Es posible identificar algunas similitudes
que podrían explicar las dificultades para aprovechar las posibilidades
transformadoras de las políticas de responsabilidad social y de las iniciativas
de educación financiera. Veamos algunas de ellas y cómo se relacionan entre sí:
Se trata de conceptos genéricos que pueden ser interpretados y aplicados de
formas muy diversas. Las posibilidades son tan amplias que en ocasiones lo
práctico se diluye entre los numerosos debates terminológicos o académicos. Cuando
comento que me dedico a la “educación financiera”, invariablemente tengo que
incluir una enumeración de ejemplos para aclarar a qué me refiero, y siempre me
quedo con la impresión de que no he conseguido transmitir por qué es tan
importante (salvo predisposición previa favorable por parte del interlocutor). Con
la RSE es aún más complicado: las posibilidades de actuación que ofrece el
término “social” son virtualmente infinitas.
En parte como consecuencia de lo
anterior, los potenciales (e
incuestionables) beneficios no son percibidos de manera intuitiva por
quienes deben llevar a la práctica una y otra, lo que obliga a los convencidos
y a los profesionales a una inacabable búsqueda de argumentos. ¿Cómo se tienta
a los consejos de administración de las empresas para que interioricen la
responsabilidad social en todos los niveles de la organización? ¿Cómo se persuade
a los individuos de que no pueden abandonar a la inercia las decisiones sobre
sus recursos financieros? ¿Por qué resulta tan complicado transmitir a empresas
e individuos que asumir las
responsabilidades que les corresponden es esencialmente beneficioso para ellos?
¿Cómo se contrarrestan hábitos y creencias profundamente arraigados, tanto en
el tejido corporativo como en los comportamientos individuales?
Estas cuestiones nos llevan a otra
de las grandes similitudes: el mal
enfoque de la comunicación y la difusión. A los que nos dedicamos a la
responsabilidad social y/o a la educación financiera nos cuesta encontrar
argumentos eficaces porque la necesidad de ambas nos parece evidente y fruto
del sentido común. Más nos vale asumir de una vez por todas que no es así. Si
nuestro objetivo es modificar comportamientos (ya sea de empresas o de
personas) hay que encontrar el interruptor adecuado para activar los cambios en
cada caso.
Cuando nos dirigimos a las personas, los argumentos puramente racionales no bastan: es necesario encontrar esa “tecla
emocional” que conmueve y moviliza de forma casi inconsciente. La publicidad
nos ofrece innumerables ejemplos. ¿Cómo es posible que algunas compañías que no
ofrecen nada especialmente útil ni intrínsecamente positivo tengan tanto éxito
en sus ventas? Porque sus comunicaciones apelan a los sentimientos y a las
emociones, no a la razón. Esto es algo muy obvio (el ABC del marketing) para
las empresas que venden hamburguesas, tabaco o potentes automóviles a los que
las normas de tráfico jamás permitirán circular a la velocidad que pueden
llegar a alcanzar. Sin embargo, al parecer no es tan evidente para quienes ofrecemos
programas de educación financiera: los interminables sermones y ejemplos
numéricos sobre la necesidad de controlar ingresos y gastos no van a conseguir
nada por sí mismos, mientras no consigamos conectarlos con los deseos,
motivaciones y anhelos reales de las personas.
Por el contrario, y con una
persistencia digna de mejor causa, nos empeñamos en tratar de convencer a las
empresas y a quienes las dirigen, que por puro instinto de supervivencia trabajan
para que las cuentas cuadren con beneficios, de que se comporten de forma ética
y generosa. Así que mucho me temo que, en general y salvo honrosas excepciones,
estamos apretando de forma sistemática
el interruptor equivocado: utilizamos los números para tratar de convencer a
las personas y las emociones para intentar persuadir a las empresas. ¿No seríamos
más eficaces en nuestra labor si lo hiciéramos al revés? Este es el momento de
mencionar que la mayor parte del trabajo ya está hecha: respetados expertos han
demostrado con cifras y datos objetivos que el progreso social y la protección
del entorno son definitivamente beneficiosos para los resultados empresariales.
Por mi parte, ¡no pienso volver a utilizar un solo número en mis próximas presentaciones sobre cambio y mejora de los hábitos financieros personales!
No hay comentarios:
Publicar un comentario