jueves, 27 de marzo de 2014

El deporte y las finanzas de élite perjudican la salud

Las compañías de seguros tienen muy claro quiénes van a pagar las primas más elevadas al contratar un seguro de vida: empleados de líneas aéreas, militares, policías, mineros, bomberos, pilotos de carreras… En suma, todos aquellos cuya actividad laboral pone en riesgo su vida o su salud. A tenor de la ola de adicciones, enfermedades y suicidios de los últimos tiempos, tal vez debieran incluir en su catálogo de ocupaciones de altísimo riesgo otra profesión muy perjudicial para la integridad física y mental: ejecutivo del sector financiero.

En esta vida, todo es cuestión de proporción. Incluso las actividades más saludables y beneficiosas acaban resultando dañinas llevadas al exceso, lo cual suele ocurrir cuando dejan de ser un medio para lograr algo positivo y se convierten en un fin en sí mismas. Esa falta de propósito superior es la que hace aflorar los peligros en el deporte… y en las finanzas.

No cabe duda de que el ejercicio físico es beneficioso para la salud: mantiene el tono muscular y el ritmo cardiaco, previene enfermedades, mejora el estado de ánimo, etcétera, etcétera. Sin embargo, los deportistas de élite, esos que vemos por televisión compitiendo en los Juegos Olímpicos y en los campeonatos mundiales… ¡están siempre lesionados y achacosos! Muchos terminan arrastrando de por vida secuelas, más o menos graves, como recuerdo de su dedicación al deporte de alto rendimiento.

Por obra y gracia de la ultraprofesionalización, algo que en dosis razonables es sanísimo (el ejercicio físico) se transforma en una fuente de estrés, enfermedad y dolor: nuestras frágiles envolturas humanas no están diseñadas para semejante sobreesfuerzo. El deporte de élite casi nunca reporta bienestar, pero sí jugosos contratos publicitarios, reconocimiento social y la efímera satisfacción personal de ganar un campeonato o batir algún récord, para los más lesionados... digo, destacados.

¿Se va captando ya la metafórica relación del medallero olímpico con las altas finanzas? Podríamos decir que el ejercicio físico es al deporte profesional lo que la educación financiera a las altas finanzas. La primera parte de la ecuación es saludable y está al alcance de todos. La segunda requiere una especialización extrema y es cualquier cosa, excepto saludable.

¿Cómo puede ser peligroso un trabajo de oficina que consiste en mover dinero de un lado a otro? Bien pensado, lo cierto es que el dinero no se mueve de sitio, porque en general ni siquiera existe. Reformulemos la pregunta: ¿cómo puede ser peligroso un trabajo de oficina que consiste en hacer apuntes contables virtuales que, supuestamente, representan cantidades de dinero moviéndose de un lado a otro? ¿Verdad que suena como un videojuego? Nada tangible ni material, ninguna conexión con el mundo físico.

¡Al fin hemos desvelado el gran secreto! Las altas finanzas son un videojuego en el que pasar a un nivel superior no significa conseguir más cerezas, sino bonus anuales cada vez más  galácticos. Como ocurre a menudo con los videojuegos, la acumulación de puntos-bonus puede resultar altamente adictiva.

Ese proceso de adicción al juego financiero queda impecablemente reflejado en el  testimonio de Sam Polk, “Por amor al dinero”, publicado en el New York Times. Relata cómo consiguió superar una adicción juvenil al alcohol y las drogas para terminar sus estudios universitarios y ocupar uno de los puestos más valorados en Wall Street: trader de Credit Default Swaps (permutas de incumplimientos crediticios, uno de esos engendros financieros que se presentaron como una solución para algo y acabaron convirtiéndose en parte del problema). Algunos pasajes resultan especialmente esclarecedores: 
“Es asombroso pensar que, en el transcurso de sólo cinco años, había pasado de estar entusiasmado por mi primer bonus – 40.000 dólares – a sentirme decepcionado cuando me pagaron un bonus de “sólo” 1,5 millones de dólares. (…) A pesar de ello, seguía impresionado por mi progreso. El psicólogo no compartía mi euforia. Decía que yo estaba usando el dinero del mismo modo que antes las drogas y el alcohol, para sentirme poderoso. (…) Al final, fueron mis absurdamente ricos jefes los que me abrieron los ojos. Estaba en una reunión con uno de ellos y otros traders cuando empezaron a hablar de la nueva regulación de los hedge-funds. Casi todo el mundo en Wall Street pensaba que era una mala idea. Pero, ¿no es mejor para el sistema?,  pregunté. La habitación se quedó en silencio y mi jefe me fulminó con la mirada. No tengo capacidad cerebral para pensar en el sistema como un todo, respondió. Todo lo que me importa es cómo va a afectar esto a nuestra compañía
(…) Desde ese momento, empecé a ver Wall Street con otros ojos. Noté el vitriolo que lanzaban los traders al gobierno por limitar los bonus después de la crisis. Oí la furia en sus voces ante la mención de subidas de impuestos. Los traders despreciaban cualquier cosa o a cualquier persona que amenazara sus bonus. ¿Han visto alguna vez un drogadicto cuando necesita una dosis? Hará cualquier cosa – caminar 20 millas en la nieve, robar a su abuela – para conseguirla. Así era Wall Street. En los meses previos al reparto de los bonus, la planta de los traders empezaba a parecer un vecindario de la serie The Wire cuando se les ha terminado la heroína”.

Puede que algunos de los paralelismos entre los deportistas de élite y los ejecutivos dedicados a las altas finanzas sean válidos: el constante afán de superación, la ambición competitiva para lograr más reconocimiento, más poder, más premios, más dinero… Sin embargo, hay una diferencia esencial que pone fin a la metáfora: el deportista que va más allá de los límites de su cuerpo y de su mente sólo se perjudica a sí mismo; los ejecutivos que manejan el sistema financiero como si fuera un videojuego nos perjudican a todos. ¿Son simples desalmados sin el menor atisbo de ética o, pobrecillos, sólo son víctimas de una adicción como cualquier otra… que termina por convertirlos en desalmados sin el menor atisbo de ética?

Polk confiesa en su artículo que, incluso después de haber comprendido que tanto él como sus colegas eran auténticos adictos a la riqueza, todavía tardó algún tiempo en abandonar Wall Street: sentía un terror irracional a perder su estatus y quedarse sin dinero. La visión que ofrece del problema y de sus consecuencias no puede ser más descarnada:
 “La adicción a la riqueza fue descrita por el difunto sociólogo y dramaturgo Philip Slater en un libro de 1980, pero los investigadores han prestado poca atención al concepto. Igual que los alcohólicos que conducen bebidos, los adictos a la riqueza ponen en peligro a todo el mundo. (…) Ellos son los responsables de la tóxica y vasta disparidad entre los ricos y los pobres y de la aniquilación de la clase media. Sólo un adicto a la riqueza puede ver justificado recibir una compensación de 14 millones de dólares – incluyendo un bonus de 8,5 millones – como hizo en 2012 el CEO de McDonald’s, Don Thompson, mientras su compañía publicaba un folleto para explicar a los empleados cómo sobrevivir con sus bajos salarios. Sólo un adicto a la riqueza ganaría cientos de millones como manager de un hedge fund, y después presionaría para mantener una laguna fiscal que le permite aplicarse un tipo impositivo menor que el de su secretaria”.

