El debate "en la familia o en la escuela" suele aparecer
cada vez que la atención social se enfoca en temas que implican elecciones
personales: religión, sexualidad, civismo… Las creencias y valores asociados a
estas cuestiones, ¿deben transmitirse a los jóvenes por la vía institucional,
por la familiar o por ambas? Parece improbable que pueda plantearse sobre algo
tan práctico, útil, necesario y terrenal como la economía. Sin embargo, la
controversia sobre la inclusión de temas económico-financieros en los
contenidos escolares crece a medida que surgen nuevas propuestas, cada vez más
ambiciosas, en esta dirección. Tal vez el problema sea la indefinición sobre la
educación financiera que queremos llevar a la escuela y cómo hacerlo de manera
eficaz.
El artículo que publicó recientemente El Confidencial, sobre las
reacciones a la propuesta británica de incluir contenidos financieros en la
educación primaria, nos proporciona un gran número de consideraciones interesantes.
De entrada, el título del reportaje: “Los niños británicos de cinco años
aprenderán a calcular intereses”. ¡Guau! ¡Qué precocidad! No es de extrañar el
comentario que dejó una amiga en nuestro portal de Facebook: “Pues mejor que
sigan siendo niños durante un ratito más, que cuando aprendemos a calcular
intereses ya es para toda la vida y por obligación, ¿no?”.
Al margen de lo significativa que resulta esta opinión (volveremos más
tarde sobre ella), reconozco que incluso a mí me produce cierto repelús la idea
de los tiernos infantes tratando de calcular intereses con sus pequeños ábacos
de colorines. Sin embargo, quisiera tranquilizar a nuestra amiga: se trata de
una legítima licencia periodística para llamar la atención; probablemente nadie
leería un artículo titulado “Nueva propuesta británica para enseñar economía en
Primaria”.
Admito que me sorprendieron las opiniones vertidas por el
representante de una importante asociación de padres, que considera que
Primaria no es el lugar idóneo para impartir este tipo de contenidos, y que
tales propuestas “responden a intenciones adoctrinadoras, por parte de
instituciones públicas y privadas que no tienen nada que ver con el mundo de la
educación… (…) Ya hay asignaturas de economía en Secundaria”. Lo cierto es que
no consigo captar por qué concienciar a los jóvenes sobre el elevado coste de
endeudarse a través de una tarjeta de crédito (lo que, desde un punto de vista
estrictamente racional, debería disuadir de su uso indiscriminado) puede
constituir adoctrinamiento. Recordemos que la educación primaria suele ir desde
los 5 hasta los 12 años, y que sería un gran avance que los estudiantes de esta
edad fueran capaces de apreciar la utilidad práctica de las matemáticas para
afrontar situaciones cotidianas; las demandas del entorno económico a las que
se enfrentan tienen poco que ver con las que vivimos las generaciones
anteriores. Volviendo al planteamiento inicial, parece que el verdadero debate se
centra en las siguientes cuestiones:
1)
¿Qué educación financiera queremos llevar a la
escuela?
2)
¿Es eficaz centrar los esfuerzos en la población
escolar?
¿Qué educación financiera
queremos llevar a la escuela? En ausencia de estrategias nacionales
debidamente coordinadas, cada entidad, gobierno o grupo impulsor suele orientar
los contenidos según sus propias motivaciones y prioridades: fomento del
espíritu emprendedor, matemáticas financieras, conceptos generales de macro y
microeconomía… Y ya no digamos si hay bancos centrales implicados: entonces
también encontramos excelentes materiales para familiarizar a los jóvenes con
el control de la política monetaria nacional y la estabilidad de precios. Qué
bien. Lástima que estas futuras autoridades monetarias de quince años no sean
capaces de controlar el consumo de su teléfono móvil ni de comparar las tarifas
de las distintas operadoras.
Tenemos que asumir que no todas las cuestiones económicas y
financieras son igualmente relevantes ni necesarias. El peligro de un enfoque demasiado
técnico reside en transmitir a los jóvenes la errónea impresión de que la economía
es un campo de conocimiento de interés opcional, como las ciencias naturales o
el latín, de modo que si no piensan ser economistas, científicos o lingüistas, no
necesitan prestar a estas materias más atención de la imprescindible para superar
los exámenes. De hecho, en muchos países las asignaturas de economía son
“optativas” y desarrollan conceptos de cierta complejidad.
Por eso es importante distinguir entre la economía que se enseña a los
futuros profesionales de la disciplina, en sus distintos campos de aplicación
(que puede perfectamente ser optativa), y la que necesitamos todos los
ciudadanos, sin excepción, con independencia del área de desempeño profesional
a que nos dediquemos. Esta última, la economía “con minúsculas”, es la que debe
tener carácter obligatorio (aunque no necesariamente dentro del curriculum
formal) y, sin lugar a dudas, puede y debe empezar a transmitirse desde los
primeros años de escolarización.
Cuando nos lamentamos de que los efectos de la crisis se están viendo
agravados por la falta de cultura financiera de la población, no nos referimos
al desconocimiento de los mecanismos de estabilización de la balanza de pagos: estamos
hablando de personas que gastan más de lo que ganan, que han perdido el control
de su presupuesto hasta el punto de caer en situaciones angustiosas de quiebra familiar
y que se sienten inseguras en sus relaciones con los intermediarios
financieros. Un artículo reciente, en la que se explicaba el avanzado sistema
sueco para apoyar a las familias sobreendeudadas, señalaba que el organismo
responsable apuesta por la prevención, impartiendo cursos de “Hogar y economía”
en colegios e institutos. Sensata y sabia aproximación, basada en una
concepción práctica y realista de la economía como herramienta para el manejo
responsable del presupuesto personal.
