martes, 4 de noviembre de 2014

La arrolladora pasión del emprendedor

Esteban Works  era un emprendedor de éxito. Su idea de crear peluquerías caninas de alto standing, con simuladores virtuales que permitían a los propietarios elegir desde su domicilio el estilo más favorecedor para su mascota, había tenido un éxito insospechado. En el momento en que comienza esta historia, las franquicias Can-Style ya podían encontrarse en los cinco continentes.

Como ya no necesitaba prestar atención a su negocio (una legión de especialistas lo hacía por él) Esteban se convirtió en lo que ahora se llama “un orador motivacional”. Bajo el lema "Si yo pude, tú también", nuestro protagonista recorría el mundo contando sus experiencias, en las que resaltaba tanto los aciertos como los errores que le habían llevado al éxito. “¡Sí, errores!”, afirmaba, antes de realizar una pausa calculada para comprobar que su público estaba debidamente impactado. “Puedo decir, con total honestidad, que he aprendido  más de mis numerosos fracasos que de mis pocos aciertos, ja, ja, ja”.

Después de cinco años de pasear su sapiencia emprendedora a lo largo y ancho del orbe, Esteban estaba tan imbuido de su personaje (el emprendedor visionario) que comenzó a perder el contacto con la realidad. Olvidó convenientemente todos los detallitos sin importancia que no encajaban con su imagen pública de gurú-del-autoempleo-reciclado-en-empresario-muchimillonario (como, por ejemplo, que la idea de recrear la imagen virtual de las mascotas se le había ocurrido a su primo Paco una noche de borrachera colectiva, mientras en la tele ponían un capítulo de CSI Miami... en el que los hombres de Horatio Caine identificaban al sospechoso actualizando un retrato antiguo). En las exposiciones de Esteban, la ignominiosa realidad se transformaba en la siguiente recomendación aleccionadora: “¿Que cómo se nos ocurrió la idea? Mediante un riguroso estudio de mercado, que nos permitió detectar una necesidad insatisfecha entre los propietarios de perros con pedigrí”.

Tampoco tenía nadie por qué enterarse de que los primeros clientes habían contratado sus servicios extorsionados por el padre de Esteban, un empresario de éxito decidido a dar el primer empujoncito a su retoño. “Mi padre se hizo a un lado desde el primer momento, porque cree en el valor del esfuerzo personal”, era la versión oficial sobre sus inicios, que podía encontrarse en la biografía autorizada que inundaba todas las librerías: “Esteban Works: por amor a los canes”.

Esos primeros clientes, poco dispuestos a ser los únicos idiotas que se gastaran un dineral en semejante cosa, decidieron superar la disonancia cognitiva comentando a todo el mundo lo original y exclusivo que era el negocio de “canes con estilo” de Esteban Works. Pronto, la página de fans de Can-Style en Facebook sumaba varios miles de likes, y las fotos de las prolijas y maqueadas mascotas se volvieron virales, cual equivalente canino de las megacursis fotos de bebés de Anne Geddes.

Un cambio de paradigma


Mientras Esteban repetía su conferencia, con ligerísimas variaciones, en los escenarios TEDx del mundo entero, las economías occidentales se debatían en una crisis económica cuyo final ni siquiera se atisbaba.

Como las posibilidades de que los jóvenes encontraran trabajo eran cada vez más remotas, alguien llegó a la conclusión de que estábamos ante un cambio de paradigma, que afectó sobre todo al léxico: los tristes “jóvenes en paro” empezaron a ser conocidos por la mucho más estimulante denominación de “millennials”.

En el nuevo paradigma, el millennial era un joven tan vanguardista y versátil que ni podía ni quería encajar en los moldes laborales tradicionales. Esteban disfrutaba mucho dando charlas a los millennials, siempre con el mismo mensaje central: “No viváis la vida de otros, elegid vuestro propio camino. Encontrad vuestra pasión y seguidla sin desmayo”.

Los jóvenes salían de sus presentaciones inspirados y emocionados, convencidos de que eran genéticamente demasiado creativos como para conformarse con los estrechos límites profesionales de un trabajo convencional, y dispuestos a exprimirse las meninges hasta encontrar LA IDEA que los catapultaría derechitos hasta el Olimpo emprendedor.

Pero los jóvenes no eran los únicos cuyas expectativas se habían visto sacudidas por la crisis. La rosada nube en la que flotaba Esteban comenzó a desteñir cuando sus talleres para emprendedores comenzaron a mostrar una mayor variedad demográfica. De manera progresiva, la audiencia de prometedores millennials se vio ampliada con personas de mediana edad, en su mayoría agobiados padres y madres de familia que habían quedado fuera de juego a causa de las reestructuraciones empresariales.

Con una esperanza sazonada de miedo e impaciencia, esos emprendedores forzosos trataban de encontrar en las apasionadas y sentenciosas recomendaciones de Esteban la receta mágica para un éxito rápido y seguro. “Estudia a los mejores y sigue su ejemplo”, era una de las máximas preferidas de Esteban. Por supuesto, como él era uno de los mejores, la narración novelada de su propia experiencia era casi siempre el tema principal de sus charlas y talleres.

A pesar de su progresivo alejamiento de la realidad, Esteban no era estúpido ni un mal tipo. Algunas de sus recomendaciones (que no eran tanto “suyas" como pertenecientes al acervo cultural del “emprendedor portentoso del siglo XXI”) empezaban a sonarle huecas y falsas incluso a él mismo. “Más fácil decirlo que hacerlo”, susurraba una vocecita interior, cada vez más cínica y persistente.

Sin embargo, la implacable inercia seguía empujándolo hacia delante: más conferencias, más entrevistas, más talleres para enfocar la energía emprendedora de un público muy desorientado… hasta el día en que su burbuja personal estalló.

Siguiendo tu pasión


Era un esplendoroso día de primavera. Esteban impartía un taller de cuatro horas llamado “De la idea a la acción: cómo seguir la ruta emprendedora de Esteban Works”, por el que cada participante había pagado una pequeña fortuna. Para muchos de ellos era un gasto excesivo, pero resultaba fácil de justificar con una de las sentencias preferidas del gurú Works: “El dinero empleado en formación nunca es un gasto, sino una inversión en excelencia que multiplicará tus posibilidades de éxito”.

La sesión comenzó, como de costumbre, con la entrada triunfal de Esteban entre los entusiastas aplausos del público y la reproducción a todo volumen de We are the Champions. Esteban indicó por señas a los asistentes que se pusieran en pie y juntaran las manos en alto,  mientras se dejaban los pulmones repitiendo el estribillo (que era lo único que se sabía la mayoría, y casi todos mal): “ui ar de champions mai freeeeend… and eh… yeah yeah…”.

Con el público nadando en endorfinas, Esteban se lanzó a su acostumbrado repertorio de anécdotas y frases inspiradoras.

Después de una pausa para el café y las galletas, “gran ocasión para comenzar a construir vuestra red de contactos”, durante la que se produjo un intercambio compulsivo de tarjetas comerciales, Esteban anunció que había llegado el momento de la verdad. “Ahora es vuestro turno. Hoy yo soy sólo el presentador, vosotros sois los auténticos protagonistas. Porque  habéis elegido tomar las riendas de vuestras vidas. Porque habéis tenido el coraje de dejar atrás vuestra zona de confort. Porque habéis elegido perseguir vuestros sueños y transformar lo que os apasiona en una forma de vida. Ahora es el momento de compartir con vuestros colegas emprendedores las ideas y proyectos que os inspiran. ¿Quién se anima a empezar con un elevator pitch de tres minutos?”.