Polk consiguió reaccionar a tiempo. Finalmente abandonó el Olimpo financiero y se recicló como impulsor de una organización sin fines de lucro que promueve una alimentación y un estilo de vida más saludables (Groceryships). Otros no han tenido tanta suerte, según parece indicar la epidemia de suicidios y muertes repentinas de altos ejecutivos financieros que aparecen con cierta frecuencia en los medios de comunicación. ¿Casualidad o consecuencia de una actividad profesional psicológicamente insostenible? ¿Qué opinan nuestros lectores?

Finalizamos con un par de recomendaciones relacionadas con este tema: la película Margin Call (que reproduce con espeluznante realismo lo que probablemente fueron los momentos previos al inicio “oficial” de la crisis financiera) y la reseña de Victoria González Quintana en nuestra newsletter sobre el libro de El Roto “Viñetas para una crisis”.



martes, 25 de febrero de 2014

La educación financiera como estrategia para culpar a las víctimas

Imagina que entras en un comercio y, a la hora de pagar, compruebas con horror que te han robado la billetera. ¡Ni siquiera te has dado cuenta! Acudes a la comisaría más cercana para denunciarlo y un policía te sermonea con tono virtuoso: “¿Está usted seguro de que ha protegido su dinero con la debida diligencia?”. Tú protestas débilmente: “Claro que sí… ¡Pero es que no noté nada sospechoso!”.

El policía frunce el ceño: “Verá, los carteristas no van con un letrero en la frente avisando de que van a robarle. ¡Es usted el que debe mantenerse alerta en todo momento! Además, los que trabajan en esta zona son especialmente habilidosos”. Confundido, intentas aclarar la situación: “¿Es que saben quiénes son? ¿Y por qué no los detienen?”. “Bueno, cada uno se gana la vida como puede”, responde el policía encogiéndose de hombros. “Además, los amigos de lo ajeno desempeñan una importante función social, ya que ayudan a mover el dinero de un lado a otro. Sin embargo, hemos desarrollado un amplio catálogo de cursos para facilitar la autoprotección de los ciudadanos: defensa personal y artes marciales, reconocimiento facial de actitudes amenazadoras… Ah, y uno magnífico que vamos a incluir en el curriculum escolar, porque estas cosas conviene aprenderlas cuanto antes: Escondrijos creativos en tu ropa interior para billetes y tarjetas”.    
El actual enfoque de la educación financiera es como ese catálogo surrealista de cursos de autoprotección: una forma de aparentar que se hace algo, desviando la responsabilidad desde los causantes a las víctimas. 

Aunque por fortuna el mensaje va evolucionando, todavía hay representantes de la industria y de los supervisores financieros que argumentan igual que el virtuoso policía de la historia: “no podemos ignorar la responsabilidad personal de los propios consumidores en la gestación y agravamiento de la crisis”. Traducido: las cosas no estarían tan mal si la gente hubiera leído lo que firma, entendido lo que contrata y ahorrado su dinero para el futuro, en lugar de endeudarse para comprar inmuebles sobrevalorados. Pues sí. Pero no.

Puesto que en tiempos no muy lejanos yo también sostuve ese mensaje institucional, entiendo la motivación subyacente: todos necesitamos creer que lo que estamos haciendo tiene alguna utilidad, ante la evidencia de que la verdadera raíz de los problemas está mucho más allá de nuestro modesto ámbito de influencia. Conseguir que los reguladores promuevan y que la industria acepte los cambios estructurales necesarios para mejorar el diseño, la comercialización y la venta de los productos financieros parece tan, tan, pero tan complicado, que preferimos dedicarnos a desarrollar compulsivamente cursos, portales y recursos educativos para los clientes. Como nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato, ¡enseñemos a los ratones a evitar los zarpazos! El problema es que la moraleja asociada a esta perspectiva es particularmente cruel: Si los ratones acaban devorados… ¡culpa suya, por no haber seguido nuestros sabios consejos con más aplicación! (Para los que no conozcan la expresión “ponerle el cascabel al gato”, incluyo el cuento del que procede).

Lo más triste del caso es que, excluyendo la moraleja, el planteamiento tiene cierto sentido: mientras libramos nuestra heroica batalla contra el statu quo para mejorar el contexto en el cual tomamos nuestras decisiones, no es descabellado promover un mejor conocimiento del entorno financiero, como herramienta de autoprotección.

Llegados a este humilde punto de consenso, ¿cómo conseguimos que el público adquiera esas habilidades de “defensa financiera personal”? De cualquier forma… que no sea la actual. Para que nadie pueda acusarme de exceso de sutileza, lo diré aún más claro: la mayor parte de la educación financiera que se ofrece hoy día no vale absolutamente para nada. Estamos enfocando mal el problema, tanto en el fondo como en la forma.

La educación financiera y la educación sexual

Sostener opiniones tan alejadas de la autocomplaciente línea oficial produce una gran sensación de soledad, por lo que me sentí muy feliz cuando descubrí este artículo de Helaine Olen, cuyo inequívoco título ya anticipa el contenido: La cruzada para mejorar la cultura financiera en América es un fracaso y una farsa. Está claro que la sutileza tampoco es lo suyo. ¡Un alma gemela!

Para poner cara al fracaso, cuenta el caso real de Dave Cannon, un joven que tuvo la suerte de disponer de sesiones de educación financiera en sus años de formación. Ya adulto, lucha como puede para devolver sus préstamos de estudios y la enorme bola de nieve de su tarjeta de crédito. En sus propias palabras, sus clases sobre economía personal fueron “un borrón”. La explicación es harto sencilla: “Cuando estábamos estudiando, nos limitábamos a sobrevivir. No había muchas posibilidades de usar los principios financieros”. Así que los olvidó más o menos inmediatamente.

El protagonista de la historia no es un caso excepcional: lo normal es que la educación financiera recibida en la escuela pase por las jóvenes mentes en formación sin dejar ni la más mínima huella. Mientras en Europa y Latinoamérica creemos estar inventando la rueda con los proyectos para incluir la educación financiera en el curriculum escolar, en Estados Unidos ya disponen de investigaciones que prueban el insignificante impacto de tales iniciativas en el mundo real.

Citando de nuevo a Helaine Olen: “Creciente, resonante evidencia  muestra que la educación financiera no funciona. La experiencia de Dave Cannon no es la excepción, sino la regla. Tenemos la idea de que, si enseñamos a los niños buenos hábitos, los usarán. Pero eso no es verdad”, explica John Lynch, un especialista en psicología del consumo de la Leeds School of Business de la Universidad de Colorado. No todos los comportamientos están gobernados por las intenciones racionales. “Un chico en el asiento trasero de un coche”, dice Lynch, “no se acuerda de las clases de educación sexual.

