obligaciones de difusión masiva que se imponen a las entidades no son tanto una medida para proteger a los usuarios financieros como una excusa para eludir otro tipo de aproximaciones más costosas y complejas, como una supervisión rigurosa o unos programas de educación financiera ambiciosos y de amplio alcance. Es el equivalente moderno al lavado de manos de Pilatos, paradigma del que aparenta cumplir con sus responsabilidades mientras, en realidad, se dedica a mirar a otra parte. La sobredosis de información nunca puede compensar la falta de formación.

Como remate, la mayor parte de esa información excesiva resulta además inadecuada e indigesta para el común de los mortales. Hace algunos años, el supervisor británico mantenía su programa público de educación financiera bajo el lema No selling, no jargon, just the facts (“Sin venta, sin jerga, sólo los hechos”), además de apostar por la comunicación en plain English, el lenguaje llano que todo el mundo puede entender.

Comparemos este enfoque con los documentos bancarios que la mayoría tenemos a nuestra disposición: uso masivo de jerga jurídica y económica, letra microscópica, redacción enrevesada y deliberadamente opaca, fórmulas matemáticas que hubieran hecho las delicias de Einstein… Hace falta un grado inhumano de auto-disciplina financiera para no caer en a) la vagancia; b) los comportamientos suicidas.

Es fácil imaginar la felicidad que han experimentado las entidades financieras menos escrupulosas durante los últimos años: una clientela ignorante y cautiva, incapaz de distinguir un producto de alto riesgo del contrato de la luz ni aunque su vida dependiera de ello. En tal contexto, ¿qué inconveniente puede haber en cumplir a rajatabla todas las obligaciones de difusión masiva establecidas por los Pilatos de turno?

En resumen, la información financiera sólo resulta útil cuando es adecuada, clara y se dirige a personas capaces de interpretarla y usarla en la toma de decisiones. En contextos de baja cultura financiera, las tácticas de información masiva no son más que simbólicos lavatorios de manos.

miércoles, 17 de octubre de 2012

El estilo japonés y la riqueza de Latinoamérica


El 15 de octubre, el empresario mexicano-japonés Carlos Kasuga Osaka ofreció en la Facultad de Económicas de la Universidad de Buenos Aires una de sus apasionadas (y apasionantes) conferencias sobre productividad y calidad empresarial. 

Con una experiencia y unas habilidades comunicativas fuera de toda discusión, el señor Kasuga juega a desorientar con los títulos de sus presentaciones; si alguien espera recetas mágicas que expliquen su éxito al frente de Yakult, probablemente se verá sorprendido por el mensaje en el que condensa su filosofía: la prosperidad de una sociedad no se consigue con innovadoras propuestas de Management empresarial, sino proporcionando a los niños una educación formativa, basada en valores. 

El empresario expuso la aparente paradoja de que un pequeño país como Japón se haya situado como una indiscutible potencia mundial, mientras naciones mucho más ricas en recursos naturales, como Argentina o México, no acaban de encontrar su camino hacia una prosperidad sostenible. ¿El secreto? Ciertas diferencias culturales que tienen su reflejo en los respectivos sistemas educativos, y que condicionan nuestra relación con el entorno desde los primeros años. 

Como bien señaló el orador, la educación no es algo limitado a la escuela: la familia es tanto o más importante a la hora de transmitir los valores de compromiso, honestidad y generosidad que garantizan el éxito y el progreso. El señor Kasuga planteó también un interesante paralelismo entre la orientación religiosa y la actitud social: los fieles acuden a los templos cristianos para pedir algo a Dios, mientras que en el sintoísmo se realizan ofrendas a las divinidades. En el mundo de la empresa, explica el orador, esto se traduce en las diferentes actitudes frente al trabajo: en los países iberoamericanos los sindicatos elaboran listas de peticiones, mientras que en la cultura japonesa cada persona se pregunta qué puede ofrecer para mejorar los resultados obtenidos, dentro de sus posibilidades: “Hay que dar antes de recibir, el que más entrega es el que más gana al final”.  

Una sólida formación ética crea ciudadanos comprometidos y profesionales valiosos, pero para educar futuros empresarios es necesario ir aún más allá. En este blog insistimos con frecuencia en que la cultura financiera tiene más alcance del que acostumbramos a suponer; por ejemplo, la formación emprendedora no consiste sólo en calcular ratios de financiación o puntos de equilibrio. Tales conocimientos son inútiles si no van acompañados de autoconfianza, creatividad e inagotables dosis de curiosidad. Por desgracia, el sistema escolar suele operar en sentido contrario; en lugar de animar a los niños a explorar, a confiar en sus posibilidades y a valorar los resultados indeseados como un aprendizaje (¡no como un fracaso!), tratamos de dirigirlos hacia la seguridad y los estándares que en cada momento se consideran socialmente aceptables. En tal sentido, recomendamos este artículo de Dolors Reig, en el que se analiza cómo la instrucción precoz juega en contra del desarrollo creativo e incluso cognitivo de los niños. 

Hace algún tiempo que se analizan los impresionantes resultados educativos de Finlandia (no deja de resultar sorprendente que otros países no se animen a emularlo). De entrada, se requieren las calificaciones más elevadas y la superación de las más exigentes pruebas de acceso para ser profesor de Primaria, carrera que goza del máximo reconocimiento social: el maestro es el molde, por lo que se requiere un molde excelente para crear “copias” de gran calidad. En el mismo sentido y de manera igualmente gráfica se expresaba Carlos Kasuga: “si los maestros de Primaria ganan el salario mínimo, darán a la sociedad personas de salario mínimo”. 

