- Porque son incompatibles con la naturaleza humana.
- Porque no tienen en cuenta los códigos culturales y educativos que condicionan el comportamiento de las personas.
- Porque se basan en una concepción idealizada y teórica del entorno económico- financiero, sin tener en cuenta las complejas realidades que afrontan los ciudadanos.
- Todas las anteriores.
¿Alguien necesita pistas? Vamos a desarrollar un
poco más las alternativas planteadas. Como elemento de referencia, tomaremos el
mensaje institucional que suele difundirse en relación con este tema, al que de
forma un tanto humorística bautizaremos como SIR (Smart Individual
Retirement o Jubilación Personal Inteligente):
"Nunca es demasiado pronto para comenzar a preparar la jubilación. Cuanto más joven se empiece, menor será el esfuerzo financiero a lo largo de la vida: gracias a la magia del interés compuesto, el saludable hábito del ahorro sistemático permite acumular a lo largo del tiempo un capital significativo (basta con pequeñas cantidades, lo importante es la constancia). Además, las inversiones realizadas a plazos largos permiten asumir más riesgos (y, por lo tanto, obtener rentabilidades superiores) ya que los ocasionales ciclos descendentes quedan sobradamente compensados por las fases de subidas de los mercados. Calcule cuánto necesitará en la fecha estimada de su retiro para mantener la calidad de vida que desea, y planifique el ritmo de ahorro-inversión necesario para conseguirlo”
Estamos todos de acuerdo, ¿verdad? Veamos por qué
el SIR no termina de instalarse en la
mente occidental de nuestros días.
a)
Es
incompatible con la naturaleza humana.
Lo que queremos hoy NO es lo mismo que queremos
para mañana: es lo que en psicología se denomina el “sesgo del presente”. Nuestra
mente valora de forma más racional las situaciones futuras (¡claro que queremos
ahorrar y vivir una jubilación placentera!) que las que requieren una acción
inmediata.
Todos hemos experimentado cómo el momento presente
nos lleva a sobrevalorar los aspectos positivos o negativos de cualquier
elección: sabemos que la gratificación inmediata gana por goleada a los buenos
propósitos. ¿Fruta o chocolate? Bueno,
este es el chocolate de despedida, mañana empiezo a comer sano. ¿Ahorrar o comprar el último SmartPhone del
mercado? El mes que viene empiezo a ahorrar, pero esto me va a venir bien
para el trabajo, ¡uno no puede quedarse atrás!
¿Reconocemos el mecanismo mental? Bien, pues el
mensaje SIR no nos proporciona ninguna herramienta ni argumento para
contrarrestarlo. Por eso, aunque nuestra mente racional acepta y hasta aplaude
la idea de planificar nuestro futuro financiero, jamás encontramos el momento de ponerla en práctica.
El problema es que la inmensa mayoría de los
programas de educación financiera se diseñan con una perspectiva académica,
asumiendo que los destinatarios “verán la luz” con la mera exposición de un
conjunto de sensatas recomendaciones (al estilo de nuestro querido SIR). Rara
vez se tienen en cuenta los procesos psicológicos de motivación y toma de
decisiones, así como el elevado componente emocional de estas últimas. Como
resultado, tales mensajes apenas arañan la superficie de nuestra mente
consciente, antes de desaparecer por completo y ser sustituidos por propuestas,
informaciones y datos más recientes e infinitamente más tentadores.
La buena noticia es que no es imposible. Para
demostrarlo, recomendamos el artículo
Aprender de los errores de los
consumidores para ayudarles a tomar mejores decisiones, escrito por
expertos de la Carnegie Mellon University y de la Wharton School of Business.
En él se indica cómo los mismos mecanismos psicológicos que nos llevan a tomar
malas decisiones o nos mantienen atascados en conductas perjudiciales, pueden
ser aprovechados para diseñar programas que nos atraigan hacia otras opciones
más beneficiosas.
b)
No
tiene en cuenta los códigos culturales y educativos que determinan las
conductas y hábitos de las personas
Está estrechamente relacionado con lo anterior, en
la medida en que nuestra personalidad no sólo es producto de los instintos
humanos, sino también del condicionamiento recibido a través de la educación y
del entorno social.
Los patrones culturales y de consumo de cada
sociedad ejercen una fuerte presión sobre los comportamientos. Como ejemplo,
veamos dos creencias muy comunes que actúan con gran eficacia como resistencia
inconsciente contra el pobre SIR:
- El dinero y los buenos principios son incompatibles (= ¡Los que se preocupan por conseguir y acumular dinero son unos materialistas... o algo peor!)
