La disminución del horario laboral es beneficiosa para los individuos,
para el planeta y para la economía. Es la tesis central del trabajo de Juliet
Schor, profesora de sociología del Boston College y autora de varios
best-sellers sobre consumo y economía sostenible.
En su artículo “Menos trabajo, más vida” señala que los individuos con más tiempo libre no solo pueden atender otro tipo
de aspiraciones personales y mejorar su calidad de vida sino que, al ganar
menos, se acostumbran a gastar menos (y de manera más responsable) con la
consiguiente disminución de impactos sobre el medio ambiente. Diversos estudios
realizados en países europeos muestran que las familias que dedican más horas
al trabajo compensan la escasez de tiempo libre con un mayor gasto en vivienda
(casas más grandes con más electrodomésticos), transporte (a mayor jornada
laboral, menor uso de transporte público), restaurantes y comida preparada. Es
decir, consumen de forma menos saludable para ellos y menos sostenible para el planeta. Y, por
último pero no menos importante, desde una perspectiva macroeconómica la
reducción de la jornada laboral constituye una estrategia de apoyo en la lucha contra el
desempleo.
Estos planteamientos tienen como objetivo concienciar al público estadounidense,
acostumbrado a interminables jornadas laborales. Sin embargo, Europa no presenta
un escenario homogéneo. Los datos indican que los trabajadores del sur de
Europa (pensemos en España, por ejemplo) trabajan muchas más horas y son
menos productivos que los del norte… ¿O no? La trampa está en la expresión “trabajan
muchas más horas”. En realidad, lo que sí hacen es pasar mucho más tiempo en
los centros de trabajo, en respuesta a una política generalizada de “calentamiento
de silla”, a la que todavía son adeptos un gran número de directivos.
Lo cierto es que, a pesar de las arrolladoras evidencias que existen en
contra de la racionalidad y eficacia de tal enfoque, muchas empresas siguen valorando
de forma positiva la presencia física de los empleados fuera de su horario de
trabajo (de manera rutinaria y sin remuneración adicional, por supuesto). Se
crean así entornos laborales opresivos, en los que cumplir el horario a
rajatabla se considera una muestra de desinterés y falta de compromiso. ¡Adiós a la
valoración del rendimiento por objetivos!
Y lo peor es que esas larguísimas jornadas ni siquiera sirven para
cubrir las apariencias. En este vídeo, que ha circulado a lo largo y ancho de
Internet, un programa sueco se mofa sin recato de “la gente más trabajadora de
Europa”.
Puede que cambiar el estilo y la cultura directiva de todo un país no
sea tarea fácil, pero existen soluciones expeditivas para acelerar el proceso. En
algunas empresas punteras de Alemania, al finalizar la jornada se apagan las
luces de las oficinas. Sin necesidad de grandes estrategias ni de informes de
actividad, resulta un ejercicio práctico y útil de responsabilidad social: la
empresa ahorra energía y los empleados saben que hay una frontera clara entre sus
obligaciones laborales y su vida privada.
Recientemente, Volkswagen anunció que los teléfonos inteligentes de
sus empleados quedarán inhabilitados para recibir mensajes fuera de la jornada
laboral, ya que considera una intromisión en su espacio personal esperar que
estén permanentemente localizables. Cuando lo leí recordé el caso reciente de
una colega, a la que su empresa “premió” con una BlackBerry con la condición de
que estuviera disponible las veinticuatro horas del día. Lo peor del caso es que ella lo percibía como algo natural, dado su nivel intermedio de responsabilidad… En el fondo, sospecho que estaba bastante orgullosa de tal imposición.
Parece que entre España y Alemania aún hay demasiados kilómetros de
distancia.
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