Sin duda se pueden alcanzar grandes metas cuando una educación centrada en la ética coincide en el espacio y en el tiempo con una generosa dotación de recursos naturales. Sin embargo, sólo la primera resulta verdaderamente imprescindible; como nos recuerdan los ejemplos de Japón y Finlandia, es un error pensar que las principales riquezas de un país son el petróleo, el cobre o la soja: el mayor tesoro nacional siempre son los niños.


La conferencia magistral del señor Kasuga “Productividad y calidad al estilo japonés aplicables a las empresas argentinas”, celebrada en la UBA, fue organizada por el Centro Nikkei Argentino, el Club de Negocios Argentino-Japonés y la Red de Emprendedores Nikkei.

martes, 9 de octubre de 2012

El inversor que sabía demasiado


¿Existe tal cosa como un exceso de cultura financiera? ¿Es posible morir por sobredosis de educación inversora? Por asombroso que parezca, hay voces autorizadas capaces de justificar una respuesta afirmativa. Gracias a las series de abogados que abundan en televisión, todos sabemos que la verdad es un territorio difuso, y que casi siempre se puede argumentar con solvencia en sentidos opuestos. ¿Será cierto que la necesidad universal de educación financiera no está más allá de toda duda razonable?

Si hubiera que clasificar al mundo entero según su relación con este tema, a grandes rasgos se podrían distinguir tres grandes grupos: el público en general, los profesionales de las finanzas y los activistas de la educación financiera. Con gran entusiasmo formamos parte de este último colectivo (lamentablemente minoritario y fragmentado, pese al notable crecimiento de los últimos años), integrado por diversos entes públicos, privados… y hasta unipersonales.

Para complicar aún más el panorama y animar esta guerra de guerrillas, los tenaces militantes pro-financial literacy compartimos espacio con un nuevo grupo de interés, numéricamente irrelevante pero con cierta capacidad de influencia: los detractores de la educación financiera. Se trata de una comunidad tan heterogénea y dividida como la nuestra, y las argumentaciones que proporcionan son de variada naturaleza. En este artículo vamos a destacar dos, que bautizaremos como Teoría conspirativa y Teoría del inversor suicida autosuficiente.

.    Teoría conspirativa. Sostiene que los programas de educación financiera son producto de la confabulación entre la industria bancaria y los organismos públicos que regulan los mercados financieros, con el objetivo de empujar al público al redil de unos mercados en los que siempre van a ser la parte más débil, en exclusivo beneficio de la susodicha industria. La primera noticia que tuve de tal interpretación procedía de una asociación de consumidores, que la expuso como respuesta al lanzamiento oficial de un programa público de educación financiera de alcance nacional.

Es evidente que, en los últimos años, hemos asistido a un proceso de transferencia de riesgos desde las entidades financieras hacia individuos y familias, mediante el diseño y la comercialización masiva, y a menudo indiscriminada, de complejos productos de inversión. Carece de sentido negar las insanas prácticas bancarias previas a la crisis, que han inundado los mercados de instrumentos sin atractivo alguno para los inversores y con desastrosos efectos sobre la economía real. Sin embargo, no veo cómo la ignorancia financiera de los consumidores puede reforzar su posición frente a los casos de mala praxis de los agentes profesionales. Por el contrario, una mayor y mejor cultura financiera hubiese permitido a los inversores mantener un espíritu crítico ante las ofertas recibidas y comprender la información disponible sobre los verdaderos riesgos de las presuntas gangas.

Tampoco es razonable juzgar a todo un colectivo por la actuación de algunos. Aunque el grupo de entidades que abrazaron tan cuestionable estilo de negocio es desoladoramente extenso, el libro Banking with Integrity. The winners of the financial crisis? repasa el caso de varios bancos que han visto mejorar su desempeño en el crítico periodo 2007-2010, gracias a una cultura directiva basada en el servicio a la comunidad y a sus grupos de interés.

Por otra parte, no resultaría sensato desechar sin más la teoría de la conspiración: los abogados del diablo cumplen la saludable función de señalar aquellos puntos conflictivos de cualquier proyecto, por muy bienintencionado que sea. La educación financiera abarca numerosos enfoques y niveles, y la formación de los inversores es uno de los más exigentes y delicados. En ocasiones, el legítimo objetivo de desarrollar los mercados domésticos de valores puede tropezar con la realidad de una insuficiente preparación del público para asumir de manera consciente los riesgos asociados a estos instrumentos, por lo que el refuerzo de la cultura inversora se convierte en una necesidad prioritaria. Como ya hemos comentado en entradas anteriores, el desafío está en lograr un adecuado equilibrio entre legislación, supervisión y educación financiera.

·    Teoría del inversor suicida autosuficiente. Afirma que las personas que reciben educación financiera pueden sobrevalorar su capacidad para tomar decisiones, invadiendo lo que debe ser un terreno exclusivo de profesionales altamente cualificados. Lauren Willis, una experta en leyes que trabajó para el Departamento de Justicia y para la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos, opina que la educación financiera es “como  si nos dedicáramos a enseñar a todo el mundo a ser su propio médico, su propio mecánico, algo así, terriblemente ineficiente. No sólo ineficiente, sino que además asienta una cultura de echar la culpa al consumidor, como si se le dijera: tú eres el que no comprendió de qué iba esto”.

