¿Existe un carácter emprendedor
que se manifiesta de manera espontánea desde edades tempranas? ¿Se puede
despertar y cultivar la vocación emprendedora? Ambas cuestiones admiten respuestas
afirmativas: hay emprendedores que nacen y otros que se hacen. Sin embargo, hoy
día habría que añadir un tercer grupo: el de aquellos que no tienen ni los
genes ni la formación pero, en ausencia de otras alternativas, se ven lanzados
de un puntapié a la categoría de empresarios forzosos.
Los emprendedores vocacionales,
que en general ya tienen una habilidad, un área de interés o un proyecto
definidos, florecen en cualquier contexto, por muy adversas que sean las
circunstancias. Se sobreponen de forma instintiva a los obstáculos y a los
fracasos intermedios, asumiéndolos como valiosos aprendizajes para el futuro, y
son la perfecta encarnación de todas esas frases inspiradoras que circulan por
Internet (como Edison y sus 1.000 formas de no hacer una bombilla). Por desgracia,
este fenotipo todoterreno constituye una distinguida minoría dentro del
colectivo emprendedor; si estuviéramos hablando de grupos sanguíneos, sería el
equivalente al AB, el menos frecuente entre la población mundial.
Con el grupo 0, el más antiguo y
el que presenta más de la mitad de la humanidad, tenemos a los asalariados, con
diferentes perspectivas profesionales y niveles de cualificación. Trabajar
para otros es una opción respetable, necesaria y, en muchos casos, acertada; por
mucho que nos empeñemos, no todo el mundo tiene el espíritu necesario para emprender
y llevar adelante un negocio. Pertenecer al grupo 0 solamente supone un problema cuando no es fruto
de una elección consciente y personal. En el multitudinario colectivo de
empleados por cuenta ajena hay, sin la menor duda, muchas personas con
inclinación y capacidad para emprender, que se han dejado arrastrar por la
inercia circundante y por los bienintencionados consejos de sus mayores a alguna
actividad “segura y con futuro”, preferiblemente bajo el protector paraguas del
Estado… Hemos creado una sociedad decidida a ignorar que lo único seguro es el
cambio y que, como decía Heráclito, nadie
puede bañarse dos veces en el mismo río.
Por eso, en lugar de educar a los
jóvenes para que desarrollen al máximo sus talentos y confíen en su capacidad
para hacer frente a cualquier circunstancia, se les ha inducido a creer que con los estudios y el empleo
adecuados tienen garantizado un futuro plácido y sin sobresaltos. Lo que tal
vez fuera cierto en el “río” de nuestros padres (“estudia para abogado y
tendrás la vida asegurada”) definitivamente no es aplicable en las turbulentas
aguas del siglo XXI. En el ámbito iberoamericano, disponemos de unos sistemas
educativos obsoletos en los que la educación financiera para futuros emprendedores
roza lo anecdótico, y se moviliza casi exclusivamente gracias al impulso de autoridades
y docentes visionarios.
Con el desarrollo de la
agricultura y de la ganadería, la dieta humana cambió y la omnipresencia del
grupo 0 se vio compensada por la aparición de nuevos tipos sanguíneos. De
manera análoga, la adaptación de la especie a las cambiantes circunstancias
socio-laborales nos permite asistir en primera fila al nacimiento de un
interesante subgénero de la raza humana: los asalariados-mutantes-reconvertidos-en-emprendedores.
El inconveniente principal es
que, salvo honrosas excepciones, estos microempresarios tipo A no tienen ni la
más remota idea de cómo levantar un emprendimiento. Tal atributo no guarda relación
alguna con el nivel de estudios o la capacidad técnica de la persona: es
perfectamente posible ser un experto en determinada área de actividad y un
pésimo emprendedor, todo al mismo tiempo.
La Asociación Argentina para el
Desarrollo de la Pequeña y Mediana Empresa calcula que el 93% de los
emprendimientos no llega al segundo año de vida; en México, este porcentaje se
sitúa en el 75% y, en España, el 80% de las empresas desaparecen en los
primeros cinco años. Sin negar ni menospreciar la influencia de los factores
externos (contexto legal y económico restrictivo y/o intervencionista, altas
tasas impositivas, falta de programas eficaces de apoyo a las pymes, etc.), lo cierto
es que hay empresas que no sólo sobreviven, sino que prosperan en el mismo
entorno. En tales casos, la diferencia la marca la preparación del emprendedor
para abordar los diferentes aspectos que soportan el éxito de un proyecto: planificación
y gestión, análisis del mercado y estrategia de ventas, atención a las
necesidades de los clientes, adecuada
estructura de costes, etc. A todo esto deben sumarse otras destrezas y
cualidades, menos académicas pero igualmente importantes: liderazgo, confianza,
capacidad de comunicación… ¿Hemos dicho alguna vez que la formación para
emprendedores es una parte vital de la educación financiera? Sí, seguro que sí.
Muchos de nosotros conocemos a
profesionales valiosos que se estrellaron con su primer proyecto (gracias a una
absoluta carencia de cultura emprendedora) y quedaron con la autoestima tan
malherida que no volvieron a plantearse un segundo intento. Tengo un amigo que empleó
la cuantiosa indemnización recibida de
la empresa + varios préstamos de amigos y familiares + más un crédito bancario
en montar unas oficinas espectaculares con las que esperaba impresionar a sus
potenciales clientes. Para cuando estuvo en disposición de iniciar la
actividad, los costes fijos habían arrasado con todo su capital y tuvo que
malvender todo lo que había levantado hasta el momento.
Dentro de este tipo A de
emprendedores forzosos hay un colectivo que lo tiene aún más complicado: son
las poblaciones vulnerables que, por diversas circunstancias, viven al margen
de las estructuras socio-económicas formales, habitan en áreas deprimidas y se
enfrentan a severas restricciones en el acceso a los servicios básicos. Las
carencias formativas en estos grupos hacen prácticamente imposible su
incorporación al mercado laboral, por lo que sus opciones no van mucho más allá
del autoempleo o los emprendimientos de infrasubsistencia. Huelga decir que la
principal característica de tales proyectos es su casi absoluta falta de
viabilidad. Las microfinanzas constituyen una herramienta necesaria pero no
suficiente para ayudar a estas personas a salir del círculo de la pobreza: sin
una política de capacitación decidida y realista, los microcréditos pueden
llegar a perder gran parte de su potencial como instrumento de inclusión
social.
Conscientes de este hecho, los organismos multilaterales de cooperación
al desarrollo (BID, CAF, Banco Mundial, etc.) están apostando por la
realización de programas piloto que ayuden a definir la mejor forma de
proporcionar a los microemprendedores más vulnerables la formación que precisan...
asumiendo de partida que los cauces habituales de capacitación suelen resultar
insuficientes e ineficaces.
Dejamos para el final el emprendedor
del futuro, el B+. Tal vez no sean emprendedores de nacimiento y probablemente
en su día engrosaron las filas del grupo 0, pero se saben capaces de formarse y
desarrollar las habilidades necesarias y, sobre todo, se mantienen atentos a
las siempre cambiantes exigencias del entorno. Dan prioridad a las necesidades
de sus grupos de interés y valoran la ética y la sostenibilidad como aspectos
innegociables de su actividad.
El único inconveniente de los emprendedores B+ es su escasez: en la actualidad, este grupo no llega al 10% de la población occidental. Sin embargo, dado el instinto de supervivencia de nuestra especie, cabe esperar que las próximas mutaciones contribuyan a aumentar la incidencia de este grupo... y a conseguir un progreso más equitativo.
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