¿Es eficaz centrar los
esfuerzos en la población escolar? Una de las grandes ventajas de los
programas de educación financiera para niños y jóvenes es que los canales para
llegar hasta ellos están muy claros: el sistema educativo nos dice dónde y en
qué horarios vamos a tener disponible (que no dispuesta) a la mayor parte de
nuestra población objetivo. El desafío de llegar a los adultos resulta
infinitamente más complejo, puesto que tanto las necesidades formativas como
los canales de acceso están mucho más fragmentados: no los tenemos ni
dispuestos ni disponibles.
El problema de los programas de educación financiera en la escuela es
que… se quedan en la escuela. Dadas las evidentes dificultades para acceder a
la población adulta, nos decimos que “los niños son una buena forma de llegar
también a los padres”, por lo que esperamos que el efecto beneficioso de la
formación se propague de forma natural y gratuita. El niño, los papás y los
abuelos por el precio de uno. ¿Realmente esto funciona así? No cabe duda de que
los niños determinan en gran medida el destino del gasto familiar (todos los
publicistas del mundo lo saben), pero que sean capaces de modificar de manera
duradera los hábitos monetarios de sus progenitores, en sentido contrario al de
sus propias inclinaciones… es harto cuestionable.
Utilicemos el ejemplo de la educación sobre salud: todos mis amigos
fumadores continúan siéndolo, pese a la preocupación manifiesta de sus hijos
después de ser aleccionados en la escuela sobre los innegables efectos nocivos
del tabaco. “Mamá, te vas a morir si sigues fumando”. Para ser sincera, no es
justo decir que estas acciones no influyen en los papás, puesto que en realidad
mis amigos sí han modificado sus hábitos: ahora fuman en el balcón y a
escondidas, para evitar las molestas profecías de defunción inminente. Como
fumadora pasiva y militante anti-humo, me encantaría que funcionara el chantaje
emocional de niño a padre. Sin embargo, salvo prueba en contrario, parece que
somos los adultos los que tenemos más éxito transmitiendo creencias y hábitos
(adecuados o inadecuados) a nuestros descendientes.
Por eso, pese a mi absoluta convicción de que una formación financiera
basada en valores y en la responsabilidad personal debe ofrecerse en la escuela
desde los primeros años, creo que es un error no realizar esfuerzos de similar
calibre entre la población adulta. De poco sirve instruir a los jóvenes sobre
los peligros del endeudamiento, si en el entorno familiar asisten con naturalidad
a la compra a crédito de todo tipo de accesorios. Estando expuestos a dos tipos
de mensajes abiertamente contradictorios, ¿cuál esperamos que tenga más efecto
en sus comportamientos?
Este vídeo, de una serie de excelentes materiales de la Fundación Itaú
para Educar Chile, plantea de forma muy inteligente cómo el comportamiento económico
de los adultos afecta y condiciona a los hijos. Aunque está concebido como
material para la escuela, ¿no sería también conveniente ponerlo al alcance de
los mayores?
Ya hemos mencionado las dificultades “logísticas” de diseñar programas
eficaces para la población adulta, a las que hay que añadir el reto de
desmontar creencias negativas, muy arraigadas, sobre el dinero. Retomemos aquí
el comentario de nuestra amiga de Facebook: “Dejemos que sigan siendo niños, ya
les tocará calcular intereses para toda la vida y por obligación”: la gestión
de la economía personal, claramente percibida como una carga fatigosa y no
deseada. Otra persona me comentó en una ocasión que le provocaban gran rechazo
las fotos de niños sonrientes con billetes en las manos, lo que nos aporta una
muestra evidente de la consideración del dinero como algo “sucio”, poco
adecuado para la inocencia infantil.
Para que los adultos seamos un apoyo y no un obstáculo a la educación
financiera que los jóvenes puedan recibir en la escuela, es necesario que
comprendamos que la sencilla habilidad de calcular intereses no sólo sirve para
amargarnos recordando cuánto tenemos que pagar de hipoteca, sino también para
tomar decisiones inteligentes sobre la oportunidad de contratar determinados
productos de ahorro o inversión (la maravilla del interés compuesto, ¡ese gran
desconocido!). Y, por encima de todo, necesitamos desterrar la idea de la
maldad intrínseca del dinero; es un recurso más, completamente neutro, y la
actitud con que se maneje puede marcar la diferencia entre una vida próspera o
la mera supervivencia. Si la educación financiera de los adultos no se aborda
con el mismo entusiasmo que se dedica a los jóvenes, gran parte de los
esfuerzos habrán sido en vano.
El aprendizaje financiero, en la escuela y en casa.
No podía estar más de acuerdo!Me encantaría que en Primaria se incluyeran nociones básicas de finanzas (como se ha incluido Ciudadanía!)Los chavales se tomán las cosas más en serio si se las cuentan sus profesores y las comparten con sus compañeros. Y si se refuerza en casa, ¿no conseguiríamos que nuestros hijos fueran responsables y se tomaran en serio sus "minifinanzas"?
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