Por desgracia, esta idea coincide con la percepción de gran parte del público, que considera que la cultura financiera “es cosa de expertos” y que a ellos ni les va ni les viene. Este argumento se basa en el error de confundir la parte con el todo: la educación para invertir es sólo una pequeñísima parte de la educación del inversor, que a su vez es un ámbito limitado dentro de la educación financiera que necesita cualquier ciudadano.

Sin duda, la habilidad de intervenir y operar en los mercados requiere formación específica en cuestiones complejas y no está (ni debe estar) al alcance de todos, pero la educación del inversor es mucho más que eso. Un inversor formado no tiene por qué ser capaz de analizar valores en los mercados internacionales ni de introducir órdenes en los sistemas de trading automatizados, pero sí tiene que saber determinar el propio perfil de inversión, hacer las preguntas adecuadas al asesor financiero profesional, entender los riesgos que asume y defender sus derechos como usuario de servicios financieros. Y, bajando varios escalones, todo ciudadano necesita cultura financiera para manejar de manera eficiente sus recursos, incluso si jamás se decide a invertir en los mercados de valores.

En realidad, los que se preocupan por una epidemia de ciudadanos invadiendo los mercados de valores en plan kamikaze no están en contra de la educación financiera, sino de la autonomía inversora radical. No sólo puedo vivir con eso, sino que lo comparto en gran medida. Siempre habrá personas que consulten sus síntomas en Google y después opten por automedicarse, o que prefieran hacer una chapuza pintando ellos mismos su casa en lugar de contratar a un profesional… pero su equivalente en los mercados no se debe a un exceso de educación financiera, sino a todo lo contrario: también hace falta una adecuada formación para comprender hasta dónde se puede llegar.

Señores y señoras del jurado, consideramos que la necesidad de la educación financiera sí está más allá de toda duda razonable, pero admitimos la utilidad de los argumentos de quienes se oponen. Sus aportaciones nos ayudan a identificar los fallos del actual “discurso militante pro-cultura financiera”, así como a definir mejor los objetivos prioritarios en cada momento y lugar. 

domingo, 9 de septiembre de 2012

Jóvenes para siempre... o ahorrar para la jubilación


Pregunta-test: Considerando que la mayoría esperamos vivir muchos años y que a todos nos interesa asegurar nuestro futuro económico después de la jubilación, ¿por qué ignoramos olímpicamente todas las recomendaciones sobre planificación y ahorro a largo plazo? (Sólo una respuesta correcta). 
  1. Porque son incompatibles con la naturaleza humana.
  2. Porque no tienen en cuenta los códigos culturales y educativos que condicionan el comportamiento de las personas.
  3. Porque se basan en una concepción idealizada y teórica del entorno económico- financiero, sin tener en cuenta las complejas realidades que afrontan los ciudadanos.
  4. Todas las anteriores.

¿Alguien necesita pistas? Vamos a desarrollar un poco más las alternativas planteadas. Como elemento de referencia, tomaremos el mensaje institucional que suele difundirse en relación con este tema, al que de forma un tanto humorística bautizaremos como SIR (Smart Individual Retirement o Jubilación Personal Inteligente): 

"Nunca es demasiado pronto para comenzar a preparar la jubilación. Cuanto más joven se empiece, menor será el esfuerzo financiero a lo largo de la vida: gracias a la magia del interés compuesto, el saludable hábito del ahorro sistemático permite acumular a lo largo del tiempo un capital significativo (basta con pequeñas cantidades, lo importante es la constancia). Además, las inversiones realizadas a plazos largos permiten asumir más riesgos (y, por lo tanto, obtener rentabilidades superiores) ya que los ocasionales ciclos descendentes quedan sobradamente compensados por las fases de subidas de los mercados. Calcule cuánto necesitará en la fecha estimada de su retiro para mantener la calidad de vida que desea, y planifique el ritmo de ahorro-inversión necesario para conseguirlo

Estamos todos de acuerdo, ¿verdad? Veamos por qué el SIR no termina de instalarse en  la mente occidental de nuestros días.

a)      Es incompatible con la naturaleza humana.

Lo que queremos hoy NO es lo mismo que queremos para mañana: es lo que en psicología se denomina el “sesgo del presente”. Nuestra mente valora de forma más racional las situaciones futuras (¡claro que queremos ahorrar y vivir una jubilación placentera!) que las que requieren una acción inmediata.

Todos hemos experimentado cómo el momento presente nos lleva a sobrevalorar los aspectos positivos o negativos de cualquier elección: sabemos que la gratificación inmediata gana por goleada a los buenos propósitos. ¿Fruta o chocolate? Bueno, este es el chocolate de despedida, mañana empiezo a comer sano. ¿Ahorrar o comprar el último SmartPhone del mercado? El mes que viene empiezo a ahorrar, pero esto me va a venir bien para el trabajo, ¡uno no puede quedarse atrás!

¿Reconocemos el mecanismo mental? Bien, pues el mensaje SIR no nos proporciona ninguna herramienta ni argumento para contrarrestarlo. Por eso, aunque nuestra mente racional acepta y hasta aplaude la idea de planificar nuestro futuro financiero, jamás  encontramos el momento de ponerla en práctica.

