jueves, 27 de marzo de 2014

El deporte y las finanzas de élite perjudican la salud

Las compañías de seguros tienen muy claro quiénes van a pagar las primas más elevadas al contratar un seguro de vida: empleados de líneas aéreas, militares, policías, mineros, bomberos, pilotos de carreras… En suma, todos aquellos cuya actividad laboral pone en riesgo su vida o su salud. A tenor de la ola de adicciones, enfermedades y suicidios de los últimos tiempos, tal vez debieran incluir en su catálogo de ocupaciones de altísimo riesgo otra profesión muy perjudicial para la integridad física y mental: ejecutivo del sector financiero.

En esta vida, todo es cuestión de proporción. Incluso las actividades más saludables y beneficiosas acaban resultando dañinas llevadas al exceso, lo cual suele ocurrir cuando dejan de ser un medio para lograr algo positivo y se convierten en un fin en sí mismas. Esa falta de propósito superior es la que hace aflorar los peligros en el deporte… y en las finanzas.

No cabe duda de que el ejercicio físico es beneficioso para la salud: mantiene el tono muscular y el ritmo cardiaco, previene enfermedades, mejora el estado de ánimo, etcétera, etcétera. Sin embargo, los deportistas de élite, esos que vemos por televisión compitiendo en los Juegos Olímpicos y en los campeonatos mundiales… ¡están siempre lesionados y achacosos! Muchos terminan arrastrando de por vida secuelas, más o menos graves, como recuerdo de su dedicación al deporte de alto rendimiento.

Por obra y gracia de la ultraprofesionalización, algo que en dosis razonables es sanísimo (el ejercicio físico) se transforma en una fuente de estrés, enfermedad y dolor: nuestras frágiles envolturas humanas no están diseñadas para semejante sobreesfuerzo. El deporte de élite casi nunca reporta bienestar, pero sí jugosos contratos publicitarios, reconocimiento social y la efímera satisfacción personal de ganar un campeonato o batir algún récord, para los más lesionados... digo, destacados.

¿Se va captando ya la metafórica relación del medallero olímpico con las altas finanzas? Podríamos decir que el ejercicio físico es al deporte profesional lo que la educación financiera a las altas finanzas. La primera parte de la ecuación es saludable y está al alcance de todos. La segunda requiere una especialización extrema y es cualquier cosa, excepto saludable.

¿Cómo puede ser peligroso un trabajo de oficina que consiste en mover dinero de un lado a otro? Bien pensado, lo cierto es que el dinero no se mueve de sitio, porque en general ni siquiera existe. Reformulemos la pregunta: ¿cómo puede ser peligroso un trabajo de oficina que consiste en hacer apuntes contables virtuales que, supuestamente, representan cantidades de dinero moviéndose de un lado a otro? ¿Verdad que suena como un videojuego? Nada tangible ni material, ninguna conexión con el mundo físico.

¡Al fin hemos desvelado el gran secreto! Las altas finanzas son un videojuego en el que pasar a un nivel superior no significa conseguir más cerezas, sino bonus anuales cada vez más  galácticos. Como ocurre a menudo con los videojuegos, la acumulación de puntos-bonus puede resultar altamente adictiva.

