El 15 de octubre, el empresario mexicano-japonés Carlos Kasuga Osaka ofreció en la Facultad de Económicas de la Universidad de Buenos Aires una de sus apasionadas (y apasionantes) conferencias sobre productividad y calidad empresarial.
Con una experiencia y unas habilidades comunicativas fuera de toda discusión, el señor Kasuga juega a desorientar con los títulos de sus presentaciones; si alguien espera recetas mágicas que expliquen su éxito al frente de Yakult, probablemente se verá sorprendido por el mensaje en el que condensa su filosofía: la prosperidad de una sociedad no se consigue con innovadoras propuestas de Management empresarial, sino proporcionando a los niños una educación formativa, basada en valores.
El empresario expuso la aparente paradoja de que un pequeño país como Japón se haya situado como una indiscutible potencia mundial, mientras naciones mucho más ricas en recursos naturales, como Argentina o México, no acaban de encontrar su camino hacia una prosperidad sostenible. ¿El secreto? Ciertas diferencias culturales que tienen su reflejo en los respectivos sistemas educativos, y que condicionan nuestra relación con el entorno desde los primeros años.
Como bien señaló el orador, la educación no es algo limitado a la escuela: la familia es tanto o más importante a la hora de transmitir los valores de compromiso, honestidad y generosidad que garantizan el éxito y el progreso. El señor Kasuga planteó también un interesante paralelismo entre la orientación religiosa y la actitud social: los fieles acuden a los templos cristianos para pedir algo a Dios, mientras que en el sintoísmo se realizan ofrendas a las divinidades. En el mundo de la empresa, explica el orador, esto se traduce en las diferentes actitudes frente al trabajo: en los países iberoamericanos los sindicatos elaboran listas de peticiones, mientras que en la cultura japonesa cada persona se pregunta qué puede ofrecer para mejorar los resultados obtenidos, dentro de sus posibilidades: “Hay que dar antes de recibir, el que más entrega es el que más gana al final”.
Una sólida formación ética crea ciudadanos comprometidos y profesionales valiosos, pero para educar futuros empresarios es necesario ir aún más allá. En este blog insistimos con frecuencia en que la cultura financiera tiene más alcance del que acostumbramos a suponer; por ejemplo, la formación emprendedora no consiste sólo en calcular ratios de financiación o puntos de equilibrio. Tales conocimientos son inútiles si no van acompañados de autoconfianza, creatividad e inagotables dosis de curiosidad. Por desgracia, el sistema escolar suele operar en sentido contrario; en lugar de animar a los niños a explorar, a confiar en sus posibilidades y a valorar los resultados indeseados como un aprendizaje (¡no como un fracaso!), tratamos de dirigirlos hacia la seguridad y los estándares que en cada momento se consideran socialmente aceptables. En tal sentido, recomendamos este artículo de Dolors Reig, en el que se analiza cómo la instrucción precoz juega en contra del desarrollo creativo e incluso cognitivo de los niños.
Hace algún tiempo que se analizan los impresionantes resultados educativos de Finlandia (no deja de resultar sorprendente que otros países no se animen a emularlo). De entrada, se requieren las calificaciones más elevadas y la superación de las más exigentes pruebas de acceso para ser profesor de Primaria, carrera que goza del máximo reconocimiento social: el maestro es el molde, por lo que se requiere un molde excelente para crear “copias” de gran calidad. En el mismo sentido y de manera igualmente gráfica se expresaba Carlos Kasuga: “si los maestros de Primaria ganan el salario mínimo, darán a la sociedad personas de salario mínimo”.
Sin duda se pueden alcanzar grandes metas cuando una educación centrada en la ética coincide en el espacio y en el tiempo con una generosa dotación de recursos naturales. Sin embargo, sólo la primera resulta verdaderamente imprescindible; como nos recuerdan los ejemplos de Japón y Finlandia, es un error pensar que las principales riquezas de un país son el petróleo, el cobre o la soja: el mayor tesoro nacional siempre son los niños.
La conferencia magistral del señor Kasuga “Productividad y calidad al estilo japonés aplicables a las empresas argentinas”, celebrada en la UBA, fue organizada por el Centro Nikkei Argentino, el Club de Negocios Argentino-Japonés y la Red de Emprendedores Nikkei.
No hay comentarios:
Publicar un comentario