El problema es que la inmensa mayoría de los programas de educación financiera se diseñan con una perspectiva académica, asumiendo que los destinatarios “verán la luz” con la mera exposición de un conjunto de sensatas recomendaciones (al estilo de nuestro querido SIR). Rara vez se tienen en cuenta los procesos psicológicos de motivación y toma de decisiones, así como el elevado componente emocional de estas últimas. Como resultado, tales mensajes apenas arañan la superficie de nuestra mente consciente, antes de desaparecer por completo y ser sustituidos por propuestas, informaciones y datos más recientes e infinitamente más tentadores.

La buena noticia es que no es imposible. Para demostrarlo, recomendamos el artículo Aprender de los errores de los consumidores para ayudarles a tomar mejores decisiones, escrito por expertos de la Carnegie Mellon University y de la Wharton School of Business. En él se indica cómo los mismos mecanismos psicológicos que nos llevan a tomar malas decisiones o nos mantienen atascados en conductas perjudiciales, pueden ser aprovechados para diseñar programas que nos atraigan hacia otras opciones más beneficiosas.

b)      No tiene en cuenta los códigos culturales y educativos que determinan las conductas y hábitos de las personas

Está estrechamente relacionado con lo anterior, en la medida en que nuestra personalidad no sólo es producto de los instintos humanos, sino también del condicionamiento recibido a través de la educación y del entorno social.

Los patrones culturales y de consumo de cada sociedad ejercen una fuerte presión sobre los comportamientos. Como ejemplo, veamos dos creencias muy comunes que actúan con gran eficacia como resistencia inconsciente contra el pobre SIR:

  • El dinero y los buenos principios son incompatibles (= ¡Los que se preocupan por conseguir y acumular dinero son unos materialistas... o algo peor!)
  • Cualquiera sabe dónde vamos a estar mañana, disfrutemos el presente (= ¡Todos a gastar!)

No deja de ser curioso: el dinero en sí mismo se percibe como algo dañino, pero nos hemos dejado convencer por las presiones comerciales de que  el consumo compulsivo contribuye a la generación y redistribución de la riqueza (perspectiva que además encaja muy bien con nuestras inclinaciones a la gratificación). En consecuencia, acumular bienes superfluos resulta mucho más aceptable que acumular dinero… ¡Paradojas de nuestros tiempos!

Moraleja: Cualquier programa de educación financiera que ignore la base del problema, esto es, las creencias inconscientes sobre el dinero y los hábitos que generan, está condenado al fracaso.

c) Se basa en un entorno idealizado y teórico que tiene poco que ver con la realidad

Supongamos que el mensaje SIR se enriquece con elementos que permiten superar los obstáculos indicados en los apartados anteriores: ya tenemos a los ciudadanos concienciados sobre la necesidad de asumir la responsabilidad de su futuro financiero, y hemos establecido mecanismos que neutralizan sus oposiciones inconscientes y les motivan para realizar una buena planificación financiera a largo plazo…

… y entonces nos damos de bruces con la realidad: ¿Por dónde empezar? ¿Es posible orientarse entre la cada vez más compleja gama de productos financieros? ¿Qué conocimientos básicos hacen falta para entender la información que debe guiarnos en la toma de decisiones?

Llegamos así a la aproximación más académico-cognitiva de la educación financiera: la que nos permite entender el contexto económico y manejar los conceptos básicos para adoptar decisiones fundadas. De hecho, esos son los temas que suelen saturar los contenidos de los programas formativos, así que ¿por qué rebotan sin dejar huella en nuestras mentes, al margen de las cuestiones psicológicas y conductuales que hemos comentado con anterioridad? Algunas ideas:

-        El futuro de las pensiones es un tema extremadamente sensible en algunos países, por lo que incluso los programas públicos de educación financiera suelen tratarlo con poco entusiasmo: estimular a los ciudadanos para que realicen sus propios cálculos y planes para el retiro implica aceptar que el dinero público no podrá proveer la cobertura suficiente para que todo el mundo viva una jubilación desahogada… ¡admisión que no siempre resulta conveniente desde el punto de vista político!

-        Inseguridad jurídica y cambios en las condiciones. Si se siguen las sugerencias del SIR, uno puede estar ahorrando para la jubilación durante mucho, mucho tiempo. Tanto, que por el camino habrá cambios políticos, económicos y financieros de todo tipo. Los planes de pensiones privados pueden verse nacionalizados de la noche a la mañana (diluyendo los ahorros individuales en una masa controlada por el Estado). Los incentivos fiscales para los productos de ahorro-inversión destinados a cubrir la jubilación pueden aparecer y desaparecer varias veces, según las necesidades de financiación de las arcas públicas en cada momento. Etcétera, etcétera. Huelga decir que este tipo de experiencias, cuando son muy radicales y/o frecuentes, no contribuyen precisamente a fomentar en la sociedad una “mentalidad de ahorro a largo plazo”.

-        La inflación, esa molesta compañera de viaje. Es un elemento clave en cualquier decisión de inversión, y más aún cuando se habla del largo plazo: incluso el mágico interés compuesto se ve matizado por los efectos del aumento de precios. En épocas de tensiones inflacionistas, los ciudadanos aprenden que sus ahorros pierden valor con gran rapidez y, entre un capital futuro, remoto e incierto y un consumo inmediato y gratificante… ¡Bien, no parece que el dilema sea muy complicado de resolver!

En resumen, la realidad financiera tiene la molesta costumbre de no parecerse a lo que la teoría económica asegura que debería ser, por lo que ni siquiera los incentivos racionales para el ahorro a largo plazo pueden tratarse como algo objetivo e incuestionable.

