El manejo productivo del dinero no es una sorprendente habilidad
reservada a ciertas mentes preclaras, no requiere años de estudios superiores
ni exige la utilización fluida de palabras en inglés. En este blog ya hemos
comentado alguna vez que los únicos ingredientes imprescindibles para unas
finanzas personales sanas son el sentido común y la responsabilidad individual,
que son gratis y están al alcance de todos (bueno, de casi todos).
Por desgracia, este enfoque tan simple tiene pocas esperanzas de
prosperar mientras mantengamos ciertas creencias y sensaciones estrechamente asociadas
al término “finanzas”. Tampoco ayuda que “educación financiera” resulte una
denominación genérica y vaga donde las haya… y no muy seductora, todo sea
dicho. ¿A quién le puede apetecer
dedicar su tiempo libre a “adquirir educación financiera”? Los anglosajones,
que valoran el arte de la comunicación y se muestran mucho más
perceptivos sobre las implicaciones emocionales del lenguaje, suelen poner a
sus programas e iniciativas de educación financiera nombres tan inequívocos
como “el dinero inteligente”, “tu dinero importa” y expresiones similares; he
oído a muchas personas decir que no les interesan las finanzas, pero aún no
conozco a nadie a quien no le preocupe el dinero.
Sin embargo, en gran parte del mundo de habla hispana, con las mejores
intenciones pero no muy conectados con la realidad, insistimos con “educación financiera”,
“finanzas para todos” y, la que en mi opinión encabeza el ranking de
denominaciones desafortunadas, “alfabetización financiera”. Este término, usado
institucionalmente en algunos países de Latinoamérica, es una traducción fiel
del “financial literacy”. La diferencia
es que en los países anglosajones distinguen con claridad entre la terminología
que se utiliza en ámbitos profesionales, institucionales o académicos, y la que
realmente puede conmover y captar la atención del público desde un portal de
Internet.
Aceptémoslo: las “finanzas” no tienen gancho comercial y la “alfabetización”
aún menos, especialmente si nos dirigimos a la población adulta: “Damas y
caballeros, dado su escandaloso nivel de analfabetismo financiero, ponemos a su
disposición unos magníficos programas de alfabetización”. Imagino las
avalanchas de personas pidiendo ser financieramente alfabetizadas. La verdad, yo
no soy capaz de cambiar la rueda del coche, pero me dolería un poco ser tachada de analfabeta
mecánica.
Con independencia de las palabras que usemos, a todos los que nos
dedicamos a divulgar y promover la cultura financiera nos guía el mismo propósito: contribuir a que las personas asuman con confianza y naturalidad el control de su economía. Sin embargo, el éxito depende de que consigamos atraer
su interés, y el lenguaje es una herramienta que puede jugar a favor o en
contra de este objetivo. Así que tenemos dos opciones: o asumimos la hercúlea
tarea de convencer a la gente de que las “finanzas” les conciernen, o
aterrizamos y nos expresamos como todo el mundo.
Me encanta el enfoque que planteas respecto al tema sobre la Finanzas para todos, es verdad que resulta casi una evangelización desarrollar actividades tendientes a difundir esta temática y creo que espacios como este contribuyen a poner en la palestra un asunto que debe ser tomado en cuenta por quienes tienen la responsabilidad de brindarnos formación desde muy temprana edad, ya que para tener una sociedad financieramente responsable la tarea es ardua y a largo plazo. Felicitaciones Cristina!!! eres lo máximo!!! att Virginia
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