… Y más investigaciones que no queremos conocer

Olen menciona el estudio Capacitación financiera, educación financiera y comportamientos financieros a favor de la corriente, de John Lynch, Daniel Fernandes y Richard Netemeyer, que analiza los resultados de más de 200 programas de educación financiera, teniendo en cuenta los antecedentes familiares y los rasgos de personalidad de los sujetos. La conclusión es que "la educación financiera tiene un efecto inapreciable en el comportamiento y las decisiones financieras subsecuentes. En los 20 meses siguientes, casi todas las personas que recibieron clases de capacitación financiera olvidaron todo lo que habían aprendido"

"Estas conclusiones confirman los resultados de otro estudio reciente, realizado por los economistas Shawn Cole, de la Harvard Business School, Anna Paulson de la Reserva Federal de Chicago y Gauri Kartini Shastry de Wellesley College, sobre la eficacia de las leyes estatales que obligan a impartir educación financiera en las escuelas. Su conclusión es que los 'mandatos estatales para que los estudiantes de Secundaria tomen cursos de finanzas personales no tienen efecto en sus comportamientos de ahorro e inversión'.

Otro estudio, de 2009, evaluó la capacidad financiera de jóvenes recién graduados de la Secundaria que habían tomado un curso altamente recomendado de finanzas personales. No lo hicieron mejor que los graduados que no habían recibido el curso. Uno de los autores del estudio, el economista Lewis Mandell, es también uno de los fundadores del moderno movimiento a favor de la capacitación financiera, pero la evidencia le ha llevado a dar la espalda al paradigma predominante. 'La educación financiera no funciona cuando se da con antelación al momento en que el consumidor la necesita', afirma con rotundidad".

¿Y ahora qué hacemos?

Liberar a la educación financiera de expectativas que jamás podrá cumplir. Las personas no sólo destrozan su economía personal por falta de conocimientos financieros o de valores personales. La cruda realidad es que, mientras les susurramos por un oído las virtudes del ahorro, por el otro alguien les convence a gritos de que endeudarse para viajar al Caribe es el colmo de la inteligencia.

No hay duda de que tenemos que orientar a los ciudadanos para que no se pierdan en las complejidades del actual entorno financiero. Pero, ante todo y sobre todo, tenemos que ponerle el cascabel al gato.

Cristina Carrillo


jueves, 23 de enero de 2014

La pésima educación financiera de los Premios Nobel de Economía

Aunque al bueno de Alfred Nobel jamás se le pasó por la cabeza instituir semejante premio, algunos años después los señores del Banco Central de Suecia, víctimas de un ataque de aburrimiento, decidieron crearlo por su cuenta y riesgo. Tal vez pensaron que, si se honra a las preclaras mentes de las Ciencias (Física, Química y Medicina), las Artes (Literatura) y de algo tan invaluable como la Paz, ¿por qué no se va a laurear también a esos eruditos que dedican sus vidas a “reinventar la rueda” en el campo de la Economía?

No hacen falta profundas investigaciones para concluir que se trata de un premio muy controvertido. La artesanal Wikipedia ya nos informa de que la distribución geográfica, ideológica y temática de los premios resulta un tanto sospechosa y desequilibrada. Mucho neoliberal de la Escuela de Chicago, mucho estadounidense y británico…  y sólo una mujer entre 74 premiados en las 45 ediciones del galardón, aunque este dato no es para sorprenderse porque lo vemos en todas las áreas del reconocimiento (no digo “áreas del conocimiento” porque saber, sabemos, aunque no nos lo reconozcan).
  
Repasando las aportaciones de los premiados, encontramos otro elemento que suele distinguir los Nobel de Economía de los que se otorgan en categorías estrictamente científicas: sobreabundancia de teorías y modelos… ¡pero muy pocas realidades! Los premios suelen recaer en eruditas construcciones sobre las supuestas interrelaciones entre los elementos y agentes económicos, especialmente si vienen adornadas con complejas demostraciones matemáticas. No parece importar que la realidad acabe por tumbarlas, o que su contribución al bienestar de la humanidad oscile entre nulo e inexistente: basta con que parezcan tener sentido.

En este recomendable y documentado artículo, el profesor de la Universidad de Leeds David Spencer señala cómo el reparto de los Nobel favorece más el pensamiento económico (cuanto más continuista y ortodoxo, mejor) que aquellas aportaciones que tratan de resolver los apremiantes problemas económicos del mundo real. Considera que la falta de propuestas y respuestas de la mayoría de los Nobel a la actual crisis económica (que prefieren ignorar porque estropea sus teorías) es una oportunidad perdida para salvar la brecha con la sociedad, mostrando la economía como una disciplina genuinamente conectada con las preocupaciones reales del público. 

Como demostración extrema de este olímpico desinterés por la credibilidad, en 2013 el comité no tuvo ningún problema en premiar a la vez dos enfoques completamente opuestos. Mientras Eugene Fama, de la Universidad de Chicago, es un defensor a ultranza de la racionalidad de los mercados, Robert Shiller sostiene que si algo puede probarse es su imperfección, porque los inversores actúan de manera irracional y porque existen notorias desigualdades en el acceso a la información. Parece claro que la crisis de 2008 ha respaldado de forma contundente las tesis de Shiller, desmontando al mismo tiempo las idílicas teorías del profesor Fama. ¡No importa! En el exclusivo club de los economistas académicos hay suficientes Premios Nobel para todos.

Nuestra subversiva teoría es que los honorables ganadores del Nobel saben mucho de teoría económica abstracta, pero pueden actuar con la misma falta de cultura financiera que cualquier otro mortal (entendiendo la cultura financiera como la habilidad cotidiana de manejar el dinero con eficacia). Por si alguien pensaba todavía que los galardonados tienen algún tipo de conexión profunda con el Dios de las Finanzas, recordemos un caso muy conocido que acredita lo contrario: el nacimiento, desarrollo y muerte del  Long-Term Capital.

Fundado en 1994, este fondo de inversión libre, de carácter muy especulativo, contaba en su junta directiva con Robert Merton y Myron Scholes, que compartieron el Nobel de Economía en 1997 por su nuevo método para la valoración de productos derivados. Siguiendo sus indicaciones, este gigantesco fondo, que llegó a controlar el 5% del mercado de renta fija mundial, obtuvo unos beneficios del 40% en 1995 y 1996. Sin embargo, el modelo automatizado no funcionó bien ante la crisis de la deuda rusa de 1998 (tenía programada una línea de acción contraria a la que dictaba el sentido común) y el fondo comenzó a sufrir unas pérdidas aún más espectaculares que sus anteriores beneficios. Como entre sus clientes se encontraban algunos de los más importantes bancos mundiales, la Reserva Federal americana tuvo que intervenir para evitar una quiebra del sistema. El Long-Term Capital desapareció a principios del 2000. Al fin y al cabo, parece que ni siquiera las matemáticas complejas pueden resolverlo todo: al menos, no sin el complemento de la sensatez humana.