Cerramos este artículo con un vídeo de Shlomo Benartzi, que junto al profesor de la Universidad de Chicago Richard Thaler creó hace 15 años el programa “Ahorrar más, mañana”, basado en incentivar el ahorro para la jubilación teniendo en cuenta el sesgo del presente y los motivos por los que a la gente le cuesta ahorrar. ¡Muy recomendable!




Ah, por si alguien tiene alguna duda a estas alturas, la respuesta correcta al mini-test inicial es la d)

lunes, 6 de agosto de 2012

Emprendedores, grupos sanguíneos y educación financiera


¿Existe un carácter emprendedor que se manifiesta de manera espontánea desde edades tempranas? ¿Se puede despertar y cultivar la vocación emprendedora? Ambas cuestiones admiten respuestas afirmativas: hay emprendedores que nacen y otros que se hacen. Sin embargo, hoy día habría que añadir un tercer grupo: el de aquellos que no tienen ni los genes ni la formación pero, en ausencia de otras alternativas, se ven lanzados de un puntapié a la categoría de empresarios forzosos.

Los emprendedores vocacionales, que en general ya tienen una habilidad, un área de interés o un proyecto definidos, florecen en cualquier contexto, por muy adversas que sean las circunstancias. Se sobreponen de forma instintiva a los obstáculos y a los fracasos intermedios, asumiéndolos como valiosos aprendizajes para el futuro, y son la perfecta encarnación de todas esas frases inspiradoras que circulan por Internet (como Edison y sus 1.000 formas de no hacer una bombilla). Por desgracia, este fenotipo todoterreno constituye una distinguida minoría dentro del colectivo emprendedor; si estuviéramos hablando de grupos sanguíneos, sería el equivalente al AB, el menos frecuente entre la población mundial.

Con el grupo 0, el más antiguo y el que presenta más de la mitad de la humanidad, tenemos a los asalariados, con diferentes perspectivas profesionales y niveles de cualificación. Trabajar para otros es una opción respetable, necesaria y, en muchos casos, acertada; por mucho que nos empeñemos, no todo el mundo tiene el espíritu necesario para emprender y llevar adelante un negocio. Pertenecer al grupo 0 solamente supone un problema cuando no es fruto de una elección consciente y personal. En el multitudinario colectivo de empleados por cuenta ajena hay, sin la menor duda, muchas personas con inclinación y capacidad para emprender, que se han dejado arrastrar por la inercia circundante y por los bienintencionados consejos de sus mayores a alguna actividad “segura y con futuro”, preferiblemente bajo el protector paraguas del Estado… Hemos creado una sociedad decidida a ignorar que lo único seguro es el cambio y que, como decía Heráclito, nadie puede bañarse dos veces en el mismo río.

Por eso, en lugar de educar a los jóvenes para que desarrollen al máximo sus talentos y confíen en su capacidad para hacer frente a cualquier circunstancia, se les ha inducido a  creer que con los estudios y el empleo adecuados tienen garantizado un futuro plácido y sin sobresaltos. Lo que tal vez fuera cierto en el “río” de nuestros padres (“estudia para abogado y tendrás la vida asegurada”) definitivamente no es aplicable en las turbulentas aguas del siglo XXI. En el ámbito iberoamericano, disponemos de unos sistemas educativos obsoletos en los que la educación financiera para futuros emprendedores roza lo anecdótico, y se moviliza casi exclusivamente gracias al impulso de autoridades y docentes visionarios.

Con el desarrollo de la agricultura y de la ganadería, la dieta humana cambió y la omnipresencia del grupo 0 se vio compensada por la aparición de nuevos tipos sanguíneos. De manera análoga, la adaptación de la especie a las cambiantes circunstancias socio-laborales nos permite asistir en primera fila al nacimiento de un interesante subgénero de la raza humana: los asalariados-mutantes-reconvertidos-en-emprendedores.

Este grupo, que por su número cada vez más elevado de integrantes tendría su  equivalente sanguíneo en el tipo A, está compuesto por aquellos que se han visto expulsados de su zona de confort laboral, de manera más o menos traumática: desacuerdos con los superiores jerárquicos o frustración ante sus perspectivas de carrera, ajustes de plantilla, reconversiones sectoriales, crisis económicas generalizadas... Si esto ocurre más allá de los 45 años, las perspectivas de reincorporación al mercado de trabajo se convierten en poco menos que utópicas. Nos encontramos, por lo tanto, con personas que se lanzan a la arena cual gladiadores, bajo el lema “emprender o morir”.

El inconveniente principal es que, salvo honrosas excepciones, estos microempresarios tipo A no tienen ni la más remota idea de cómo levantar un emprendimiento. Tal atributo no guarda relación alguna con el nivel de estudios o la capacidad técnica de la persona: es perfectamente posible ser un experto en determinada área de actividad y un pésimo emprendedor, todo al mismo tiempo.

La Asociación Argentina para el Desarrollo de la Pequeña y Mediana Empresa calcula que el 93% de los emprendimientos no llega al segundo año de vida; en México, este porcentaje se sitúa en el 75% y, en España, el 80% de las empresas desaparecen en los primeros cinco años. Sin negar ni menospreciar la influencia de los factores externos (contexto legal y económico restrictivo y/o intervencionista, altas tasas impositivas, falta de programas eficaces de apoyo a las pymes, etc.), lo cierto es que hay empresas que no sólo sobreviven, sino que prosperan en el mismo entorno. En tales casos, la diferencia la marca la preparación del emprendedor para abordar los diferentes aspectos que soportan el éxito de un proyecto: planificación y gestión, análisis del mercado y estrategia de ventas, atención a las necesidades de los clientes,  adecuada estructura de costes, etc. A todo esto deben sumarse otras destrezas y cualidades, menos académicas pero igualmente importantes: liderazgo, confianza, capacidad de comunicación… ¿Hemos dicho alguna vez que la formación para emprendedores es una parte vital de la educación financiera? Sí, seguro que sí.

