La inclusión social y financiera ha
dejado de ser una preocupación limitada a los países difusamente llamados “en
desarrollo”. Con las secuelas de la crisis financiera campando a sus anchas por
los agonizantes Estados del bienestar,
ha quedado claro que no hay personas ni países que tengan garantizada su plaza
en el selecto club de la inclusión. Este ha sido el tema central de la
conferencia celebrada este mes en Guayaquil (“La educación y la inclusiónfinanciera, vías para el desarrollo de sociedades más equitativas”), en la que
hemos tenido el privilegio de participar.
¿Qué papel juega la educación
financiera para apoyar a las personas que sobreviven en las orillas de nuestras
implacables sociedades de crédito y consumo? Sin duda, un papel protagonista,
como sugieren algunas de las manifestaciones más características de la
exclusión social:
- La subsistencia precaria está estrechamente asociada a las actividades laborales informales, ya sea trabajando para otros “en negro” o mediante el autoempleo en emprendimientos de escasa viabilidad.
- Falta de oportunidades para acceder a posibilidades educativas o de negocios, que sólo están al alcance de los que participan “de pleno derecho” en el sistema financiero formal.
- Dependencia de las ayudas y subsidios sociales. Aunque su necesidad sigue siendo incuestionable, deben concebirse como una herramienta integradora, un puente hacia otra situación en la que tales apoyos acaben resultando innecesarios.
En la práctica, todas estas
manifestaciones están interrelacionadas y se potencian mutuamente:
tanto los subsidios como la falta de acceso a una educación de calidad
contribuyen a desincentivar la formalización laboral, ya que muchas personas prefieren
seguir dependiendo de la aparente seguridad
de las ayudas sociales en lugar de confiar en las expectativas (poco
prometedoras) de sus precarios emprendimientos. La exclusión tiende así a
perpetuarse de una generación a otra, configurando de hecho un perverso sistema
“de castas”.
En tan complejo contexto, la educación financiera es una herramienta
clave… siempre que se cumplan dos condiciones: 1) Que no se le atribuyan más responsabilidades
de las que le corresponden y 2) Que se plantee de manera más humana, realista y
eficaz.
1.
La educación financiera
no es la panacea universal
Con esta afirmación no trato de restar importancia a la cuestión, sino
todo lo contrario: definir el verdadero alcance de una buena cultura financiera
puede ayudarnos a evitar muchas frustraciones y un gran despilfarro de
recursos.
En general, los fervientes y sinceros defensores de la educación
financiera razonan según el siguiente silogismo:
Premisa 1. Las personas tienen
muy poca cultura financiera.
Premisa 2. Las personas
toman malas decisiones financieras, que les perjudican en el presente y
comprometen su futuro.
Conclusión. Si mejoramos la
cultura financiera de las personas, tomarán mejores decisiones y mejorarán su
calidad de vida.
¿Verdad que suena de lo más razonable? Yo misma utilicé con frecuencia
este argumento, por lo que no me gustaría que lo que viene a continuación se
entienda como una crítica a quienes lo sostienen. Simplemente, creo que responde
a una fase de despiste idealista por la que atravesamos todos los fans de la
educación financiera… hasta que nos damos cuenta de que el mundo no funciona
así.
La primera premisa es evidente y está comprobada mediante innumerables
investigaciones, en países con muy diversos niveles de desarrollo: en Estados
Unidos o en El Salvador, las personas carecen de cultura financiera. Punto. Tampoco
es discutible la segunda premisa: el endeudamiento sistemático y universal
difícilmente puede considerarse un ejemplo de sabiduría decisoria. El problema
está en la conclusión. No es válida porque se basa en una tercera premisa,
implícita y completamente falsa: que la cultura financiera es el elemento
determinante de nuestras decisiones financieras.
Pues no, no es el elemento determinante. ¡Ni siquiera el principal! De
hecho, ocupa sólo un pequeño espacio entre otros compañeros que influyen mucho
más en nuestras elecciones:
-
Las emociones.
-
Los condicionamientos culturales y las
costumbres del grupo.
-
Las creencias derivadas de experiencias previas.
-
La configuración social y económica del entorno:
la forma en que se nos presentan las opciones condiciona en gran medida la
decisión final, como comentamos en el artículo Por qué somos incapaces de tomar buenas decisiones financieras.
Aceptar esto nos aporta pistas relevantes para entender por qué la
educación financiera tradicional no ofrece ningún resultado digno de mención, a
despecho de las ingentes cantidades de recursos que se están destinando en
ciertos casos. ¿Qué necesitamos para lograr un verdadero impacto?