Una multitud de manos se alzaron al instante y Esteban eligió a los primeros afortunados. Veinte minutos después, habían escuchado y aplaudido a cinco jóvenes de aspecto aniñado, cuyas explicaciones técnicas hubieran puesto en apuros al mismísimo Stephen Hawking. Por la cabeza de Esteban cruzó fugazmente un pensamiento que rozaba la herejía: "Estoy hasta la coronilla de estos cerebritos obsesionados con la nanotecnología". Con un meritorio esfuerzo de mindfulness logró controlar su expresión sin delatar el hartazgo que sentía. "Necesito alguien que devuelva este grupo al mundo real". Apenas había terminado de formular el deseo cuando sus entrenados ojos localizaron en la fila 13 al candidato perfecto. Era un hombre robusto de unos 52 años, cuya expresión mostraba una difusa mezcla de concentración y esperanza. "Seguro que su proyecto es algo útil, comprensible y sensato", se dijo Esteban.

"Usted, caballero... Sí, usted, el del pullover rojo. ¿Sería tan amable de compartir con nosotros su elevator pitch...? Quiero decir... que si podría contarnos de forma breve y atractiva en qué consiste su proyecto, por qué cree que puede ser un éxito y..."

"Sé lo que es un elevator pitch", interrumpió el hombre un poco ofendido.

"Sí, tiene razón, disculpe...". Esteban recurrió a sus tablas para superar el desliz con naturalidad. "Llevo tanto tiempo dando conferencias que no logro desprenderme del tonillo didáctico", rió . ¿Nos puede decir su nombre?".

"Me llamo Ángel".

"Excelente, Ángel, excelente. Puedes empezar cuando quieras".

"Ayudo a las personas amantes de los loros y periquitos a disfrutar de unas mascotas adiestradas para reproducir a la perfección los discursos más inspiradores de la historia: Sócrates, Barak Obama, Steve Jobs, Martin Luther King... ¡Incluso estoy trabajando con un periquito para que repita el discurso que diste tú en la Universidad de Princeton! Aún a riesgo de pecar de inmodestia, debo decir que mi entrenamiento no sólo hace que los loros reproduzcan las palabras, sino también las inflexiones y el timbre de la voz, con una asombrosa fidelidad. Huelga decir que, si bien se trata de un negocio estrictamente cultural y por completo inofensivo, he establecido límites éticos inquebrantables. Por ejemplo, ninguna de mis aves aprenderá jamás los discursos de Hitler. Entre otras cosas, porque el alemán es un idioma endemoniadamente difícil..."

El emprendedor Ángel continuó de esta guisa más allá de los tres minutos reglamentarios, sin que nadie en el estupefacto auditorio tuviera muy claro cómo reaccionar. Por fin, Esteban logró recuperar el habla:

"Disculpa, Ángel... Ya superaste con creces tus tres minutos. Dime la verdad... Esto es una broma de cámara oculta, ¿verdad?".

Ángel parpadeó, desconcertado. "¿Cámara oculta? ¿Qué quieres decir?".

"Ejem... Bien, sin duda tienes un hobby muy original...".

"¡No es un hobby! Siempre me gustaron los loros, pero son animales delicados que requieren grandes cuidados. Hice lo que aconsejabas en tu libro: busqué el modo de convertir una afición que me apasiona en un negocio. Como decía Confucio: el que hace lo que ama, no trabaja ni un sólo día de su vida".

Convencido por fin de que el hombre hablaba en serio, Esteban comenzó a expresarse con mayor cautela:

"¿Y cuánto tiempo llevas con el negocio? ¿Has vendido algún... er... periquito?"

"Oh, llevo unos dos años. No, aún soy nuevo en esto del marketing, estoy pensando en contratar un community manager para que dé a conocer el negocio en redes sociales.... Pero no estoy preocupado porque, como señalas en tu libro, es normal que los negocios más innovadores encuentren resistencias al principio. ¡El mundo está lleno de personas que abandonaron porque no sabían que sólo  estaban a un metro de la meta! Desde luego yo no voy a ser uno de ellos, no, señor".

"Ya... En fin, ¿ te has planteado la posibilidad de que sencillamente no exista demanda para tu producto? ¿Quién querría tener una mascota tan delicada y, si me perdonas, tan molesta y cara de mantener, con el único objeto de  escuchar un discurso famoso que puedes encontrar en  YouTube?".

Ángel se mostró perplejo durante unos instantes, pero finalmente sonrió con alivio y guiñó el ojo a Esteban. "Ya entiendo, esto es una prueba. Como dices en tu libro: El primero en tener una idea siempre debe enfrentarse a la incomprensión de los que temen salir de su zona de confort. Ja, ja, yo ya superé esa prueba: mi mujer se divorció de mí y se fue con los chicos cuando empecé a llenar la casa de loros. Pobrecilla, carece de visión emprendedora...".

Rezando por no obtener la respuesta que esperaba, Esteban se atrevió con otra pregunta: "Ángel, ¿de dónde sacaste el dinero para comenzar tu proyecto?"

"De la indemnización por despido… Estuve 25 años en la misma empresa, hubo ajustes y… en fin. Por suerte me echaron con un buen pellizco.  Mi mujer quería poner una panadería. Nunca tuvo imaginación ni empuje, pobrecilla, por mucho que insistí no hubo forma de que se leyera tu libro. Lo de la panadería hubiese dado para sobrevivir, no digo yo que no, pero ¿quién quiere sobrevivir cuando se puede luchar por un sueño? Cuando me despidieron, recordé el mantra del emprendedor: ¡Toda crisis es una oportunidad! Y aquí estamos...".

Esteban no dijo más. Se dio media vuelta y abandonó el escenario. Durante unos minutos, el público esperó su reaparición, pensando que aquello era un golpe de efecto y que formaba parte del espectáculo. No era así. Esteban Works, sencillamente, había desaparecido de la faz de la Tierra.

Epílogo


Aunque al principio se organizó un gran revuelo, con la huida de Esteban llenando portadas y programas de cotilleos, la implacable actualidad pronto relegó a nuestro héroe al panteón de los sucesos olvidados. Hasta que...

El nuevo libro de Esteban Works inundó las librerías: “De emprendedor a profesional: cómo encontrar el trabajo adecuado para ti”. En él, Esteban recomendaba evitar las modas y ser consciente de los pros y contras de cada elección personal. “Ni todos estamos hechos para trabajar en una empresa, ni todos hemos nacido para ser emprendedores o futuros empresarios. Encuentra tu propia voz y no sigas a ningún gurú”.

Las reflexiones de Esteban no terminaban ahí: “Cada vez más expertos y blogueros tratan de llamar la atención sobre las trampas de la fiebre emprendedora: no es como una actividad artística, en la que sólo cuentan los deseos personales de auto-expresión. Es una actividad comercial, y las actividades y deseos necesitan enmarcarse de manera realista en una red de diversos servicios y conocimientos profesionales: legales, económico-financieros, comerciales, etc. Dejemos de usar la falta de cultura emprendedora como una cortina de humo para desplazar el debate social sobre el modelo económico y laboral de nuestros días. Si de verdad queremos ayudar e impulsar a los emprendedores, hagámoslo bien y no minimicemos el esfuerzo necesario. La pasión no puede sustituir a un buen estudio de viabilidad”.