Muchos de nosotros conocemos a profesionales valiosos que se estrellaron con su primer proyecto (gracias a una absoluta carencia de cultura emprendedora) y quedaron con la autoestima tan malherida que no volvieron a plantearse un segundo intento. Tengo un amigo que empleó la cuantiosa indemnización recibida  de la empresa + varios préstamos de amigos y familiares + más un crédito bancario en montar unas oficinas espectaculares con las que esperaba impresionar a sus potenciales clientes. Para cuando estuvo en disposición de iniciar la actividad, los costes fijos habían arrasado con todo su capital y tuvo que malvender todo lo que había levantado hasta el momento.

Dentro de este tipo A de emprendedores forzosos hay un colectivo que lo tiene aún más complicado: son las poblaciones vulnerables que, por diversas circunstancias, viven al margen de las estructuras socio-económicas formales, habitan en áreas deprimidas y se enfrentan a severas restricciones en el acceso a los servicios básicos. Las carencias formativas en estos grupos hacen prácticamente imposible su incorporación al mercado laboral, por lo que sus opciones no van mucho más allá del autoempleo o los emprendimientos de infrasubsistencia. Huelga decir que la principal característica de tales proyectos es su casi absoluta falta de viabilidad. Las microfinanzas constituyen una herramienta necesaria pero no suficiente para ayudar a estas personas a salir del círculo de la pobreza: sin una política de capacitación decidida y realista, los microcréditos pueden llegar a perder gran parte de su potencial como instrumento de inclusión social. 

Conscientes de este hecho, los organismos multilaterales de cooperación al desarrollo (BID, CAF, Banco Mundial, etc.) están apostando por la realización de programas piloto que ayuden a definir la mejor forma de proporcionar a los microemprendedores más vulnerables la formación que precisan... asumiendo de partida que los cauces habituales de capacitación suelen resultar insuficientes e ineficaces.

Dejamos para el final el emprendedor del futuro, el B+. Tal vez no sean emprendedores de nacimiento y probablemente en su día engrosaron las filas del grupo 0, pero se saben capaces de formarse y desarrollar las habilidades necesarias y, sobre todo, se mantienen atentos a las siempre cambiantes exigencias del entorno. Dan prioridad a las necesidades de sus grupos de interés y valoran la ética y la sostenibilidad como aspectos innegociables de su actividad. 

El único inconveniente de los emprendedores B+ es su escasez: en la actualidad, este grupo no llega al 10% de la población occidental. Sin embargo, dado el instinto de supervivencia de nuestra especie, cabe esperar que las próximas mutaciones contribuyan a aumentar la incidencia de este grupo... y a conseguir un progreso más equitativo. 

domingo, 29 de julio de 2012

Auto-apagón informativo contra la crisis económica


“¡Si no te portas bien, llamo al Coco para que te lleve!”. Quien dice el Coco dice el hombre del saco, el sacamantecas, o cualquiera de las variantes locales de esos seres horripilantes con los que, en tiempos no tan lejanos, se intentaba mantener a raya a los niños. Por supuesto, hoy día se considera pedagógicamente inaceptable aterrorizar a los más pequeños, por muy revoltosos que sean, pero seguro que muchos padres agotados lamentan que tan folclórico personaje se haya vuelto políticamente incorrecto.

En el mundo adulto, el equivalente al Coco se llama Crisis. Toda crisis es una evolución, desde unas circunstancias que se valoran subjetivamente como “positivas” a otras que se consideran “negativas”. La vida es una sucesión inacabable de cambios-crisis: frustración en el trabajo o pérdida del empleo (crisis profesional), cumplir los 30/40/50 (crisis existencial), romper una relación (crisis sentimental), que tu hijo abandone la universidad (crisis familiar) y una amplia variedad de acontecimientos de similar calibre. Con frecuencia, al cabo del tiempo nos damos cuenta de que fue una suerte librarnos de esa persona o haber dejado atrás aquel trabajo que no nos aportaba gran cosa; pero, hasta que llega ese momento de iluminación, la fase de ajuste suele llevar asociada una gran dosis de ansiedad.

Cuando llamamos a la crisis por su nombre de pila, sin añadirle apellido alguno, normalmente nos estamos refiriendo a una crisis económica. Se diferencia de las anteriores en que, con la capacidad destructiva de una tormenta tropical, afecta de modo simultáneo a un gran número de personas… o de países.

Otra diferencia es que, mientras las crisis personales/individuales sólo le parecen inmanejables al que las atraviesa (todos los de alrededor siempre tienen clara la mejor forma de resolverlas), el carácter colectivo de las crisis económicas contribuye a propagar y asentar la sensación de impotencia. Los afectados miran a su alrededor y sólo ven más afectados, sin que nadie parezca tener propuestas viables ni capacidad para mejorar las cosas.