2.
Cómo diseñar una
educación financiera más realista
- Establecer objetivos razonables, en cuanto al contenido y al plazo.
- Completar las acciones tradicionales con intervenciones que faciliten la toma de decisiones financieramente saludables (nudging).
a)
Esos objetivos
imposibles. En realidad, el problema habitual no es la irracionalidad
de los objetivos, sino su ausencia. O bien son tan genéricos que no merecen tal
nombre (“mejorar la cultura financiera de los grupos más vulnerables”) o bien se
confunden los objetivos con las actividades (“Desarrollar un portal divulgativo”,
“establecer alianzas estratégicas”…). En
gran medida, este fallo de base tiene que ver con la ansiedad por cumplir
plazos.
Aunque todos los que nos dedicamos a la educación financiera repetimos
con gran convencimiento que “es una apuesta de largo plazo”, en la práctica casi
siempre tratamos de forzar la presentación de resultados. Llamamos resultados a casi cualquier cosa. He
visto programas que establecen los objetivos en función del número de personas
que abrirán una cuenta bancaria en dos años. ¿De verdad eso es un objetivo de
educación financiera? ¿Desde cuándo tener una cuenta bancaria demuestra una especial
competencia en la gestión de la economía personal? Obviamente, tal definición
de objetivos tiene más que ver con las agendas de los promotores que con un
verdadero propósito de facilitar el aprendizaje.
Este planteamiento es poco recomendable, pero perfectamente comprensible.
Tanto si las iniciativas parten de instituciones públicas como si dependen de
presupuestos privados, las personas responsables (por muy genuino que sea su
compromiso) suelen tener algún jefe al que rendir cuentas… con un horizonte
temporal de corto plazo que resulta incompatible con los cambios de conductas
que se pretenden conseguir. En consecuencia, seguimos conformándonos con
pseudoobjetivos y sus correspondientes pseudoresultados.
¿Hay alguna manera de acelerar el
proceso? ¿Podemos avanzar hacia una mayor cultura financiera de forma que no
sólo sirva a las generaciones venideras, sino que tenga resultados inmediatos y
beneficiosos para los adultos de hoy? Parece que sí, pero la respuesta exige salir de nuestra zona de confort.
b) Orientación de las decisiones. La zona de confort está configurada por los dos tipos tradicionales de enfoques de la educación financiera: el teórico/descriptivo y el práctico/experiencial.
El enfoque
teórico/descriptivo se refleja en la creación de portales de Internet,
folletos divulgativos, charlas y presentaciones, etc. Los contenidos apelan al
intelecto y a la razón de las personas: conceptos básicos, características de
los productos, recomendaciones sobre las conductas y valores a seguir… Es el
más habitual porque resulta bastante fácil de implementar y permite llegar a un
número significativo de personas, especialmente cuando se combina con las
nuevas tecnologías. Por desgracia, tiene una gran desventaja: no sirve para
casi nada. En el mejor de los casos, podremos sensibilizar a los más
predispuestos o receptivos, pero muy rara vez se logrará algún cambio en los comportamientos. No se ofrece formación, sino información.
El enfoque
práctico/experiencial va un paso más allá: talleres, juegos y dinámicas
de simulación de situaciones reales. La práctica de habilidades y destrezas ayuda
a poner en contexto la información recibida y facilita su asimilación y aprendizaje.
Por motivos que se me escapan, se usa más con los jóvenes que con los adultos
(que, en la mayoría de los casos, siguen condenados a sesudas sesiones
teóricas). Aunque tiene mucho mayor potencial que el primer enfoque, la
adquisición efectiva de estas competencias no se traduce necesariamente en
mejores decisiones en la vida real. ¿El motivo? El que señalábamos en el punto
1 de este artículo: la cultura financiera no es el único elemento que determina
nuestras decisiones.
Por eso
planteamos la necesidad de complementar estos enfoques con lo que hemos llamado
orientación
de las decisiones. Es lo que en la psicología del comportamiento
económico (behavioral economics) se
denomina nudging: facilitar la
adopción de decisiones más beneficiosas (más ahorro, menos endeudamiento) mediante
la utilización de incentivos y el diseño de un entorno adecuado.
En el próximo artículo veremos con más detalle algunos ejemplos de este enfoque, que ya ha captado la atención de organismos e instituciones con responsabilidades en el diseño de políticas públicas de educación financiera.
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