De este modo, Esteban se convirtió en el gurú del “movimiento anti-gurús”, y comenzó a ser citado como ejemplo de evolución personal basada en la libertad y en la independencia de criterio. Pronto comenzó a ser habitual de las charlas TEDx, y volvió a los escenarios a dar charlas, talleres y entrevistas explicando cómo se dio cuenta de que su experiencia personal podía confundir a los emprendedores, en lugar de ayudarlos.

Consciente de la ironía de la situación, Esteban decidió que no valía la pena luchar contra lo inevitable: estaba destinado a ser un creador de tendencia. "¡Los seres humanos no tenemos remedio!", concluyó, encogiéndose de hombros. 

Y se compró una mansión en Malibú.

AVISO. Esta historia es sólo una fábula completamente inventada (o tal vez no). Cualquier remoto parecido con personas o sucesos reales es simple coincidencia (o tal vez no). Bajo ningún concepto se pretende insinuar que en el actual “acervo cultural del emprendedor” hay mucha paja y poco grano (o tal vez sí).

Cristina Carrillo 

martes, 16 de septiembre de 2014

Vida y trabajo en el siglo XXI. Preguntas más frecuentes


Ni contigo ni sin ti
tienen mis penas remedio.
Contigo porque me matas,
y sin ti porque me muero. 

Cuando Antonio Machado escribió esta paradoja, seguramente no se paró a pensar en la cantidad de situaciones y objetos de amor imposible a los que podría aplicarse. En esta ocasión, dedicamos la copla a uno de los elementos más complejos, problemáticos y debatidos de nuestros días: el trabajo.

Los desafíos laborales del siglo XXI pueden tratarse desde tantos puntos de vista (la mayoría contradictorios) que no he sido capaz de darle una estructura coherente al artículo. Así que, para disimular, he optado por hacerme la original y utilizar un formato muy familiar para todos los que "vivimos" en Internet: Preguntas más frecuentes.

Aquí van todas mis dudas y auto-contestaciones sobre tan apasionante cuestión. El verdadero objetivo no es ofrecer respuestas, sino plantear algunas reflexiones sobre esa parcela de nuestra vida a la que tanto tiempo y esfuerzo dedicamos.

  • ¿Estudias o trabajas?
  • El trabajo, ¿es un derecho o una obligación?
  • ¿Existe el trabajo ideal?
  • ¿Qué nos aporta el trabajo?
  • ¿Es posible vivir sin trabajar?
  • La jubilación, ¿descanso o desprecio?

¿Estudias o trabajas?

Probablemente no exista una frase más tonta para iniciar una conversación, y dudo mucho de que alguien la utilice en la vida real. Lo interesante de la fórmula es que transmite la idea de que no cabe ninguna otra alternativa aceptable. O estudias o trabajas. Después de todo, se espera de nosotros que seamos seres productivos, por lo que nuestra edad adulta debemos dedicarla a producir… o a prepararnos para hacerlo. Y cuanto más, mejor.  

El periodo de nuestra vida en el que no tenemos más responsabilidad que disfrutar, comer y dormir es, por desgracia, muy corto. Con apenas tres añitos, y sin que nadie nos prepare para procesar tan estresante cambio, pasamos del tibio entorno familiar al despiadado mundo de… la escuela. A partir de ahí, lo que nos define frente a los demás es nuestra ocupación y sus resultados: las calificaciones que obtenemos, las hazañas deportivas (o la falta de ellas) y los logros en cualquier otra actividad que emprendamos.

El trabajo, ¿es un derecho o una obligación?

Pues depende de lo que entendamos por trabajo. Si pensamos en esos empleos insatisfactorios y rutinarios en los que uno siente que es menos valioso para los jefes que las máquinas con las que trabaja, no parece muy lógico considerarlo un derecho. Tampoco se trata estrictamente de una obligación, ya que todos tenemos la posibilidad de buscar otras formas de obtener los recursos que necesitamos para vivir.

Podríamos decir que el trabajo es una necesidad derivada de la estructura social en la que hemos nacido: si queremos mantenernos dentro de ese esquema (y son muy raras las personas que se plantean no hacerlo) no parece haber otra opción que estudiar, trabajar o ambas cosas al tiempo. Lo cual nos deja con muy poco espacio para… vivir. Al menos, de una manera que sea significativa para nosotros.

Nuestra relación con el trabajo es tan esquizofrénica que nos quejamos cuando lo tenemos y también cuando nos falta. Cuando lo tenemos, nos plantea problemas como la frustración, la rutina, el estrés, que no nos valoren lo suficiente (en lo profesional y en lo económico), etc. Sin embargo, la mayoría estamos de acuerdo en que es mucho peor no tenerlo, y no sólo por la interrupción de nuestra fuente de ingresos.

Probablemente todos recordamos The Full Monty, una entrañable película de 1997 en la que un grupo de desempleados ingleses organiza un espectáculo de striptease, con el fin de llenar sus muchas horas libres y, de paso, ganar algún dinero. La camaradería entre los improvisados strippers provenía de compartir la misma sensación de destierro, de sentirse al margen de un mundo que seguía adelante mientras ellos parecían quedar varados.

El personaje más infeliz de todos, sin embargo, era el ejecutivo que salía todas las mañanas de su casa trajeado como si se dirigiera a la oficina, decidido a evitar que su mujer se enterara de lo que él percibía como un humillante fracaso personal. En la oficina de empleo se mantenía apartado del resto del grupo, como si hacer vida social con sus compañeros lo situara automáticamente dentro del grupo de los “excluidos”.

En ocasiones, lo más devastador de perder el empleo no son los problemas financieros, sino el modo en que se tambalea nuestra identidad social: en gran medida, nos percibimos a nosotros mismos según (creemos que) nos ven los demás. Acostumbrados a permitir que la actividad que realizamos defina nuestro valor personal, ¿qué queda de nosotros cuando dejamos de desempeñar esa ocupación que nos “etiqueta” y nos acredita como miembros (presuntamente) útiles de la sociedad?

¿Existe el trabajo ideal?

¡Por supuesto que sí! Sólo hay un problema: que el concepto de “ideal” varía mucho de unas personas a otras. Los valores, miedos y características personales, unidos a las convenciones sociales imperantes en cada tiempo y lugar, generan definiciones de idealidad de lo más variopinto. Veamos algunas:

  • Es “ideal” trabajar para el Gobierno: seguro y para toda la vida. Da igual que esté mal pagado o que consista en pegar sellos ocho horas al día.
  • Es “ideal” trabajar para una gran empresa que todo el mundo conozca: el brillo de la empresa se te pega automáticamente y da lustre a tu curriculum. No importa que tus tareas sean aburridísimas o que tus cualidades pasen completamente desapercibidas en tan opulenta estructura.
  • Es “ideal” trabajar en algo que te permita colgar tus diplomas en la pared. Es irrelevante si lo elegiste sólo por tradición familiar o porque se supone que siempre habrá demanda de tal profesión.

Podríamos llenar varias páginas con variantes de las que, de manera harto cuestionable, están socialmente catalogadas como ocupaciones ideales. En realidad, sí existen trabajos perfectos para cada uno de nosotros: son los que hacen que cada mañana nos levantemos contentos y cantarines cual enanito de Blancanieves, sintiendo que lo que hacemos no sólo nos satisface sino que tiene un propósito. (En este preciso momento no tengo el gusto de conocer a nadie que se encuentre en tan feliz situación, pero he oído comentar que existen algunos casos).

¿Qué nos aporta el trabajo?

Además de la identidad social que deriva de nuestras actividades públicas, tener una ocupación nos aporta una “identidad familiar” como proveedores de sustento:  el trabajo nos proporciona los recursos necesarios para atender a las necesidades materiales de nuestra familia.

