La crisis ha tenido la triste utilidad de poner de manifiesto muchas cosas: que las leyes no se han cumplido, que la ética empresarial de la industria bancaria es muy mejorable… y que las personas y las familias suelen tomar unas decisiones financieras tremendamente absurdas. ¿Por qué ocurre esto? La respuesta inmediata suele ser: “¡A la gente le falta información!”. Cielos, no. A la gente pueden faltarle muchas cosas, pero definitivamente la información no es una de ellas.
De hecho, en la era de Internet tenemos más información de la que podemos procesar, y los temas financieros no son una excepción: abundan los sitios educativos y divulgativos, con materiales de gran interés para todos los gustos y necesidades.
Por otra parte, en los últimos años infinitas leyes han justificado la relajación de los controles sobre mercados e intermediarios con el imaginativo argumento de que “la madurez de los sistemas financieros hace innecesario un seguimiento estricto de los agentes profesionales, por lo que basta con poner a disposición del público la información necesaria para que pueda tomar decisiones bien fundadas”. (¿En qué se supone que se manifestaba tal madurez? ¿En que estaban a punto de criar moho?). Como consecuencia, las entidades están obligadas a difundir urbi et orbi sus contratos, sus tarifas, los folletos descriptivos con las características de los productos, sus balances y cuentas de resultados, los posibles conflictos de interés, etcétera, etcétera. Lo cierto es que las instituciones financieras sí suelen respetar las normas sobre difusión de información en línea (en términos de cantidad, no siempre de calidad), por dos motivos: su incumplimiento se detecta de manera fácil y objetiva y, sobre todo… son conscientes de que la inmensa mayoría de los consumidores están tan perdidos que no van a hacer ningún uso de ella.
Los que siguen este blog con regularidad saben que somos bastante
aficionados a las preguntas tipo test, así que vamos a reformular nuestra duda
inicial: ¿Por qué las personas toman
decisiones financieras absurdas, aún cuando tienen a su alcance toda la
información necesaria para hacer otras elecciones más inteligentes?
a) Por vagancia
b) Porque les gusta vivir peligrosamente
c) Porque no tienen esperanza alguna de entenderla
d) Porque ni siquiera saben que tal información existe
En este caso, no hay una sola respuesta correcta: es posible encontrar
almas en cada uno de estos supuestos, que de todo hay en la viña del Señor. Los
de los grupos a) y b) son muy dueños de hacer lo que les venga en gana, y no
hay mucho que se pueda hacer al respecto. Pero los casos c) y d) son la razón
que impulsa nuestro trabajo: necesitan mejorar su cultura financiera.
Los legisladores y los gobiernos son perfectamente conscientes de esta
realidad: también abundan las leyes y programas públicos que reconocen que los
ciudadanos no cuentan con las destrezas necesarias manejar sus finanzas
personales de manera adecuada (lo que obviamente no es compatible con la tesis
de los mercados “maduros” y paradisíacos donde todos cuentan con “información
perfecta”).
Nos encontramos, por tanto, con que los consumidores son maduros o
ignorantes según sople el viento. Cabe pensar que las obligaciones de difusión
masiva que se imponen a las entidades no son tanto una medida para proteger a
los usuarios financieros como una excusa para eludir otro tipo de aproximaciones
más costosas y complejas, como una supervisión rigurosa o unos programas de
educación financiera ambiciosos y de amplio alcance. Es el equivalente moderno
al lavado de manos de Pilatos, paradigma del que aparenta cumplir con sus
responsabilidades mientras, en realidad, se dedica a mirar a otra parte. La sobredosis de información nunca puede
compensar la falta de formación.
Como remate, la mayor parte de esa información excesiva resulta además
inadecuada e indigesta para el común de los mortales. Hace algunos años, el
supervisor británico mantenía su programa público de educación financiera bajo
el lema No selling, no jargon, just the
facts (“Sin venta, sin jerga, sólo los hechos”), además de apostar por la
comunicación en plain English, el
lenguaje llano que todo el mundo puede entender.
Comparemos este enfoque con los documentos bancarios que la mayoría
tenemos a nuestra disposición: uso masivo de jerga jurídica y económica, letra microscópica,
redacción enrevesada y deliberadamente opaca, fórmulas matemáticas que hubieran
hecho las delicias de Einstein… Hace falta un grado inhumano de auto-disciplina
financiera para no caer en a) la vagancia; b) los comportamientos suicidas.
Es fácil imaginar la felicidad que han experimentado las entidades
financieras menos escrupulosas durante los últimos años: una clientela
ignorante y cautiva, incapaz de distinguir un producto de alto riesgo del
contrato de la luz ni aunque su vida dependiera de ello. En tal contexto, ¿qué
inconveniente puede haber en cumplir a rajatabla todas las obligaciones de
difusión masiva establecidas por los Pilatos de turno?
En resumen, la información financiera sólo resulta útil cuando es adecuada, clara y se dirige a personas capaces de interpretarla y usarla en la toma de decisiones. En contextos de baja cultura financiera, las tácticas de información masiva no son más que simbólicos lavatorios de manos.
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