Conclusión: entre los atributos necesarios para ganar un Premio Nobel de Economía no se incluye tener cultura financiera, sentido común ni conexión con la realidad. Por lo tanto, queridos lectores, dejemos que los estudiosos sigan jugando con sus modelitos, y que Dios nos encuentre confesados cuando a algún político o banquero se le ocurra aplicarlos en el mundo real.

Mientras tanto nosotros, pobres cobayas, intentaremos mantener el tipo y sobrevivir a tales experimentos a base de independencia de criterio, sentido común y una cultura financiera más terrenal... pero mucho más práctica.


miércoles, 8 de enero de 2014

¿Quieres conocerte mejor? Averigua tu coeficiente de irracionalidad económica

¿De dónde salen las decisiones que tomas sobre el dinero? ¿De la cabeza, del corazón, del estómago o de alguna otra víscera? Dicho con más elegancia, la pregunta es si tus comportamientos económicos son razonados y razonables o si, por el contrario, actúas por impulsos, costumbre o instinto. Ya hemos hablado en otros artículos sobre el debate intelectual entre quienes defienden la existencia de un homo economicus 100% racional y los que abogan por asumir con elegancia nuestra alegre e irreflexiva insensatez económica.

Si nos has leído alguna vez, ya sabes que nos alineamos con el segundo grupo: puesto que no utilizamos la razón en casi ningún ámbito de nuestra vida, ¿por qué se espera de nosotros un comportamiento diferente cuando se trata de dinero? Nadie fuma o conduce a 200 km/h porque sea lógico hacerlo, sino porque resulta agradable, o divertido, o glamouroso, o excitante o… ¡porque sí! Siempre hay algún motivo, aunque a veces ni siquiera nosotros mismos somos capaces de identificarlo. Tampoco es que importe mucho: nuestros comportamientos nos parecen de lo más razonable… porque son nuestros.

Por el contrario, todos estamos equipados con un eficacísimo radar que nos permite detectar de inmediato las decisiones absurdas que toman los demás. “No me extraña que le haya pasado tal cosa a Menganito. ¡Si es que nunca ha tenido ni una pizca de sentido común!”. “Se estaba viendo venir lo de Fulanita… La pobre no tiene ni dos dedos de frente”. Desde luego, todas las conductas que no encajan con lo que nosotros haríamos (o creemos que haríamos) nos parecen una insensatez. ¿Te mueres de ganas de comprobar si, como sospechas, eres muchísimo más racional que los descerebrados que te rodean? Entonces es tu día de suerte: ¡estás a punto de confirmarlo!

Con nuestra habitual vocación de servicio público, te ofrecemos una herramienta indispensable y revolucionaria de autoconocimiento personal: el Coeficiente de Irracionalidad. Que nadie se ponga nervioso: no tiene nada que ver con el Cociente de Inteligencia, más allá de compartir las iniciales. Este maravilloso test, pese a su brevedad,  te dará pistas muy claras sobre el nivel de racionalidad o emocionalidad que aplicas a tus decisiones económicas. ¡Que lo disfrutes!

1)  Pasas delante de un comercio y entras en éxtasis al ver expuesto un traje muy elegante, de una marca carísima. El cartel anuncia que está rebajado en un 60%. ¡Puedes verte usándolo dentro de dos semanas en la reunión anual de la empresa! ¿Cuál sería tu comportamiento más probable?

a)   Compruebas que llevas contigo la tarjeta de crédito y entras sin vacilar para comprarlo. ¡Un 60% de rebaja es una ganga!
b)   Entras para ver cuál es exactamente el precio final. Resulta demasiado caro para tu presupuesto. ¡Otra vez será!
c)    Entras para ver cuál es exactamente el precio final. Resulta demasiado caro para tu presupuesto, pero te lo pruebas de todas formas. Te queda perfecto… Es importante dar buena imagen en el trabajo. En realidad, ¡comprarlo es una buenísima inversión!
d)   Un 60% de “algo carísimo” sigue siendo “algo carísimo”. Aún sin conocer el precio inicial ni el rebajado, con toda seguridad no es para ti. Tal vez en otra vida.

2)  Para acompañar las comidas familiares del domingo, sueles comprar en el hipermercado que hay junto a tu casa una determinada marca de vino, a 15 euros la botella. Te enteras de que, en una tienda que está tres bloques más abajo, la misma botella vale 8 euros. ¿Vale la pena el esfuerzo de caminar un poco más?

a)    ¡Ni en sueños! Como si no tuvieras nada mejor que hacer que recorrerte todo el vecindario por 7 eurillos de nada.
b)    Por supuesto que sí. Todo son ventajas: haces algo de ejercicio y te ahorras 7 euros.
c)    Por supuesto que sí. ¡Te ahorras casi la mitad!
d)    No. Seguro que en el sitio barato el vino está estropeado.

3)  Vas a regalarle a tu hija una netbook que cuesta 347 euros en el hipermercado que hay junto a tu casa. Un amigo te comenta que, a tres bloques de distancia, la misma netbook vale 340 euros. ¿Vale la pena el esfuerzo de caminar un poco más?

a)  ¡Ni en sueños! Como si no tuvieras nada mejor que hacer que recorrerte todo el vecindario por 7 eurillos de nada.
b)   Por supuesto que sí. Todo son ventajas: haces algo de ejercicio y te ahorras 7 euros.
c)   ¡Ni hablar! Al final la diferencia no es para tanto, prefieres ahorrarte el tiempo y el esfuerzo.
d)   ¿Para qué? Es un robo en ambos casos: demasiado dinero por algo que la semana que viene ya se habrá quedado anticuado.

4)  Un buen amigo que suele estar muy bien informado te habla de una interesantísima inversión que acaba de realizar. Las rendimientos esperados son excelentes y no hay riesgo alguno. Aunque no entiende muy bien el producto, se ve que los responsables saben lo que hacen, porque tienen unas oficinas espectaculares. ¡Está claro que les va muy bien! Te sugiere que sigas su ejemplo e inviertas tú también. ¿Qué le contestas?

a)   Por supuesto! Tú confías en tu amigo y él confía en esa gente… ¡No hace falta saber más!
b)   Que suena demasiado bonito para ser verdad. Nadie va por ahí compartiendo el secreto para hacerse rico. Mira lo que pasó con el Madoff ese.
c)    Te aseguras de haber entendido bien. ¿De verdad le prometen esa cifra? Guauuuu… Eso es mucho más de lo que te está dando tu banco. Igual te animas a invertir una pequeña cantidad, a ver qué pasa.
d)   Opinas que tu amigo es tonto de remate por creer todavía en Santa Claus.