Sin embargo, esto no es suficiente: debe ofrecernos el estímulo y el espacio necesarios para que podamos responder también a las exigencias afectivas y emocionales de quienes nos rodean. Un trabajo muy bien remunerado pero que consume todo nuestro tiempo y nos genera ansiedad o frustración puede que cumpla la primera de esas funciones, pero no la segunda.

Comentábamos que uno de los atributos generalmente asociados a un buen trabajo es la “seguridad”. No es casualidad que la valoración de esta característica (cada vez más infrecuente, por otra parte), aumente a medida que nos hacemos mayores. A la hostilidad de un entorno laboral sumamente competitivo se une la acumulación de ataduras y responsabilidades familiares (niños, hipotecas, planes de jubilación…).

En este contexto, la posibilidad de elegir el mejor trabajo para nosotros, el que puede hacernos más felices y dar verdadero sentido a nuestros días, se convierte casi en una quimera. Después de todo, ¡hay responsabilidades y cuentas que pagar todos los meses! La gran pregunta es: ¿cuántas de esas necesidades son nuestras y verdaderas, y cuáles nos vienen sugeridas o impuestas desde fuera?

¿Es posible vivir sin trabajar?

En la Inglaterra tradicional (y en general en la vieja Europa), no tener que trabajar era señal de nobleza. Los aristócratas despreciaban olímpicamente a todos los que, por necesidad o interés, desempeñaran alguna actividad remunerada. El valor de un caballero venía determinado por la importancia de las rentas anuales que generaban sus inversiones, en especial la explotación de sus tierras.

Aquellos lectores que hayan leído "Orgullo y Prejuicio", de Jane Austen, recordarán la conmoción que se adueñó de la localidad ante la llegada de dos caballeros, uno de los cuales tenía "¡cinco mil libras anuales de renta!". Lo cual, como es lógico, le convertía en un apetecible partido para las señoritas casaderas. La preeminencia social de los nobles dependía de la magnitud de sus rentas, es decir, de lo que hoy se denomina en algunos ámbitos de la economía personal “ingresos pasivos”.

En realidad, los nobles ingleses sí trabajaban, y mucho (al menos, los que no querían verse arruinados): su tarea era vigilar sus inversiones para asegurarse de que se mantenían productivas. Eso implicaba, para los caballeros más inteligentes y sensatos, cuidar de los arrendatarios, mejorar los cultivos, etc. La sutil diferencia es que no "obtenían el dinero de otros" sino que "cuidaban de lo suyo". Los burgueses y la clase trabajadora obtenían el dinero cobrando por los bienes y servicios que ofrecían a los demás, lo cual se consideraba… una completa vulgaridad.

¡Cómo cambian los tiempos! Resulta que esa vulgaridad es el equivalente a lo que hoy entendemos por “trabajo”: prestar nuestras habilidades a otros a cambio de una remuneración más o menos fija. Si no trabajamos, no obtenemos ingresos. Los nobles, por el contrario, trabajaban para sí mismos, estructurando sus inversiones hasta el punto en que su intervención se limitaba a establecer las grandes líneas de acción y supervisar el trabajo que otros realizaban para ellos. Es lo que promueven algunos de los gurús de la "libertad financiera", solo que conseguirlo no es ni mucho menos tan fácil como ellos lo presentan.

La jubilación, ¿descanso o desprecio?

Entre las muchas soluciones absurdas que las mentes preclaras del mundo occidental están poniendo en marcha para tratar de enfrentar la crisis, hay una que se lleva la palma: retrasar la edad de jubilación. El objetivo inmediato es disminuir el peso de las pensiones en los exhaustos presupuestos nacionales, claro. Las emociones individuales que genera semejante perspectiva dependen, como es lógico, del trabajo que tenga cada uno.

Para los que se sienten atados a un trabajo aburrido e insatisfactorio, es como si a alguien que está a punto de salir de prisión, después de una larguísima condena, le dijeran que han cambiado las leyes y que tiene que estarse un par de añitos más en el trullo. Uuuuuf. ¿Es que no nos merecemos un descanso?

Por el lado opuesto, aquellos que desarrollan una ocupación productiva y gratificante pueden percibir la jubilación como una expulsión forzosa del mundo “activo”, con la consiguiente y dolorosa pérdida de la identidad social que comentábamos al principio.

La jubilación activa, vista por Forges
Veamos un enfoque alternativo: la jubilación es un momento perfecto para el cambio de actividad. Lo ideal sería que nos “jubiláramos” varias veces a lo largo de nuestra existencia, adaptando nuestros trabajos y ocupaciones a los diferentes ciclos vitales. El objetivo de conseguir un empleo “para toda la vida” es inhumano porque nosotros no somos los mismos durante toda la vida. Los sueños, habilidades y esperanzas son diferentes a los 20, a los 40, a los 60 y a los 80.

No se me ocurre mejor ejemplo para cerrar esta idea y este artículo que la historia de Pedro Rodríguez-Ponga, que compartió conmigo nuestra colaboradora Victoria González Quintana (autora de un excelente In Memoriam). Fallecido en Madrid a finales de 2012, con 99 años, fue un pionero que fundó y presidió la Federación Internacional de Bolsas de Valores. Alrededor de los 70, después de haber ocupado innumerables cargos de prestigio, se retiró de sus actividades públicas en los mercados, se puso a estudiar Psicología y pasó consulta hasta su muerte. ¿Quién puede poner etiquetas a una vida así?

Cristina Carrillo

La primera versión de este artículo se publicó por primera vez en Mi Dinero: Tu revista de finanzas personales, actualmente accesible a través de El Recetario Financiero.

lunes, 21 de julio de 2014

El ranking inclinado de PISA

Se veía venir. Desde que la OCDE anunció que la prueba PISA de 2012 valoraría por vez primera las competencias financieras de los estudiantes, no hacían falta muchas dotes proféticas para anticipar el llanto y el crujir de dientes que acompañarían a la divulgación de los resultados.

Los datos confirman las previsiones más agoreras: los jóvenes de 15 años de nuestro globalizado mundo no sólo comparten afición por la comida basura y las redes sociales, sino que muestran similar incapacidad para distinguir una factura de una multa de aparcamiento.

Busquemos la luz al final del túnel haciendo un breve tour panorámico por este apasionante tema:

  • ¿Qué trata de medir el Informe PISA?
  • Algunas conclusiones del estudio sobre competencias financieras
  • ¿Y ahora qué? Del “qué-horror-busquemos-culpables” al diseño de estrategias constructivas.

¿Qué trata de medir el Informe PISA?

Los 15-16 años marcan el fin de la escolarización obligatoria en la mayor parte de los países. Para los afortunados jóvenes con acceso a la educación, es el “momento de la verdad”: toca decidir entre seguir estudiando o empezar a trabajar.

De manera consciente o inconsciente, voluntaria o forzosa, muchos adolescentes se ven abocados en ese punto a una decisión que puede marcar su vida. No por casualidad es el momento elegido por la OCDE para valorar si cuentan con las habilidades necesarias para enfrentarse al mundo real, mediante encuestas trienales en una muestra significativa de escuelas (el estudio de 2012 llegó a unos 510.000 estudiantes, de 65 economías).

Conviene retener la palabra “encuesta” porque, pese a la extendida y errónea percepción, PISA no es el tradicional examen académico de conocimientos. Como explica su página oficial, “los tests aplicados no se encuentran directamente vinculados con el curriculum escolar. Están diseñados para valorar hasta qué punto los estudiantes pueden aplicar sus conocimientos a situaciones de la vida real, y si están equipados para participar plenamente en la sociedad”. La gran pregunta que subyace es “¿qué es importante que los ciudadanos sepan y sean capaces de hacer?”.

