El pasado martes tuvimos el placer de participar en un evento
sobre “Responsabilidad Social y Cultura”, organizado en Buenos Aires por
Impacta Cultura y por el Instituto Formación Técnico Superior nº 12 de la
C.A.B.A.
Uno de los objetivos de la jornada era vincular las
diferentes acepciones de la cultura con las acciones emprendidas por entidades
públicas y privadas para la promoción de una sociedad más equitativa y
sostenible. Nuestro enfoque consistió en resaltar las graves consecuencias
individuales y sociales de la falta de cultura financiera, así como los efectos
de una mala gestión de la economía personal sobre la salud y el bienestar.
En las épocas de bonanza económica, las sociedades
occidentales acostumbran a sus ciudadanos a un ritmo creciente de endeudamiento
y consumo. El aumento de los ingresos se percibe como una mejora del propio
estatus, lo que de forma casi automática conduce a un inmediato (y superior) aumento de los gastos. Son
muy pocos los que se paran a cuestionar si esos logros materiales se ajustan en
realidad a sus objetivos personales y profesionales, por lo que la vida se convierte,
para la mayoría, en la interminable carrera del hámster en la rueda.
No parece muy envidiable la existencia del hámster, sin llegar
a ninguna parte por mucho que se esfuerce. Suena deprimente y lo es. Frustración,
depresión, ansiedad, estrés, enfermedades coronarias, malos hábitos
alimenticios y falta de ejercicio son consecuencias directas de un estilo de
vida en el que las obligaciones adquiridas terminan siendo superiores a las
recompensas emocionales. En julio de este año se publicó en el Reino Unido un
estudio del Instituto para la Investigación Económica y Social de la
Universidad de Essex, titulado “Cultura financiera, ingresos y bienestar
psicológico”, en el que se define “cultura financiera” como la habilidad de una
persona para gestionar su dinero y controlar sus finanzas. Como conclusión
principal, el Dr. Mark Taylor, director del estudio, señala que “mejorar las destrezas
para manejar las propias finanzas tendría efectos sustanciales en las enfermedades
relacionadas con el estrés y sus consecuencias, y por lo tanto aportaría
beneficios duraderos tanto para el individuo como para la economía en su
conjunto”.
Una vez establecida esta relación, es fácil suponer que una crisis
como la que se está viviendo tiende a empeorar los efectos de la falta de
cultura financiera, porque el habitual esfuerzo ya no se ve acompañado de
compensaciones más o menos predecibles: los años de crecimiento y bienestar
económico en las economías occidentales han disminuido nuestra capacidad para gestionar
la incertidumbre. El deterioro de las expectativas ha sorprendido a muchas
familias en situaciones graves de sobreendeudamiento, o sin los recursos
necesarios para hacer frente a imprevistos como el desempleo o la disminución
de ingresos.
Según las estadísticas, en los dos últimos años las consultas a
psiquiatras y psicólogos han aumentado en España en torno a un 50%. Julio
Bobes, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, explica que
“desde el punto de vista clínico cada vez es más frecuente ver casos
relacionados con la situación económica actual. Se trata de un trastorno de
carácter adaptativo como consecuencia de haber organizado proyectos en base a una situación que no se pensaba que se iba a
modificar”.
La mayoría de los acontecimientos económicos que nos rodean escapan
por completo a nuestro control. Sin embargo, esto no significa que nos
encontremos indefensos o que no dispongamos de alternativas. El desafío está en
quitar el piloto automático a nuestros comportamientos económicos y llevarlos
al terreno de las decisiones conscientes. Reflexionar sobre nuestras pautas
cotidianas de ahorro y consumo puede ayudarnos a realizar pequeños ajustes que
nos eviten la “muerte financiera”, tan
bien ilustrada por la viñeta publicada en El Nuevo Día, de Colombia. Las buenas
noticias son que aún podemos utilizar la crisis como desfibrilador para revivir
nuestro “músculo económico”.
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