5)  Tu negocio no marcha muy bien últimamente: algunos meses apenas consigues cubrir costes. ¿Cómo abordas esta situación?

a)   Jugando a la lotería todas las semanas. Total, las cantidades que juegas son pequeñas, tampoco te iban a solucionar nada. Además, tus probabilidades de ganar son mayores porque le has puesto una ramita de perejil a San Pancracio.
b)    Revisas todas tus previsiones de ingresos y gastos y tratas de ajustar los costes de forma inteligente, sin poner en peligro la calidad.
c)    Como dice el refrán, no hay pena ni alegría que cien años dure. Antes o después las cosas tendrán que mejorar y, hasta entonces, ¡a aguantar! Lo importante es tener salud.
d)   ¿Y qué se supone que puedo hacer yo? Si las cosas están mal no es por mi culpa, que lo arreglen los que lo estropearon.

6)  Tu pareja se ha quedado sin empleo y, de momento, tu sueldo es el único ingreso familiar, por lo que últimamente tienes mucho cuidado con los gastos. Tu hijo de 13 años necesita unas nuevas deportivas, pero no le vale cualquier marca: te pide que le compres unas muy, muy caras. ¡Son las que tienen todos sus amigos! ¡Todos, todos, todos! Ante el inminente drama preadolescente, ¿cuál es tu reacción?

a)  Se las compras sin rechistar, por supuesto. ¡No quieres que sea el paria del grupo! Además, si no disfruta a esa edad, ¿cuándo lo va a hacer? Ya ajustarás el presupuesto por otro lado.
b)  Entiendes su decepción, pero le explicas lo importante que es su apoyo para toda la familia. Con sólo aceptar unas zapatillas algo más económicas, ya estará ayudando muchísimo a superar la mala racha. Buen momento para recordarle que un logo conocido no siempre significa mayor calidad.
c)  Como si no tuvieras ya bastantes preocupaciones, ¿encima tienes que aguantar el mal humor del niño? Ni hablar. Le compras las deportivas que a ti te parecen adecuadas y que se aguante, así va aprendiendo que en la vida uno casi nunca consigue lo que quiere.
d)  La culpa es de tu pareja, que siempre le ha consentido todo al mocoso. A ti que te dejen en paz, tienes cosas más importantes en la cabeza que los caprichos del niño.

7)  Tu banco funciona bien, tiene comisiones muy bajas y atienden correctamente tus dudas. Estás contento con ellos, pero… acaban de abrir junto a tu casa una sucursal de otro banco, con ofertas muy interesantes: si cambias allí todas tus cuentas, te regalan un reproductor portátil de DVD. ¿Te animas a cambiar de banco?

a)   ¡Pues claro! ¡Un reproductor de DVD! ¡Qué chulo! Total, todos los bancos son iguales, si puedes aprovechar la ocasión para conseguir algo gratis, sería de tontos no hacerlo.
b)   No. Prefieres tener claras las condiciones y que no te distraigan con juguetitos. Ni se te ocurre creerte que se trata de un regalo: está claro que te lo van a cobrar de alguna forma (más comisiones y/o menos intereses).  Además, si quisieras tener un reproductor de DVD (que no quieres), te gustaría elegirlo a ti.
c)   Te da un poco de pereza cambiar de banco, pero a nadie le amarga un dulce. Nunca se te hubiera ocurrido comprar un reproductor portátil de DVD, pero si te lo regalan… Bien pensado, puede venir muy bien para entretener a los niños durante los viajes.  
d)   Ni hablar. La cosa tiene truco, seguro. ¡Más vale lo malo conocido!

¡Has llegado al final del cuestionario! Para calcular tu coeficiente de irracionalidad, asigna a tus respuestas el siguiente baremo. Después, súmalos y comprueba los resultados.

Respuesta
Puntos
a
20
b
10
c
15
d
2


·        C.I. superior a 100: Situación alarmante. Padeces un caso grave de irracionalidad auto-destructiva. De haber nacido en otra época, habrías sido un firme candidato a terminar en prisión por deudas.

·        C.I. ente 70 y 100: Sin ánimo de ofender, eres un irracional del montón. Bien acompañado por el 80% de la humanidad, presentas lo que se conoce como irracionalidad creativa estándar. Haces con tu dinero lo que te pide el cuerpo y después buscas una justificación aceptable. Te gusta vivir peligrosamente, ¿eh?

·        C.I. entre 15 y 70: Pese a vivir en una sociedad que prima el consumo irreflexivo, casi siempre consigues hacer gala de una racionalidad impecable. Perteneces a una especie en vías de extinción, así que… ¡cuidado! Es probable que acabes viviendo en una reserva, como los indios de Norteamérica (ya que tus actitudes son muy nocivas para la supervivencia del actual sistema económico).

·        C.I.C inferior a 15: Lo tuyo va más allá de la racionalidad. Eres un pesimista y un cenizo. Desde el punto de vista de la conservación de tu patrimonio, no nos queda más remedio que felicitarte: es improbable que alguien o algo consiga inducirte a realizar un gasto que no deseas. A cambio, tu vida va a ser terriblemente triste y solitaria.

Como resumen y conclusión de todo lo anterior, formulamos en rigurosa primicia para nuestros lectores las dos leyes universales de la lógica económica:

LEYES UNIVERSALES DE LA LÓGICA ECONÓMICA

1)   Ley de la creatividad infinita. Por muy estúpidas que sean nuestras decisiones económicas y muy lamentables que sean sus resultados, siempre es posible encontrar uno o varios argumentos con los que convencernos a nosotros mismos (a veces, incluso a los demás) de que se trataba de la mejor opción.

2)   Ley de la culpa alternativa. En los casos extremos y excepcionales en los que no se cumpla la Ley anterior, siempre es posible encontrar a otra persona a quien atribuir la responsabilidad de nuestra equivocación.



La versión original de este artículo fue publicada por primera vez en nuestra revista digital Mi Dinero. 

jueves, 28 de noviembre de 2013

El camino de la inclusión: por qué necesitamos una educación financiera más realista

La inclusión social y financiera ha dejado de ser una preocupación limitada a los países difusamente llamados “en desarrollo”. Con las secuelas de la crisis financiera campando a sus anchas por los agonizantes Estados del bienestar, ha quedado claro que no hay personas ni países que tengan garantizada su plaza en el selecto club de la inclusión. Este ha sido el tema central de la conferencia celebrada este mes en Guayaquil (“La educación y la inclusiónfinanciera, vías para el desarrollo de sociedades más equitativas”), en la que hemos tenido el privilegio de participar.

¿Qué papel juega la educación financiera para apoyar a las personas que sobreviven en las orillas de nuestras implacables sociedades de crédito y consumo? Sin duda, un papel protagonista, como sugieren algunas de las manifestaciones más características de la exclusión social: 

  • La subsistencia precaria está estrechamente asociada a las actividades laborales informales, ya sea trabajando para otros “en negro” o mediante el autoempleo en emprendimientos de escasa viabilidad.
  • Falta de oportunidades para acceder a posibilidades educativas o de negocios, que sólo están al alcance de los que participan “de pleno derecho” en el sistema financiero formal.
  • Dependencia de las ayudas y subsidios sociales. Aunque su necesidad sigue siendo incuestionable, deben concebirse como una herramienta integradora, un puente hacia otra situación en la que tales apoyos acaben resultando innecesarios.