¿Qué habilidades económico-financieras trata de medir el Informe PISA? Sugiero a los lectores que, mientras leen las destrezas evaluadas en la encuesta, se planteen hasta qué punto ellos mismos, o la mayor parte de los adultos con los que se relacionan a diario, dominan cada uno de estos ámbitos de competencia personal:

-        Dinero y transacciones. Formas y propósitos del dinero. Manejo adecuado de los medios de pago más comunes en transacciones cotidianas.
-        Planificación y gestión financiera (finanzas personales básicas). Gestión de los ingresos y del patrimonio en el corto y largo plazo. Control de ingresos y gastos. Uso de los ingresos y demás recursos disponibles para mejorar el bienestar financiero.
-        Riesgo y recompensa.  Capacidad de identificar las distintas formas de gestionar los riesgos (incluyendo el uso de seguros e instrumentos de ahorro). Comprensión de las probabilidades de pérdidas o ganancias en diferentes productos y contextos financieros.
-        Entorno financiero. Naturaleza y características del sistema financiero. Derechos y responsabilidades de los consumidores financieros. Principales implicaciones de los contratos. Comprensión de las consecuencias que tienen las políticas públicas en la modificación del contexto económico (cambios de tipos de interés, inflación, impuestos y beneficios sociales).

¿Cómo ha ido el experimento? Para una conclusión más contundente, puedes comprobar tu nivel de madurez económico-financiera en la página oficial  de PISA, a través de una herramienta interactiva que incluye las preguntas reales utilizadas en los tests.

Algunas conclusiones del estudio sobre competencias financieras

16 países (13 de ellos de la OCDE) y dos territorios sub-nacionales han participado en esta primera valoración de las competencias financieras de los estudiantes. El gráfico adjunto, disponible en la web del National Center for Education Statistics, indica la cantidad de alumnos situados en ambos extremos de los 5 posibles niveles de competencia: por debajo del nivel 2 (mínimo de referencia) o en el nivel 5 (que implica un nivel de madurez y comprensión financiera poco usual incluso entre el público adulto).

El formato de ranking es muy útil para apreciar el efecto de los diferentes enfoques educativos en las habilidades financieras de los jóvenes, pero también pinta una imagen muy poco misericordiosa de los países con mayores carencias. Como dice el refrán, las comparaciones son odiosas.

El dato más impactante es que Shanghai-China gana por goleada: el 43% de sus estudiantes alcanzan el nivel 5. A continuación, encontramos un grupo que puntúa por encima de la media obtenida por los 13 países de la OCDE: la región flamenca de Bélgica, Australia, República Checa, Estonia, Nueva Zelanda y Polonia. En torno a la media se sitúan Letonia y Estados Unidos. Bajo la línea aparece un nutrido grupo con resultados más que mediocres: Rusia, Francia, Eslovenia, España, Croacia, Israel, Eslovaquia e Italia. Colombia cierra la clasificación, con un 56% de sus estudiantes por debajo del nivel de competencias mínimas.

La posición que ocupa Estados Unidos resulta decepcionante y algo incómoda para un país que lleva bastante tiempo enfatizando la importancia de la educación financiera, hasta el punto de contar incluso con un Consejo Consultivo que asesora al presidente de la nación. En algunos estados, la educación financiera es obligatoria en Secundaria. Un gran número de entidades sin ánimo de lucro llevan años investigando y difundiendo las mejores prácticas para la didáctica de la economía. Con tanto despliegue, ¿qué es lo que está fallando?

Mientras en otros países los resultados del Informe PISA conducen a la conclusión válida de que “hay que hacer más por la educación financiera”, el caso de EEUU sugiere la necesidad de una formulación más amplia: ¿Hay que hacer más… o hay que hacerlo mejor? Ambas cosas, probablemente. En el país norteamericano, una significativa corriente de voces críticas lleva tiempo cuestionando la utilidad y el acierto de los esfuerzos realizados. Entre esas voces destaca la de Helaine Olen, cuya afirmación de que “la cruzada para mejorar la cultura financiera en América es un fracaso y una farsa” comentábamos con detalle en el artículo La educación financiera como estrategia para culpar a las víctimas

Una de las grandes fortalezas del informe PISA es que, además de los test de competencias, tanto los estudiantes como las autoridades escolares han de cumplimentar cuestionarios sobre las circunstancias familiares y el entorno socio-económico en el que se realiza el aprendizaje, lo que  aporta contexto para una interpretación más completa de los datos.

Así, vemos cómo los mejores resultados parecen estar vinculados al nivel de autonomía de que disfrutan las escuelas para adaptar el currículum y los sistemas de evaluación. El patrimonio familiar también resulta un factor relevante: los alumnos con mayor nivel socio-económico puntúan de manera significativamente más alta en los tests de competencias financieras que los estudiantes de entornos menos favorecidos.

¿Y ahora qué? Del “qué-horror-busquemos-culpables” al diseño de estrategias constructivas

Veamos el silogismo que suele utilizarse como argumento principal. Premisa 1: La etapa escolar debe preparar a los jóvenes para enfrentarse lo mejor posible a los desafíos del mundo real. Premisa 2. Los desafíos económicos y financieros del mundo real son cada vez más complejos. Conclusión. Ofreciendo educación financiera en la escuela preparamos mejor a los jóvenes para el mundo real.

Combinando el silogismo con los resultados del Informe PISA, ya tenemos el terreno abonado para una nueva oleada de voces pidiendo otra vuelta de tuerca a los ya muy castigados currículos escolares. El problema es que tal “conclusión”, sin ser exactamente falsa, supone una alegre simplificación tras la que pueden ocultarse infinitos errores de planteamiento.

Meter a presión la educación financiera en los temarios no es la panacea: si no se tienen en cuenta otros muchos factores, puede convertirse en un verdadero despilfarro. Veamos algunos de esos factores:

1.       El tipo de educación financiera que se proporciona
2.       Las carencias y limitaciones de los sistemas educativos
3.       Los componentes no cognitivos de las decisiones financieras


1.    El tipo de educación financiera. ¿De qué clase de formación estamos hablando? La OCDE señala que no todos los países entienden lo mismo por “educación financiera en la escuela”. Para algunos consiste en la impartición de conocimientos de economía, finanzas y negocios desde una perspectiva esencialmente académica, mientras otros dan prioridad al manejo de las finanzas personales. Esta última definición es la que parece interesar de manera especial a la OCDE, porque implica la habilidad de dar un uso práctico a los conocimientos y, eventualmente, de tomar mejores decisiones financieras en la edad adulta.

El problema es que esto requiere mucho más que la adquisición intelectual de un cuerpo de conceptos e ideas. Implica desarrollar y manejar los propios valores, emociones, actitudes, creencias e imagen personal. Probablemente, demasiado como para ser abordado con eficacia en el restrictivo y sobrecargado marco de los sistemas educativos.

2.    Las carencias y limitaciones de los sistemas educativos. La mayor parte siguen un enfoque académico tradicional que trata de “moldear” a los jóvenes de acuerdo con los valores sociales y económicos… de hace varias décadas.  


Por eso conviene matizar las reacciones a los resultados sobre competencias financieras del Informe PISA. El problema no está en el tratamiento de los temas económicos y financieros en el sistema educativo. El problema es el propio sistema educativo, que abruma a los jóvenes con información y datos pero no logra equiparlos con los recursos emocionales y las habilidades blandas que necesitarán para su pleno desarrollo vital, en un mundo que cambia por minutos.