Tal vez sea el momento de dar un paso atrás (o varios) y analizar, con toda la frialdad posible, cuál es el verdadero alcance de la actual crisis económica. ¿Hasta qué punto y de qué forma va a alterar nuestra existencia cotidiana? ¿Estamos realmente frente al Apocalipsis, o nos encontramos nada más – y nada menos – ante el despertador que necesitábamos para realizar una revisión a fondo del modelo de sociedad y de consumo al que nos habíamos acostumbrado?

Aunque afecte a millones de personas, la crisis no significa lo mismo para todo el mundo: depende de la situación profesional y financiera de partida, del carácter de cada uno, del estado de vulnerabilidad en que nos encontremos (ya sea por motivos de edad, salud o cualquier otra circunstancia), de los apoyos familiares con los que se cuente y de muchas otras consideraciones.

Precisamente por la diversidad de escenarios individuales, los temores ante la crisis no siempre son realistas. No vamos a engañarnos: la perspectiva de tener menos ingresos y más gastos resulta muy poco grata para todos y, en algunos casos, complica incluso la satisfacción de las necesidades más básicas. Sin embargo, para muchas personas el sufrimiento no proviene de los inevitables ajustes en el presupuesto personal, sino del pesimismo, el miedo y la desconfianza en el futuro que caracterizan al Coco-Crisis. Esta criatura cumple con gran eficacia su función de mantenernos paralizados y encogidos de miedo, ya que tiene la camaleónica habilidad de significar exactamente aquello que más teme cada uno: no poder llegar a fin de mes y/o tener que renunciar a ciertas gratificaciones cotidianas, peor calidad de la atención sanitaria o dificultad de acceso a la misma, que los ahorros guardados pierdan su valor y no alcancen a cubrir las necesidades futuras... 

Para animar aún más las cosas, los medios de comunicación, obligados a rellenar horas y horas y páginas y páginas de información, se muestran incansables en su altruista tarea de difundir la crisis y todas sus truculentas derivadas. De esta forma, se llega a un punto en el que los agobios económicos, presentes y futuros, se convierten en el único foco de atención para sociedades enteras. ¿Cómo se afrontan los quehaceres diarios cuando el tema universal de conversación es lo mal que están las cosas y lo mucho que todavía van a empeorar? Pues con muy poco ánimo, obviamente. Por desgracia, nadie parece encontrar políticamente incorrecta la utilización masiva del Coco-Crisis para aterrorizar a adultos hechos y derechos. Una amiga comentaba hace poco que en España ya nadie se acuerda de quiénes marcaron los goles en la final de la Eurocopa de fútbol, pero todos siguen en tiempo real la evolución de la prima de riesgo... aunque ni siquiera entiendan qué significa exactamente la dichosa prima.

El concepto de "apagón informativo" suele tener connotaciones negativas, dado que se refiere a la ocultación interesada de datos relevantes. Sin embargo, la sobredosis informativa también implica un sesgo, y sus efectos pueden ser igualmente perniciosos. Por eso, nuestra propuesta anti-crisis consiste en un auto-apagón informativo: nada de noticieros, tertulias ni periódicos durante una semana... incluso mejor un mes. La mayoría hemos llegado a aceptar que no se puede vivir en una burbuja, y que es necesario estar informado de lo que ocurre a nuestro alrededor. Es verdad, pero sólo hasta cierto punto. ¿Qué ocurriría si dejáramos de seguir minuto a minuto el bombardeo de atroces noticias económicas que nos rodea? Los lectores que se animen a hacer el experimento descubrirán que ¡no pasa nada! Se sentirán bastante más relajados y sus temas de conversación ganarán en variedad e interés.

Dejar que la crisis y sus heraldos monopolicen nuestro día a día puede llevarnos a transformar la crisis económica (un hecho exterior) en una crisis personal (interior). En realidad, pese a las molestias e incertidumbres que acarrea, la crisis sólo debería desempeñar en nuestra vida un papel de "artista invitada", nunca de protagonista. Con crisis o sin ella, seguimos viviendo y respirando, y aún hay muchas cosas valiosas que siguen enteramente bajo nuestro control y que nadie puede recortar. Mientras recordemos esto, las crisis vendrán y se irán sin arrasar nuestra vida por el camino. El Coco sólo da miedo mientras se cree en él: no dejemos que las expectativas de caos se conviertan en una profecía autocumplida... ¡o acabaremos como Homer Simpson!


Este artículo es una adaptación de El Coco, la crisis y la vida, publicado en la sección "Economía para gente madura" del número 15 de Mi Dinero: Tu revista de finanzas personales.


viernes, 6 de julio de 2012

El bancarizador que nos bancarice...

… buen bancarizador será? Yo pensaba que bancarizar era uno de esos “palabros” económicos de uso común en entornos profesionales, pero que aún no contaba con la bendición de la Real Academia Española de la Lengua. ¡Craso error por mi parte! El verbo bancarizar no sólo está incluido en el diccionario, con conjugaciones y todo, sino que ya está preparada la enmienda para la próxima edición. De momento, significa “desarrollar las actividades sociales y económicas de manera creciente a través de la banca”. En el futuro, bancarizar será “hacer que alguien o algo, como un grupo social o un país, desarrolle las actividades económicas a través de la banca”. ¡Ahora está mucho más claro! Ya sólo queda una duda: ¿Quiénes son los bancarizadores y cómo nos van a conducir al redil?