En la práctica, todas estas manifestaciones están interrelacionadas y se potencian mutuamente: tanto los subsidios como la falta de acceso a una educación de calidad contribuyen a desincentivar la formalización laboral, ya que muchas personas prefieren seguir dependiendo de la aparente seguridad de las ayudas sociales en lugar de confiar en las expectativas (poco prometedoras) de sus precarios emprendimientos. La exclusión tiende así a perpetuarse de una generación a otra, configurando de hecho un perverso sistema “de castas”.

En tan complejo contexto, la educación financiera es una herramienta clave… siempre que se cumplan dos condiciones: 1) Que no se le atribuyan más responsabilidades de las que le corresponden y 2) Que se plantee de manera más humana, realista y eficaz.

1.      La educación financiera no es la panacea universal

Con esta afirmación no trato de restar importancia a la cuestión, sino todo lo contrario: definir el verdadero alcance de una buena cultura financiera puede ayudarnos a evitar muchas frustraciones y un gran despilfarro de recursos.

En general, los fervientes y sinceros defensores de la educación financiera razonan según el siguiente silogismo:

Premisa 1. Las personas tienen muy poca cultura financiera.
Premisa 2. Las personas toman malas decisiones financieras, que les perjudican en el presente y comprometen su futuro.
Conclusión. Si mejoramos la cultura financiera de las personas, tomarán mejores decisiones y mejorarán su calidad de vida.

¿Verdad que suena de lo más razonable? Yo misma utilicé con frecuencia este argumento, por lo que no me gustaría que lo que viene a continuación se entienda como una crítica a quienes lo sostienen. Simplemente, creo que responde a una fase de despiste idealista por la que atravesamos todos los fans de la educación financiera… hasta que nos damos cuenta de que el mundo no funciona así.

La primera premisa es evidente y está comprobada mediante innumerables investigaciones, en países con muy diversos niveles de desarrollo: en Estados Unidos o en El Salvador, las personas carecen de cultura financiera. Punto. Tampoco es discutible la segunda premisa: el endeudamiento sistemático y universal difícilmente puede considerarse un ejemplo de sabiduría decisoria. El problema está en la conclusión. No es válida porque se basa en una tercera premisa, implícita y completamente falsa: que la cultura financiera es el elemento determinante de nuestras decisiones financieras.

Pues no, no es el elemento determinante. ¡Ni siquiera el principal! De hecho, ocupa sólo un pequeño espacio entre otros compañeros que influyen mucho más en nuestras elecciones:

-        Las emociones.
-        Los condicionamientos culturales y las costumbres del grupo.
-        Las creencias derivadas de experiencias previas.
-        La configuración social y económica del entorno: la forma en que se nos presentan las opciones condiciona en gran medida la decisión final, como comentamos en el artículo Por qué somos incapaces de tomar buenas decisiones financieras

Aceptar esto nos aporta pistas relevantes para entender por qué la educación financiera tradicional no ofrece ningún resultado digno de mención, a despecho de las ingentes cantidades de recursos que se están destinando en ciertos casos. ¿Qué necesitamos para lograr un verdadero impacto?

2.      Cómo diseñar una educación financiera más realista

  1. Establecer objetivos razonables, en cuanto al contenido y al plazo.
  2. Completar las acciones tradicionales con intervenciones que faciliten la toma de decisiones financieramente saludables (nudging).
a)      Esos objetivos imposibles. En realidad, el problema habitual no es la irracionalidad de los objetivos, sino su ausencia. O bien son tan genéricos que no merecen tal nombre (“mejorar la cultura financiera de los grupos más vulnerables”) o bien se confunden los objetivos con las actividades (“Desarrollar un portal divulgativo”,  “establecer alianzas estratégicas”…). En gran medida, este fallo de base tiene que ver con la ansiedad por cumplir plazos.

Aunque todos los que nos dedicamos a la educación financiera repetimos con gran convencimiento que “es una apuesta de largo plazo”, en la práctica casi siempre tratamos de forzar la presentación de resultados. Llamamos resultados a casi cualquier cosa. He visto programas que establecen los objetivos en función del número de personas que abrirán una cuenta bancaria en dos años. ¿De verdad eso es un objetivo de educación financiera? ¿Desde cuándo tener una cuenta bancaria demuestra una especial competencia en la gestión de la economía personal? Obviamente, tal definición de objetivos tiene más que ver con las agendas de los promotores que con un verdadero propósito de facilitar el aprendizaje.

Este planteamiento es poco recomendable, pero perfectamente comprensible. Tanto si las iniciativas parten de instituciones públicas como si dependen de presupuestos privados, las personas responsables (por muy genuino que sea su compromiso) suelen tener algún jefe al que rendir cuentas… con un horizonte temporal de corto plazo que resulta incompatible con los cambios de conductas que se pretenden conseguir. En consecuencia, seguimos conformándonos con pseudoobjetivos y sus correspondientes pseudoresultados.

¿Hay alguna manera de acelerar el proceso? ¿Podemos avanzar hacia una mayor cultura financiera de forma que no sólo sirva a las generaciones venideras, sino que tenga resultados inmediatos y beneficiosos para los adultos de hoy? Parece que sí, pero la respuesta exige salir de nuestra zona de confort.

b)      Orientación de las decisionesLa zona de confort está configurada por los dos tipos tradicionales de enfoques de la educación financiera: el teórico/descriptivo y el práctico/experiencial.

El enfoque teórico/descriptivo se refleja en la creación de portales de Internet, folletos divulgativos, charlas y presentaciones, etc. Los contenidos apelan al intelecto y a la razón de las personas: conceptos básicos, características de los productos, recomendaciones sobre las conductas y valores a seguir… Es el más habitual porque resulta bastante fácil de implementar y permite llegar a un número significativo de personas, especialmente cuando se combina con las nuevas tecnologías. Por desgracia, tiene una gran desventaja: no sirve para casi nada. En el mejor de los casos, podremos sensibilizar a los más predispuestos o receptivos, pero muy rara vez se logrará algún cambio en los comportamientos. No se ofrece formación, sino información.

El enfoque práctico/experiencial va un paso más allá: talleres, juegos y dinámicas de simulación de situaciones reales. La práctica de habilidades y destrezas ayuda a poner en contexto la información recibida y facilita su asimilación y aprendizaje. Por motivos que se me escapan, se usa más con los jóvenes que con los adultos (que, en la mayoría de los casos, siguen condenados a sesudas sesiones teóricas). Aunque tiene mucho mayor potencial que el primer enfoque, la adquisición efectiva de estas competencias no se traduce necesariamente en mejores decisiones en la vida real. ¿El motivo? El que señalábamos en el punto 1 de este artículo: la cultura financiera no es el único elemento que determina nuestras decisiones.