3.    Los componentes no cognitivos de las decisiones financieras. Las decisiones que tomamos en la vida no se basan sólo en lo que racionalmente “sabemos”; somos producto de nuestro entorno cultural y social y, en gran medida, vivimos en función de los valores y expectativas de ese entorno. Muchos jóvenes estadounidenses que accedieron a clases de finanzas personales en la Secundaria se ven a los 30 con préstamos de estudios que lastrarán su economía durante años, por no hablar de las deudas acumuladas en sus tarjetas de crédito. Como prueban las investigaciones realizadas en el campo del behavioral  economics, la heurística y los sesgos son determinantes en nuestro manejo del dinero. Saber algo y saber aplicarlo no implica necesariamente que lo utilicemos en el momento de la verdad.

¿Significa esto que no merece la pena esforzarse por mejorar la educación financiera que se ofrece en la escuela? En absoluto. Sólo significa que no podemos reducir el problema al ámbito educativo. Dar la vuelta a los resultados del informe PISA requiere mucho más que el retoque de los currículos escolares, que son sólo un reflejo de las carencias del entorno social en el que se aplican.

Como muestran los resultados del informe, la procedencia cultural y social de los estudiantes influye decisivamente en su rendimiento en las pruebas. Así que ¿cómo esperamos tener éxito en la educación financiera de los jóvenes si ignoramos las influencias que reciben fuera del aula? Concentrar los recursos casi exclusivamente en el ámbito escolar equivale a considerar que los adultos son una “generación perdida” para la causa de las finanzas saludables, lo que a su vez sabotea los esfuerzos realizados: no olvidemos que los jóvenes pueden aprender conceptos, técnicas y habilidades en la escuela, pero sus hábitos financieros se forman a través de lo que viven en el hogar.

Para romper este círculo vicioso conviene dar varios pasos atrás y ampliar el enfoque, sin obcecarnos en cargar las tintas sobre las (por otro lado indiscutibles) carencias de los sistemas escolares. La solución a las miserias socio-educativas que pone de manifiesto el Informe PISA no está sólo en las aulas.

Cristina Carrillo

miércoles, 18 de junio de 2014

Test-Desafío Fútbol y Dinero. ¿Sabes tanto como crees?

Escultura de Eugenio Merino
Desde que los romanos acuñaran la expresión “pan y circo”, gobernantes de todas las épocas han usado el viejo truco de distraer al pueblo llano de sus miserias con grandes espectáculos, concebidos para estimular nuestras emociones más viscerales.

Sin embargo, en algún momento de la evolución las luchas de hombres contra leones devinieron políticamente incorrectas (no está claro si por el bien de los hombres o de los leones). Después de algunos infructuosos intentos por captar la atención de una plebe globalizada, alguien encontró la fórmula infalible: campeonatos de fútbol a tutiplén. Campeonatos locales. Campeonatos regionales. Campeonatos mundiales. Campeonatos galácticos. Y fases de clasificación para tales campeonatos. Y partidos amistosos para mantener en forma a los futbolistas, convertidos en los gladiadores de nuestros días. Y partidos de exhibición para recaudar fondos para futuros campeonatos.

Pese a mi empeño por mantenerme al margen, estoy segura de que en este preciso momento está en marcha alguno de esos sangrientos eventos futbolísticos. Siempre respetuosa con las expectativas de mis queridos lectores, aquí va el test definitivo para valorar cuánto sabemos en realidad sobre fútbol… y sobre el dinero en el fútbol. Las soluciones, al final.

1.  ¿Dónde guardan los futbolistas megamillonarios sus ahorritos?

  1. En los bancos, como todo el mundo.
  2. Debajo del colchón. Por eso utilizan camas King Size.
  3. No ahorran. Compran coches deportivos y casas de 3.000 metros cuadrados.
  4. En algún paraíso. De los que no tienen playas ni cocoteros, pero sí bancos muy discretos.
2.     El centrocampista estrella del equipo de tus amores gana más en un año de lo que ingresará en toda su carrera el cirujano que te salvó la vida cuando tuviste la peritonitis. ¿Por qué tan curiosa circunstancia es completamente razonable?

  1. Porque el futbolista sólo está activo unos años, y nadie espera que después pueda ganarse la vida como cualquier otro ser humano. Es bien sabido que el desarrollo muscular y los remates de cabeza aniquilan las neuronas.
  2. Porque la vida no tiene sentido cuando tu equipo pierde.
  3. Porque el cirujano tiene papada y barriguita cervecera y no queda glamouroso posando sin camiseta.
  4. Porque es más guay y mucho más viral subir a Facebook el vídeo del último gol que una foto de tu cicatriz.
 3.      ¿Por qué el fútbol femenino mueve menos dinero que el masculino?

  1. Porque a las grandes marcas patrocinadoras no les interesa financiar una actividad en la que a las mujeres no se les ve el escote.
  2. Porque las mujeres son muy emocionales y se echarían a llorar tras perder un campeonato (los hombres también lo hacen, pero todo el mundo sabe que en su caso es señal de orgullo y gallardía).
  3. Por el mismo motivo por el que el baloncesto femenino mueve menos dinero que el masculino. Y el tenis. Y el golf. Y… (lista interminable interrumpida por falta de espacio).
  4. Porque el rendimiento de las mujeres en el terreno de juego se ve mermado a causa de la multitarea. Se cuenta que una famosa jugadora estadounidense remató a gol mientras hacía la compra del supermercado a través del teléfono móvil. Consiguió marcar el tanto porque no había nadie para detenerla: la portera del equipo contrario había tenido que irse antes de acabar el partido para llevar a su hija al pediatra (mientras el marido veía el partido desde las gradas).
 4.       ¿Qué significa la expresión “árbitro vendido”?

  1. Tras haber sido designado para dirigir el partido, el árbitro subasta sus servicios en eBay. El equipo ganador de la puja puede dar diez patadas sin recibir tarjeta y, si la cifra alcanzada es lo bastante alta, incluso puede contar con un penalti a favor.
  2. Igual que los banqueros, el árbitro cobra una parte de sueldo fijo y otra parte (el bonus) vinculada al resultado.
  3. Su madre lo vendió al nacer porque atravesaba ciertos apuros económicos. Traumatizado por tal circunstancia, el hombre no logró hacer nada provechoso con su vida y acabó siendo árbitro de fútbol.
  4. El árbitro está vendido porque se encuentra desprotegido y expuesto a las patadas y balonazos de los jugadores, que en el calor del juego pueden confundirlo con un contrario. Los hinchas suelen gritarlo para avisar al árbitro de que se mantenga alejado de las jugadas, con el fin de proteger su integridad física. Como inevitable efecto colateral, a veces el árbitro pita cosas que no existen, o al contrario. Qué se le va a hacer.
 5.    ¿Por qué es muy recomendable jugar con asiduidad a las quinielas?