Mi periplo profesional me ha llevado desde uno de los países más bancarizados del mundo (España) a uno de los menos bancarizados de Latinoamérica (Argentina). Probablemente ha sido el único choque cultural que he apreciado en el proceso. Los españoles nacemos genéticamente programados para unir nuestros destinos a los de algún banco lo antes posible, y todo a nuestro alrededor está dispuesto para que no quepa ninguna otra alternativa.

Un médico amigo mío, llegado a ese punto de su existencia en el que uno hace balance y toma decisiones trascendentales, decidió que iba a vivir de forma más simple y auténtica y que el primer paso era cancelar todas sus cuentas bancarias: sólo consumiría lo necesario y lo pagaría en efectivo. Su experimento duró dos meses. Dos meses de pesadilla, según contaba después: el simple hecho de pagar la luz, el gas o el teléfono se convertía en una incomodidad y en una manifiesta pérdida de tiempo. Eso, sin contar las miradas desconfiadas que recibía cuando le tocaba admitir que no disponía de cuenta bancaria. Derrotado, terminó abriendo de nuevo una cuenta y, cual hijo pródigo que vuelve al hogar, recibió como regalo una batería de cocina (ancestral práctica para captar nuevos clientes y confundir al público, haciéndoles creer que la elección de un producto financiero es equiparable a la compra de boletos para una tómbola).

No cabe duda de que un acceso generalizado a los servicios financieros ofrece ventajas para todas las partes, pero también exige responsabilidades proporcionales a la magnitud de esas ventajas:  

Gobiernos. La bancarización permite ordenar y vigilar el flujo de los recursos en el sistema productivo. Para las autoridades fiscales, el historial bancario de empresas e individuos es como un código de barras que los mantiene identificados y controlados, desde el instante  en que declaran el primer ingreso formal hasta que pasan a mejor vida (bueno, a veces incluso después: gracias a los errores informáticos, se han llegado a reclamar multas por impago tributario a personas fallecidas). Como contrapartida, los poderes públicos son responsables de proporcionar un marco legislativo que proteja el juego limpio y los derechos de los consumidores, así como una supervisión eficaz que garantice el cumplimiento de las normas.

En los países menos bancarizados, el grado de informalidad económica suele ser elevado, con el consiguiente perjuicio para las cuentas públicas y, de manera indirecta, también para los ciudadanos. Sin embargo, no conviene caer en el error de considerar que la bancarización universal supone una formalización automática de las actividades productivas, porque no es así: la bancarización puede convivir perfectamente con elevados niveles de economía sumergida.

Entidades financieras. No hacen falta muchos argumentos para entender por qué a los bancos les interesa la bancarización; la propia frase es redundante. La teoría académica asegura que su papel es intermediar entre demandantes y oferentes de capital, facilitando el funcionamiento de la economía real. Sin embargo, en los últimos años hemos aprendido que las finanzas existen en su propia dimensión paralela, y que es posible ganar grandes cantidades de dinero realizando operaciones sin ningún fundamento tangible. 

La asociación sin ánimo de lucro Positive Money tiene una teoría (probablemente digna de análisis) según la cual la creación de dinero inexistente, por parte de los bancos, explica en gran medida la actual crisis financiera: los préstamos, descubiertos y otras formas de crédito son meros apuntes digitales, que el banco realiza sin necesidad de haber captado con anterioridad ese capital de los ahorradores. De esta forma, las entidades financieras privadas estarían invadiendo las competencias exclusivas de los bancos centrales en la creación de dinero, con la consiguiente alteración del equilibrio económico-financiero.

A cambio de tan privilegiada posición, como mínimo corresponde exigir a los bancos un escrupuloso cumplimiento de las leyes y de las normas éticas sobre transparencia y asesoramiento a la clientela. Cuando esto falla, ¿cómo se enfrenta una sociedad altamente bancarizada a una situación de colapso como la que se está viviendo en España? Me temo que con una seria añoranza de las épocas en que el dinero se guardaba en el colchón, y con muy poca disposición a apreciar las ventajas de la bancarización. Como suele suceder, el problema no es el sistema, sino el uso y abuso que algunos hacen del mismo.

Ciudadanos. La bancarización y las mayores facilidades de acceso al crédito son herramientas potencialmente útiles para el desarrollo de proyectos y emprendimientos productivos, pero no son ninguna panacea ni deben verse como un objetivo en sí mismas. Si no van acompañadas de un adecuado marco regulatorio, de una eficaz supervisión prudencial y de unos niveles de educación financiera que permitan a la población hacer un uso inteligente de los servicios bancarios y de la financiación recibida, cabe la posibilidad de que los riesgos superen a los beneficios.

En la actualidad, los organismos multilaterales de cooperación al desarrollo están tratando de incentivar la utilización de tecnologías móviles por parte de colectivos vulnerables, como vía para facilitar su acceso a algunos servicios financieros básicos. Está claro que la inclusión tecnológica abre muchas puertas, pero cabe discutir que la financiera deba ser la primera en abrirse. Las personas no se encuentran en situación de vulnerabilidad por hallarse al margen del sistema financiero formal, sino por vivir en entornos con carencias estructurales mucho más apremiantes, que deben ser objeto de atención prioritaria. Una política de inclusión financiera que no aborde tales carencias puede acabar resultando contraproducente. Como señala este excelente artículo publicado en Universia Knowledge@Wharton, lo que es bueno para los bancos no siempre es bueno para la gente. 

¿Bancarización? De acuerdo… siempre que vaya bien escoltada por toda la Trinidad Financiera: Legislación, Supervisión y Educación.