Por eso planteamos la necesidad de complementar estos enfoques con lo que hemos llamado orientación de las decisiones. Es lo que en la psicología del comportamiento económico (behavioral economics) se denomina nudging: facilitar la adopción de decisiones más beneficiosas (más ahorro, menos endeudamiento) mediante la utilización de incentivos y el diseño de un entorno adecuado. 

En el próximo artículo veremos con más detalle algunos ejemplos de este enfoque, que ya ha captado la atención de organismos e instituciones con responsabilidades en el diseño de políticas públicas de educación financiera. 

martes, 15 de octubre de 2013

Los contratos bancarios de Groucho Marx

¿Quién puede discutir que la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte? En este artículo vamos a resolver dos grandes enigmas: por qué los bancos siguen utilizando contratos que parecen escritos por un Groucho Marx en estado de ebriedad y, lo que es aún más sorprendente: por qué los clientes los firmamos sin pestañear.

En la inolvidable escena de Una noche en la ópera que se incluye más adelante, Groucho y Chico Marx discuten un contrato que el primero se saca de la manga. Después de un desopilante intercambio de pareceres sobre las cláusulas del larguísimo documento, llegan a un acuerdo verbal para entera satisfacción del primero, mientras Chico no tiene ni la menor idea de a qué acaba de comprometerse. Cualquier parecido con la realidad… no es pura coincidencia. Si dispusiéramos de los datos estadísticos, sin duda serían impactantes: “En el tiempo que lleva leer este artículo, esta escena se está repitiendo en XX mil bancos del planeta”. Lo que es aún peor, la mayoría de nosotros hemos representado más de una vez el papel de Chico.

Por qué los bancos aman a Groucho Marx. Juguemos a imaginar un mundo en el que los contratos bancarios fueran comprensibles y legibles. Podrían suceder varias cosas, todas ellas espeluznantes desde el punto de vista de la presunta solvencia y la estabilidad del sistema financiero:

-        Un 70% de los clientes podrían plantearse leer el contrato antes de firmarlo (frente al 0% actual).
-        Un 55% de los clientes podrían efectivamente leer el contrato (frente al 0% actual).
-        Un 45% de los clientes podrían pedir aclaraciones sobre algunos puntos (frente al 0% actual).
-        Un 30% de los clientes podrían pedir más tiempo para reflexionar sobre la conveniencia de firmar el contrato (frente al 0% actual).
-        Un 15% de los clientes podrían decidir NO firmar el contrato (frente al 100% que actualmente firman sin preguntar ni vacilar).

¡Qué espanto! Un 15% de los clientes amotinándose… y eso sin contar el tiempo perdido en responder a las preguntas de ese molesto 45% que consideraría necesario pedir aclaraciones. Aunque… ¿quién sabe? A lo mejor esos contratos claros y legibles ayudarían a ganar la confianza de los consumidores y los bancos verían aumentar su volumen de negocio.

Volviendo a la realidad, algunos bancos centrales ya están estableciendo tamaños mínimos para las fuentes de letra de los contratos bancarios. Sin duda es un avance y, lo más importante, indica que los supervisores son conscientes del problema. Sin embargo, está lejos de ser suficiente. No sólo es necesario que el cliente pueda leer los contratos: es necesario que pueda entenderlos, sin necesidad de tener un primo licenciado en Económicas ni de pedir aclaraciones al mismo empleado bancario cuya prioridad es hacerle firmar.

Un gran obstáculo para superar el grouchomarxismo bancario es que los supervisores no siempre tienen la sensibilidad necesaria para valorar qué es o no comprensible para el consumidor medio. Lo que parece clarísimo y evidente para un profesional de las finanzas no tiene por qué serlo para un farmacéutico. Existen productos de inversión complejos cuyas advertencias de riesgo, explícitas y destacadas en la primera página del contrato, han sido bendecidas por el supervisor pero no significan nada para el pobre cliente, en especial si este tiene enfrente a una persona (el empleado bancario) que insiste en que el producto es tan recomendable que él mismo no vacilaría en recomendárselo a su propio padre.

Por qué los clientes somos como Chico Marx. Ver el comportamiento de Chico en esta impagable escena sirve de espejo para comprender nuestras auto-destructivas tendencias a la hora de asumir compromisos financieros:

En un primer momento, Chico no parece fiarse mucho de su interlocutor y se muestra saludablemente suspicaz, mientras contempla el contrato como si fuera radiactivo. Rápidamente delega en Groucho el honor de leer las cláusulas en voz alta. Puesto que al final de la escena confiesa que no sabe escribir, cabe concluir que tampoco sabe leer.
La gran mayoría de los clientes bancarios tienen el mismo problema que Chico: no saben “leer contratos”, y aún menos interpretar sus repercusiones. La falta de cultura financiera no ayuda, pero tampoco es la única responsable de esta situación: hace falta mucho más que una educación financiera básica para entender la acumulación de jerga jurídica y económica que satura los documentos. La solución más sencilla, realista e inmediata no es que los clientes aprendan finanzas avanzadas, sino redactar los contratos financieros en “lenguaje humano estándar”. 
El pobre Chico no parece tener muy claro eso de “la parte contratante de la primera parte”, pero después de un par de lecturas “parece que ya le suena mejor”. “Claro, hombre, a todo se acostumbra uno”, le responde Groucho tranquilamente.
Ahí tenemos otro de los elementos del problema: con una especie de fatalidad cósmica, nos hemos acostumbrado a no entender los contratos bancarios, como si la opacidad fuera una característica intrínseca de los mismos. Al final, la jerga financiera hasta nos suena bien, aunque no comprendamos nada… o tal vez precisamente por eso. 
La escena continúa y Groucho, en el mejor estilo vendedor de humo,  se muestra dispuesto a eliminar todo aquello que pueda resultar discutible… hasta que el medio metro inicial de cada contrato queda reducido a sendos trocitos de papel. “¿Por qué su contrato es más grande que el mío?”, pregunta Chico mientras compara su pedacito con el que sostiene su compañero. “Porque usted es más chico que yo”, contesta el imperturbable Groucho.
Muy cierto. Incluso las personas con mayor nivel formativo se sienten “pequeñas” cuando se trata de finanzas. ¿Cómo vamos a discutirle al banco algo que no entendemos? Si queremos una sociedad sanamente bancarizada es urgente desmitificar las finanzas y superar décadas de temor reverencial a los bancos. Como primer paso, estaría bien disponer de unos contratos que los clientes se sientan capaces de entender y debatir.
El final de la escena nos muestra la clásica rendición incondicional del cliente bancario. Pese a su loable resistencia durante toda la conversación, Chico termina sucumbiendo a la desbordante verborrea de Groucho, que decide terminar con sus objeciones de una vez por todas:
G - Bueno, de todas formas estamos de acuerdo, ¿verdad?
C - Sí, eso sí.
G - Entonces ponga su firma ahí y el contrato será legal.
C - Me olvidé de decirle que no sé escribir.
G - Es igual, la estilográfica no tiene tinta. Pero el contrato está hecho, ¿no es eso?
C - ¡Ah, sí, claro!
A todos los lectores que están sonriendo en este momento... ¿Verdad que tiene menos gracia cuando pensamos que conversaciones parecidas nos llevan continuamente a asumir obligaciones y gastos de los que no somos conscientes? Sí, eso imaginaba.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Por qué la pobreza provoca malas decisiones

La pobreza no se transmite genéticamente ni es un destino cósmico impuesto a personas, regiones o países. Sin embargo, hace tiempo que sabemos que las estrategias tradicionales de lucha contra la exclusión social, bienintencionadas como son, no ofrecen resultados duraderos ni suelen tener un alcance significativo. Conviene, por tanto, dedicar atención a aquellas contribuciones capaces de sugerirnos otros enfoques.