  1. Porque es una forma mucho más emocionante e indolora de pagar impuestos que hacer la declaración de la renta. Cada vez que compras un boleto, estás contribuyendo patrióticamente a aumentar la recaudación de la Hacienda Pública.
  2. Porque la esperanza y el optimismo son cualidades que alargan la vida. Cuanto más infundados, mayor es su efecto. Está documentado que algunas personas han superado los 100 años porque no pensaban que fuera posible estar jugando un domingo tras otro sin acertar jamás. Convencidos de que antes o después lo conseguirían, insistieron todas las semanas sin percatarse del paso del tiempo… ¡hasta morir centenarios!
  3. Porque si juegas durante bastante tiempo, podrás empapelar tu casa con boletos no premiados y te habrás ahorrado un dineral en papel pintado.
  4. Porque es muchísimo más entretenido tirar el dinero en pequeñas dosis que hacerlo de golpe. ¿Qué gracia tendría sacar unos cuantos billetes del cajero automático y meterlos directamente en el cubo de la basura? 
6.    ¿Por qué hay tantos tópicos relacionados con el fútbol?

  1. Porque el vocabulario de la mayor parte de los futbolistas es limitado. Y el de sus dirigentes, más aún.
  2. Porque el fútbol es así. Lo que pasa en el campo se queda en el campo.
  3. Porque lo importante es darlo todo en la cancha.
  4. Porque el partido no acaba hasta que suena el silbato. 
7.     ¿Qué hace una estrella del fútbol cuando sus facultades físicas disminuyen y no puede seguir jugando al máximo nivel?

  1. Se marcha como jugador o entrenador a algún país árabe con mucho petróleo.
  2. Se recicla como modelo de ropa interior hasta que empieza a echar barriga. Entonces se saca el carné de entrenador.
  3. Se convierte en directivo de algún organismo o club de fútbol.
  4. Se transmuta en comentarista deportivo. No hace falta que sepa hablar: para eso están los tópicos (ver pregunta 6). 
8.    Repasemos las reglas del fútbol. ¿Cuándo está un futbolista en “fuera de juego”?

  1. Cuando trota por el campo como alma en pena, sin llegar a ningún balón. Ocurre con frecuencia tras una velada de copas con amigos.  
  2. Cuando tiene problemas de ludopatía y no le dejan entrar en los casinos.
  3. Cuando al juez de línea le da la gana.
  4. Cuando se le agotan todas las vidas jugando al Candy Crush. 
9.    ¿Por qué todos los países quieren ser sede de algún campeonato de fútbol?

  1. Porque esperan que el país se les llene de turistas durante un par de semanas. Con un poco de suerte, los hinchas decepcionados y borrachos no te dejan demasiado destrozadas las modernísimas infraestructuras levantadas para el evento.
  2. Para anestesiar a la población con una sobredosis de orgullo patriótico y ofrecer a los votantes (también llamados “ciudadanos”) la incomparable felicidad de ver de cerca a los futbolistas (cuando se bajan del autobús para entrar en el hotel, porque ni hablar de conseguir una entrada para el campo).
  3. Para que un montón de políticos, empresarios, lobistas y networkers hagan amistad entre sí y practiquen el noble arte de intercambiar favores. Se empieza ganando la organización de un campeonato y se termina consiguiendo cualquier cosa.
  4. Porque implica construir estadios y otras instalaciones deportivas, y todos los gobernantes del mundo tienen amigos en el gremio de la construcción. Es importante hacer felices a los amigos. 
10.  Un cazatalentos deportivo te dice que tu hijo de diez años tiene mucho potencial como delantero centro. Tanto, que un gran equipo extranjero está dispuesto a formarlo en sus instalaciones. En tus pupilas se forma de inmediato el signo del dólar. Por desgracia, el nene se niega en redondo. El muy puñetero dice que prefiere ser biólogo marino y salvar los océanos. ¿Cuál es tu reacción?

  1. Llamas de inmediato a un buen abogado para negociar las condiciones del acuerdo. Al nene lo mandas al psicólogo para que se centre.
  2. Haces valer la patria potestad y empaquetas al nene respondón en el primer vuelo. Es por su bien. Algún día te lo agradecerá.
  3. Preguntas a tu mujer si está segura de que el niño es tuyo y pides una prueba de ADN. No te constan antecedentes familiares de altruismo ni de interés por las ciencias.
  4. Todas las anteriores.

Soluciones. Cualquier cosa que hayas contestado estará bien. Después de todo, no hay que tomarse el fútbol, el dinero o la vida demasiado en serio, ¿verdad?


Cristina Carrillo

martes, 20 de mayo de 2014

Consumo y consumismo: el show de educar a Truman

¿Cuál es la capacidad, habilidad o conocimiento más importante para lograr una economía personal saneada (que nos permita llegar a fin de mes, ahorrar para la jubilación, etc.)? Dudo mucho que la respuesta se encuentre entre los contenidos que las autoridades parecen empeñadas en incluir en los currículos escolares. Por muy útil y conveniente que sea conocer la fórmula del interés compuesto, entender el papel de los bancos en la economía o distinguir los medios de pago, ninguna de esas habilidades va a contribuir de forma significativa a mejorar nuestras decisiones financieras cotidianas.

El atributo básico a desarrollar para superar los problemas de las economías familiares es la independencia de criterio frente a las “necesidades” artificiales creadas por la sociedad de consumo. Por desgracia, los que más se benefician de la situación tal y como está suelen ser los que agitan la bandera de la educación financiera con mayor entusiasmo. El zorro guiando a las gallinas. Como es lógico, formar ciudadanos más conscientes y críticos no se encuentra entre sus objetivos prioritarios (ni secundarios): la verdad es que prefieren mantenernos a todos viviendo en el show de Truman.

Truman, en la inopia

Para los que no han visto la película, Truman (Jim Carrey) es el protagonista involuntario de un reality show dirigido por un tal Christof, en el que cada minuto de su vida es retransmitido en directo al mundo entero. El pobre Truman ignora que la ciudad en la que vive (Seahaven) y todas sus relaciones son completamente falsas: sus padres, sus amigos, su mujer… Son sólo actores que no sienten ningún afecto ni interés real por él: entran y salen de su vida (y del show) por exigencias del guión. Las conversaciones que mantienen con Truman son un pretexto para promocionar los productos de las empresas que financian ese gigantesco despropósito. Algunas de las escenas más hilarantes de la película son también profundamente tristes: la conversación con unos vecinos que, sin prestar atención a sus palabras, se concentran en colocarle en la posición adecuada para que la cámara pueda enfocar un anuncio publicitario; o la absurda discusión conyugal con su esposa, que insiste en proclamar las excelencias de una marca de cacao mientras Truman se desgañita intentando comunicarse con ella.


El gran problema de las economías familiares en nuestros días es que… todos somos Truman. Al igual que él, vivimos en la ingenua creencia de estar controlando nuestra vida, cuando en realidad sólo somos figurantes interpretando las escenas que otros han escrito para nosotros. El papel de Christof lo desempeñan tanto las empresas como los gobiernos, bajo el argumento machacón de que “el consumo impulsa el crecimiento económico”: ahora te toca comprar una casa, ahora te toca comprar un auto, ahora te toca pedir un préstamo para las vacaciones, ahora te toca vestir de una manera que refleje el estatus al que aspiras, ahora te toca ahorrar contratando este producto… ¿Tu smartphone ya tiene un año? Estás fuera de onda... ¿A qué esperas para comprar el último modelo? Todos los que se supone que se interesan por nosotros están, en realidad, tratando de vendernos algo.

Truman pasa la mayor parte de la película sin saber que las cámaras le siguen incluso en sus momentos más privados, y que millones de ojos anónimos observan con avidez todos y cada uno sus actos. Con la misma feliz inconsciencia, hemos trasladado una parte importante de nuestras vidas al mundo virtual, en el que interactuamos bajo una errónea ilusión de intimidad. Elegimos soslayar el hecho aterrador de que cualquier búsqueda en nuestro navegador favorito desencadena de inmediato un bombardeo publicitario en cada página que visitamos, en aras de una presunta “personalización para la mejor satisfacción de nuestras necesidades”, según argumentan los amos del ciberespacio.