Ese proceso de adicción al juego financiero queda impecablemente reflejado en el  testimonio de Sam Polk, “Por amor al dinero”, publicado en el New York Times. Relata cómo consiguió superar una adicción juvenil al alcohol y las drogas para terminar sus estudios universitarios y ocupar uno de los puestos más valorados en Wall Street: trader de Credit Default Swaps (permutas de incumplimientos crediticios, uno de esos engendros financieros que se presentaron como una solución para algo y acabaron convirtiéndose en parte del problema). Algunos pasajes resultan especialmente esclarecedores: 
“Es asombroso pensar que, en el transcurso de sólo cinco años, había pasado de estar entusiasmado por mi primer bonus – 40.000 dólares – a sentirme decepcionado cuando me pagaron un bonus de “sólo” 1,5 millones de dólares. (…) A pesar de ello, seguía impresionado por mi progreso. El psicólogo no compartía mi euforia. Decía que yo estaba usando el dinero del mismo modo que antes las drogas y el alcohol, para sentirme poderoso. (…) Al final, fueron mis absurdamente ricos jefes los que me abrieron los ojos. Estaba en una reunión con uno de ellos y otros traders cuando empezaron a hablar de la nueva regulación de los hedge-funds. Casi todo el mundo en Wall Street pensaba que era una mala idea. Pero, ¿no es mejor para el sistema?,  pregunté. La habitación se quedó en silencio y mi jefe me fulminó con la mirada. No tengo capacidad cerebral para pensar en el sistema como un todo, respondió. Todo lo que me importa es cómo va a afectar esto a nuestra compañía
(…) Desde ese momento, empecé a ver Wall Street con otros ojos. Noté el vitriolo que lanzaban los traders al gobierno por limitar los bonus después de la crisis. Oí la furia en sus voces ante la mención de subidas de impuestos. Los traders despreciaban cualquier cosa o a cualquier persona que amenazara sus bonus. ¿Han visto alguna vez un drogadicto cuando necesita una dosis? Hará cualquier cosa – caminar 20 millas en la nieve, robar a su abuela – para conseguirla. Así era Wall Street. En los meses previos al reparto de los bonus, la planta de los traders empezaba a parecer un vecindario de la serie The Wire cuando se les ha terminado la heroína”.

Puede que algunos de los paralelismos entre los deportistas de élite y los ejecutivos dedicados a las altas finanzas sean válidos: el constante afán de superación, la ambición competitiva para lograr más reconocimiento, más poder, más premios, más dinero… Sin embargo, hay una diferencia esencial que pone fin a la metáfora: el deportista que va más allá de los límites de su cuerpo y de su mente sólo se perjudica a sí mismo; los ejecutivos que manejan el sistema financiero como si fuera un videojuego nos perjudican a todos. ¿Son simples desalmados sin el menor atisbo de ética o, pobrecillos, sólo son víctimas de una adicción como cualquier otra… que termina por convertirlos en desalmados sin el menor atisbo de ética?

Polk confiesa en su artículo que, incluso después de haber comprendido que tanto él como sus colegas eran auténticos adictos a la riqueza, todavía tardó algún tiempo en abandonar Wall Street: sentía un terror irracional a perder su estatus y quedarse sin dinero. La visión que ofrece del problema y de sus consecuencias no puede ser más descarnada:
 “La adicción a la riqueza fue descrita por el difunto sociólogo y dramaturgo Philip Slater en un libro de 1980, pero los investigadores han prestado poca atención al concepto. Igual que los alcohólicos que conducen bebidos, los adictos a la riqueza ponen en peligro a todo el mundo. (…) Ellos son los responsables de la tóxica y vasta disparidad entre los ricos y los pobres y de la aniquilación de la clase media. Sólo un adicto a la riqueza puede ver justificado recibir una compensación de 14 millones de dólares – incluyendo un bonus de 8,5 millones – como hizo en 2012 el CEO de McDonald’s, Don Thompson, mientras su compañía publicaba un folleto para explicar a los empleados cómo sobrevivir con sus bajos salarios. Sólo un adicto a la riqueza ganaría cientos de millones como manager de un hedge fund, y después presionaría para mantener una laguna fiscal que le permite aplicarse un tipo impositivo menor que el de su secretaria”.

Polk consiguió reaccionar a tiempo. Finalmente abandonó el Olimpo financiero y se recicló como impulsor de una organización sin fines de lucro que promueve una alimentación y un estilo de vida más saludables (Groceryships). Otros no han tenido tanta suerte, según parece indicar la epidemia de suicidios y muertes repentinas de altos ejecutivos financieros que aparecen con cierta frecuencia en los medios de comunicación. ¿Casualidad o consecuencia de una actividad profesional psicológicamente insostenible? ¿Qué opinan nuestros lectores?

Finalizamos con un par de recomendaciones relacionadas con este tema: la película Margin Call (que reproduce con espeluznante realismo lo que probablemente fueron los momentos previos al inicio “oficial” de la crisis financiera) y la reseña de Victoria González Quintana en nuestra newsletter sobre el libro de El Roto “Viñetas para una crisis”.



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