Al margen de las obvias dificultades de superar un statu quo basado en arraigadas y ancestrales relaciones políticas y económicas entre los países, una reciente investigación publicada en Science aporta una nueva y reveladora perspectiva: la pobreza se alimenta a sí misma. La carga psicológica derivada de vivir en un contexto de escasez afecta al cerebro humano, produciendo un deterioro cognitivo que se traduce en peores decisiones vitales y, en consecuencia, en una perpetuación del estado de pobreza.

Dave Nussbaum, en su blog sobre psicología social Random Assignment, resume a la perfección lo esencial de este estudio:  “Uno de los obstáculos que impide a los pobres superar la pobreza es la tendencia a adoptar costosas decisiones financieras – como comprar boletos de lotería, tomar préstamos a elevados tipos de interés, no inscribirse en programas asistenciales – que sólo consiguen empeorar su situación. En el pasado, estas malas decisiones se han atribuido a la personalidad de los ciudadanos de bajos recursos o al ambiente en el que viven, con poco acceso a la educación y condiciones de vida por debajo de los estándares. La investigación publicada en Science por el profesor de Ciencias del Comportamiento Anuj Shah ofrece una nueva respuesta: vivir con escasez cambia la psicología de las personas. (…)  Cuando los recursos son escasos  - cuando las personas tienen poco tiempo, dinero o comida – cada decisión sobre la mejor manera de utilizar esos recursos se toma con mayor urgencia que cuando se dispone de tales recursos en abundancia. Este enfoque puede tener efectos positivos en el corto plazo, pero se realiza a costa de descuidar otras demandas menos urgentes. Por ejemplo, cuando están bajo la presión de gastos urgentes como el alquiler o la comida, las personas pueden descuidar el mantenimiento de rutina de sus vehículos y terminar pagando costosas (y evitables) reparaciones más adelante”.

Para los que hemos tenido la suerte de nacer por encima de las líneas de pobreza extrema y moderada que marca el Banco Mundial, es necesario un extraordinario esfuerzo de empatía para atisbar, siquiera superficialmente, lo que significa vivir al día sin tener cubiertas las necesidades más básicas. Desde la comodidad de un futuro relativamente predecible resulta fácil cuestionar esas malas decisiones de gasto y consumo de los más pobres. ¿Quién no se ha mostrado sorprendido por las imágenes de chabolas y asentamientos precarios con antenas parabólicas? El empresario y escritor Jim Rohn lo expresó de manera lapidaria: “Los pobres tienen grandes televisores. Los ricos tienen grandes bibliotecas”. Aún siendo cierto, el estudio de Shah nos recuerda que, en general, ese tipo de elecciones no son la causa de la pobreza, sino su consecuencia. Es decir, las personas no son pobres porque manejan mal sus recursos, sino que la pobreza disminuye su capacidad para manejarlos mejor. Este cambio de perspectiva puede modificar de manera relevante el enfoque de las iniciativas de inclusión financiera: además de “mostrar” a los destinatarios otras posibilidades alternativas que les proporcionarían mayor bienestar, es necesario entender el proceso mental que conduce a tomar tales decisiones.

Sin duda este planteamiento puede suscitar numerosas objeciones. ¡Nosotros jamás tendríamos esos comportamientos auto-destructivos! Incluso aunque se diera un cambio radical en nuestras circunstancias (perspectiva que a la mayoría nos aterroriza en mayor o menor grado), estamos convencidos de que el sentido común acudiría en nuestro auxilio y manejaríamos con buen criterio nuestros recursos escasos.

Puesto que nada ilumina tanto como la experimentación directa, y con el fin de ayudarnos a ponernos en la piel de las personas que viven de manera precaria, el departamento de atención social de Durham (North Carolina) ha diseñado un extraordinario “simulador de pobreza”, que recomendamos a todos aquellos que tengan un mínimo nivel de inglés.

El programa Spent comienza informando de que Durham presta asistencia social a 6.000 personas cada año… “aunque tú nunca serás una de ellas, ¿verdad?”. A continuación desafía al usuario a probar que es capaz de manejar sus recursos escasos de manera óptima durante un mes, sin tener que recurrir a  la ayuda de los servicios sociales o de terceras personas. A lo largo de una serie de situaciones cotidianas vamos comprobando cómo muchas de las alternativas de ahorro y consumo que damos por garantizadas en condiciones “normales”, no parecen estar a nuestra disposición cuando funcionamos  “en modo escasez”. Después de cada elección, el programa nos comunica de manera inflexible cuál va a ser el resultado probable de la misma. Es estremecedor darse cuenta de que tomar malas decisiones resulta facilísimo cuando lo hacemos con la mente puesta en el marcador que, a la izquierda de la pantalla, va avisando del poco dinero que nos queda para acabar el mes. Terminé el experimento con dolor de estómago y con la conclusión es que, en nuestra sociedad, ser pobre consume tantos recursos que resulta muy complicado dejar de serlo... como se quería demostrar

Para terminar con una nota optimista, y como ejemplo de que “difícil” no es sinónimo de “imposible”, recordemos la película de Will Smith En busca de la felicidad, que narra la historia real del millonario y filántropo Chris Gardner. En una situación de precariedad extrema, viviendo de la caridad pública y con un hijo de corta edad a su cargo, tomó una serie de decisiones valientes y muy arriesgadas con las que no sólo salió de las calles, sino que llegó a convertirse en un hombre muy rico y en un referente del desarrollo personal. Siguiendo los razonamientos de este artículo, se puede concluir que las decisiones del verdadero protagonista de la historia resultaron acertadas porque no reflejaban una mentalidad de pobreza, sino una visión a medio plazo que excluía la miseria de vivir al día. ¿Cuántas personas estarían dispuestas a dormir en albergues para indigentes mientras asisten a un seminario formativo de varios meses, a cambio de la posibilidad (no seguridad) de conseguir después un trabajo especializado y bien pagado? Exacto. No muchas.