Un amigo me contaba el asombro de su hijo adolescente ante la increíble “casualidad” de que todos los banners publicitarios hicieran referencia a productos y servicios próximos a su domicilio o relacionados con lo que él estaba buscando justo en ese momento. “¿Cómo saben que yo vivo en Málaga?”, se maravillaba el chico. ¡Ah, la magia de Internet!

Abriendo los ojos

En torno a los 30 años, Truman siente un indefinible vacío existencial. Algunos ligeros pero evidentes errores de producción despiertan sus sospechas: a su alrededor ocurren cosas muy raras. Para deleite de los telespectadores, su comportamiento se torna imprevisible. Pero el director-dios Christof no puede permitirlo: ¡el show debe continuar! En ese punto, nuestro protagonista comprueba que carece de algo que siempre había dado por sentado: la libertad.  Cuando todos los intentos de abandonar la ciudad o alterar su rutina diaria se ven frustrados por circunstancias a cual más surrealista, Truman se convence de que está siendo vigilado y manipulado por todos los que le rodean.

En una sociedad como la nuestra, que llama "consumidores" a los ciudadanos y “mercados” a los países, todavía es reducido el porcentaje de trumans dispuestos a cuestionar el guión. Hace falta mucha atención para percibir las incoherencias de una narración que supedita las necesidades reales de las personas a la perpetuación del show.

El mensaje publicitario que hemos interiorizado en nuestro papel de Truman es que el consumo es requisito ineludible para alcanzar la felicidad. Paradójicamente, es cierto que existe una estrecha relación entre felicidad y consumo, pero funciona en sentido contrario. Serge Latouche, uno de los impulsores del movimiento por el decrecimiento, considera demostrado que las personas felices tienen menos necesidad de consumir. ¿Deberíamos concluir, por tanto, que a nuestros gobernantes no les interesa que seamos felices? Una idea para la reflexión…

Muy lejos del decrecimiento, la mayoría seguimos considerando nuestra propensión al consumo no como un problema de autocontrol, sino como una aspiración legítima y apetecible que se ve fastidiosamente limitada por la falta de recursos económicos. El entorno financiero, empresarial y político respalda hasta tal punto esta percepción que en muchos lugares los bancos restringen el crédito para la financiación de emprendimientos o actividades productivas, mientras lanzan promociones y campañas masivas para incentivar el uso de tarjetas de crédito y la contratación de préstamos para el consumo. “Sorry, no puedo financiar tu proyecto empresarial… ¡demasiado riesgo! Eso sí, para que te consueles puedes pagar tus vacaciones en cómodas cuotas”.

¿Quiénes son los más afectados por esta estrategia? Obviamente, las clases medias y los más desfavorecidos. Aunque el apetito consumista atraviesa el espectro social de arriba abajo, el problema aparece cuando los recursos disponibles no resultan suficientes para satisfacer lo que astutamente se nos presenta como  “nuestro derecho al consumo”.

En el imprescindible libro “Vida de consumo”, Zygmunt Bauman analiza la diferencia entre consumo y consumismo. Mientras el consumo es un rasgo y ocupación del individuo humano, e implica la satisfacción de sus necesidades básicas, el consumismo es un atributo de la sociedad: “la capacidad esencialmente individual de querer, desear y anhelar es separada de los individuos y reciclada como fuerza externa capaz de poner en movimiento a la sociedad de consumidores”.

Como miembros obedientes de esa sociedad, hemos incorporado a nuestras necesidades personales de compra lo que, en realidad, sólo son necesidades de venta de otros: aprendemos a desear lo que la sociedad nos señala como deseable.


¿Y qué pinta la educación financiera en este contexto consumista? Pues lo mismo que el resto del atrezo: contribuye a crear una ilusión de libertad. Sugiere que si tenemos problemas financieros es debido a un déficit de conocimientos específicos y/o a la negligencia con que gestionamos nuestros recursos. Por supuesto, los que nos llaman ignorantes e insensatos son los mismos que nos inoculan las tendencias suicido-consumistas con las que asesinamos nuestra economía personal.

Al fin, la libertad

Entre la seguridad del único mundo que conoce y la incertidumbre de lo desconocido, Truman está decidido a apostar por la libertad. Además de la obvia falsedad de su entorno, tiene otra poderosa motivación: sabe que en ese misterioso “exterior” está la única mujer con la que estableció una verdadera conexión (una actriz secundaria que cometió el error de enamorarse de él y, por supuesto, fue fulminantemente despedida del show). Truman huye en barco, pese al miedo a morir ahogado que le indujeron en la infancia, y Christof intenta detenerlo con una aparatosa tormenta que casi lo mata de verdad.

Cuando nuestro héroe está a punto de traspasar la puerta que separa el gigantesco escenario del mundo real, Christof arriesga una jugada desesperada y se dirige a él por primera vez desde el centro de producción, a modo de invisible “voz de Dios”. Con tono persuasivo y paternalista, le asegura que fuera va a encontrar las mismas mentiras y engaños, pero sin la belleza y la seguridad que él le ha proporcionado durante toda su vida. Tras unos instantes de suspense, Truman se despide teatralmente… y pone fin al show.

Echemos a volar la imaginación: ¿Cómo hubiera sido un programa de educación financiera orquestado por Christof en el ficticio mundo de Seahaven? Probablemente, la falsa esposa de Truman hubiera alternado en sus diálogos la recomendación de comprar un nuevo e increíble robot de cocina con aleccionadores recordatorios sobre la importancia de no gastar más de lo que se ingresa. Los falsos bancos de Seahaven empapelarían la ciudad con coloridos anuncios sobre préstamos para las vacaciones (los gastos financieros del 60% sólo figurarían en letra minúscula), al tiempo que impartirían talleres en las falsas escuelas, a los falsos hijos de Truman, sobre las virtudes del ahorro y los peligros del endeudamiento excesivo.

Ahora que lo pienso, ¿no suena todo esto sospechosamente familiar? Casi, casi, parece que estuviéramos hablando del mundo real. Lo cierto es que este enfoque resulta inútil, porque el hecho de que la gente no ahorre no es la causa del consumo excesivo... ¡es la consecuencia! Entonces, ¿por qué insistimos en comenzar todos los programas de educación financiera con el consabido ejemplo: “Si empiezas a ahorrar a los 20 años, en equiscientos años habrás acumulado un capital de…”? Porque a casi nadie le interesa proporcionar una educación financiera basada en identificar y sortear esas fuerzas sociales externas que no sólo nos indican lo que tenemos que anhelar y consumir, sino que nos llevan a confundir nuestros deseos con sus intereses. Afortunadamente, hay algunas luces en el horizonte: conscientes del verdadero origen del problema, en Brasil acaban de prohibir la publicidad y el marketing dirigido a los niños.


En resumen, la mejor educación financiera que podemos ofrecer, a jóvenes y adultos, es la que pone de manifiesto los trucos, limitaciones y miserias de vivir según guiones ajenos, por muy bien envueltos que se nos presenten. El gasto excesivo, el endeudamiento descontrolado y los demás daños colaterales del consumismo se verían probablemente muy disminuidos si, como Truman, hiciéramos mutis por el foro y saliéramos a crear una vida a nuestra medida.

Y, por si no nos vemos luego… ¡buenos días, buenas tardes y buenas noches!

Cristina Carrillo