- Cualquiera sabe dónde vamos a estar mañana, disfrutemos el presente (= ¡Todos a gastar!)
No deja de ser curioso: el dinero en sí mismo se
percibe como algo dañino, pero nos hemos dejado convencer por las presiones
comerciales de que el consumo compulsivo
contribuye a la generación y redistribución de la riqueza (perspectiva que
además encaja muy bien con nuestras inclinaciones a la gratificación). En
consecuencia, acumular bienes superfluos resulta mucho más aceptable que
acumular dinero… ¡Paradojas de nuestros tiempos!
Moraleja: Cualquier programa de educación
financiera que ignore la base del problema, esto es, las creencias
inconscientes sobre el dinero y los hábitos que generan, está condenado al
fracaso.
c) Se basa
en un entorno idealizado y teórico que tiene poco que ver con la realidad
Supongamos que el mensaje SIR se enriquece con
elementos que permiten superar los obstáculos indicados en los apartados
anteriores: ya tenemos a los ciudadanos concienciados sobre la necesidad de
asumir la responsabilidad de su futuro financiero, y hemos establecido
mecanismos que neutralizan sus oposiciones inconscientes y les motivan para
realizar una buena planificación financiera a largo plazo…
… y entonces nos damos de bruces con la realidad: ¿Por
dónde empezar? ¿Es posible orientarse entre la cada vez más compleja gama de
productos financieros? ¿Qué conocimientos básicos hacen falta para entender la
información que debe guiarnos en la toma de decisiones?
Llegamos así a la aproximación más académico-cognitiva
de la educación financiera: la que nos permite entender el contexto económico y
manejar los conceptos básicos para adoptar decisiones fundadas. De hecho, esos
son los temas que suelen saturar los contenidos de los programas formativos,
así que ¿por qué rebotan sin dejar huella en nuestras mentes, al margen de las
cuestiones psicológicas y conductuales que hemos comentado con anterioridad? Algunas
ideas:
-
El futuro de las pensiones es un tema
extremadamente sensible en algunos países, por lo que incluso los programas
públicos de educación financiera suelen tratarlo con poco entusiasmo: estimular
a los ciudadanos para que realicen sus propios cálculos y planes para el retiro
implica aceptar que el dinero público no podrá proveer la cobertura suficiente
para que todo el mundo viva una jubilación desahogada… ¡admisión que no siempre
resulta conveniente desde el punto de vista político!
-
Inseguridad jurídica y cambios en las
condiciones. Si se siguen las sugerencias del SIR, uno puede estar ahorrando para
la jubilación durante mucho, mucho tiempo. Tanto, que por el camino habrá
cambios políticos, económicos y financieros de todo tipo. Los planes de
pensiones privados pueden verse nacionalizados de la noche a la mañana (diluyendo
los ahorros individuales en una masa controlada por el Estado). Los incentivos
fiscales para los productos de ahorro-inversión destinados a cubrir la
jubilación pueden aparecer y desaparecer varias veces, según las necesidades de
financiación de las arcas públicas en cada momento. Etcétera, etcétera. Huelga
decir que este tipo de experiencias, cuando son muy radicales y/o frecuentes, no
contribuyen precisamente a fomentar en la sociedad una “mentalidad de ahorro a
largo plazo”.
-
La inflación, esa molesta compañera de viaje. Es
un elemento clave en cualquier decisión de inversión, y más aún cuando se habla
del largo plazo: incluso el mágico interés compuesto se ve matizado por los efectos
del aumento de precios. En épocas de tensiones inflacionistas, los ciudadanos
aprenden que sus ahorros pierden valor con gran rapidez y, entre un capital
futuro, remoto e incierto y un consumo inmediato y gratificante… ¡Bien, no
parece que el dilema sea muy complicado de resolver!
En resumen, la realidad financiera tiene la molesta
costumbre de no parecerse a lo que la teoría económica asegura que debería ser,
por lo que ni siquiera los incentivos racionales para el ahorro a largo plazo
pueden tratarse como algo objetivo e incuestionable.
Cerramos este artículo con un vídeo de Shlomo
Benartzi, que junto al profesor de la Universidad de Chicago Richard Thaler
creó hace 15 años el programa “Ahorrar más, mañana”, basado en incentivar el
ahorro para la jubilación teniendo en cuenta el sesgo del presente y los
motivos por los que a la gente le cuesta ahorrar. ¡Muy recomendable!
Ah, por si alguien tiene alguna
duda a estas alturas, la respuesta correcta al mini-test inicial es la d)
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